MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 24 de abril de 2013

EL RECUERDO NO SE APAGA.

Rica bandeja paisa.


“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”. (Martín Luther King).
H
an pasado tantísimos años de aquella niñez y juventud, transitadas sin temores, por aquel refugio de calma, incrustado entre esbeltas montañas; atiborrado de cantos de aves, sacudido por la brisa, endulzado por el aroma de frutas y flores reventonas al amparo de verde vegetación y sin embargo, todo ha quedado impávido, sin el asomo del cruel olvido. Corretean en estruendosa algarabía, las tardes de sol mortecino los juegos sencillos he inspiradores; se alcanzan a ver en lo alto del firmamento, las encumbradas cometas coloridas, en busca de un lugar en los algodones de las nubes; se alcanza a escuchar el llanto del niño a quien se le reventó el hilo y la suya empujada por el viento, se pierde a la distancia, para recobrarla hecha trizas sobre un tejado renegrido o sobre la copa de un árbol. Se sienten los rebotes de la pelota de caucho con sonido apagado, al tocar el césped de la manga que, ellos, llamaban cancha y que con varas de caña brava, habían dado vida a los arcos, para cada vez que entrara, se cantara la esencia del fútbol, el gol.
Ninguna oscuridad oculta a pesar del tiempo, apaga el sonido del trompo, arrojado con fuerza desde la pita, para que bailara a metros de distancia, la loca danza, que estremecía la imaginación y llenaba la faz de alegría inaudita. Se pasaba como por encanto a la pelota envenenada, que no dejaba de tener sus peligros al perdedor, que sumiso, se paraba contra la pared de casa vecina, a tratar de esquivar los lanzamientos de la pelota maciza enviados con fuerza
por los ‘lapidadores’, que reían a carcajadas. No, nada de aquello se puede olvidar.

Desayuno con 'calentao'.

C
uando la palidez de la tarde caía sobre la cordillera y las mesas de los hogares habían quedado vacías, después del hartazgo de suculenta comida, se encontraban para jugar ‘botellón’, brincándose unos a otros en fila india, hasta caer desfallecidos por el cansancio. Las niñas, hacían su aparición en juegos más tiernos. Esconde la correa, el coclí, que pase el reloj, que pare, los escondidijos y tantos otros que eran costumbres sanas de una época, en que los niños eran niños y se usaba la creatividad que desarrollaba la mente. Nada oscurecía el círculo de los juegos; la perversidad del hombre no había llegado a los extremos del hoy.    

miércoles, 17 de abril de 2013

EL DESPERTAR DE LAS PASIONES.

Amores únicos.



la imaginación tiene sobre nosotros mucho más imperio que la realidad” (Jean de la Fontaine).

L
a llegada de la época de la juventud, viene asociada de interrogantes, malestares, incredulidades, cambios hormonales y rechazo a todo lo establecido. No se puede poner en duda, es una etapa de la vida, que conturba, al llenarnos de dudas. Sí sé sabe salir de él, bien librado, podemos darnos por bien servidos. A muchos esos instantes, les hace coger caminos equivocados, que los lleva al fracaso. Es lamentable, encontrar a aquellos con quienes se compartió las escaramuzas de la pubertad, hechos una piltrafa dominados por los vicios o en actividades ilícitas. La sensibilidad del corazón, hace, que broten algunas lágrimas.
El acicalamiento constante de la presentación personal era una rutina diaria. Lociones de fragancia de Flores, atezamiento del cabello, camisa y pantalón bien planchados y zapatos lustrados; ¿para qué? Con el fin de salir a buscar las lindas mujeres que caminaban por el parque; las que salían de la iglesia de mantilla en la cabeza o las que estaban sentadas en las bancas de cemento. Pero llegó un día…en que, desde uno de los barrios altos, descendía una morena escultural; de cintura pequeña y un movimiento de caderas como el de una palmera azotada por el viento; voluptuosa en todo su ser. Hasta ahí, llegó la paz conventual de los mancebos, despertándose en ellos, la pasión a alto voltaje. Todos queríamos conquistarla. Las miradas estaban inundadas de lascivia y caían sobre su cuerpo, como flechas mientras caminaba con aquel andar voluptuoso de Venus criolla, que se iba perdiendo por el sendero y quedaba haciendo estragos en la imaginación.  

Jamás está sólo.

Nada le podíamos brindar…ella, lo sabía. Se dejaba conducir hasta el kiosco para tomarse un refresco sólo por hombres mayores, éstos, devengaban y podían calmar sus gustos ¿qué podíamos hacer? Verla pasar como quien mira llevar dinero al banco, en manos ajenas; lo que no pudo jamás negarnos fue la dicha, de verla acomodar su figura en los taburetes del redondel del kiosco, cuando con la pequeña bata mostraba unas piernas bien torneadas, sin el más mínimo asomo de recato. ¿Para qué más? La fantasía hacía el resto.



miércoles, 10 de abril de 2013

ESAS REVISTAS.

Armonía de la naturaleza.
N
o pasaba un día en que no llegara a nuestras manos, una revista colorida con las hazañas de personajes, que las editoriales, nos brindaban para mantener la imaginación infantil en suspenso. Las había de todo tipo: hombres valerosos, acciones de guerra, amores y las aventuras sonrientes de animales parlantes. Se recorría las casas de habitación, en busca del amigo que tuviera alguna que no se había leído, para intercambiar, la que uno, ya cansado de releer deseaba cambiar. Era una constante que hacía que se recorriera largos caminos, para hallar un compañerito que con mayor poder económico, tuviera a su haber grandes cantidades de aquel tesoro inspirador, que entretenía largas horas a la muchachada y que proporcionaba a los padres malestar, porque veían que esa literatura, le robaba tiempo a la lectura de los libros de historia patria, geografía y a la del catecismo del Padre Astete, en la que el Padre Mario Mejía, los rajaba constantemente. Existía en  comienzo de la montaña, una mina de oro, de aquellas fantasías. La hermosa y acogedora casa campesina de Ramón Rivera, que después llegaría a ser alcalde del pueblo. 
El camino era angosto lleno de vegetación que despedía olores de sauces, mandarinos, naranjos y mangos y fragancia a tierra removida. En una pieza, nuestro amigo, en forma  desordenada, hacía gala de una colección de todas las revistas que aún nuestros ojos no se habían posado. Ediciones extraordinarias de fin de año del Fantasma, Supermán, Tarzán en hombre mono, Los Halcones, Mandrake, el Conejo de la Suerte, El Gato Félix y tantas otras, que quedamos maravillados ante el hallazgo en un lugar apacible remojado por la frescura de pequeña quebrada, que traía desde el filo de la montaña cantos de vida y donde las aves sin temores se bañaban.


Figo en los alumbrados.

A
l descubrir el filón de las publicaciones en manos del amigo, más el ambiente que lo rodeaba, hizo, que fuéramos visitantes consuetudinarios y escarbadores hasta el fondo, para no perder ni una sola hoja, en las que venían atropelladamente las aventuras de héroes a los que queríamos emular en el futuro, cuando fuéramos hombres de pelo en pecho. Las costumbres de aquel hogar, se vieron desalojadas por nuestra intromisión y pésima mala educación, que sólo el tiempo lo hace comprender, al igual, que el resto de nuestro paso por la vida. Todavía se escucha, en la caverna del recuerdo, los alaridos de la lora al ver el tropel de niños.   

miércoles, 3 de abril de 2013

AQUELLAS CARTAS...

Lo que queda de la vanidad.

Una buena vida, deja herencia.

L
as costumbres, son como las manchas de familia, no se pueden borrar. Al cambiarse de lugar de origen, quedaban atrás el grupo familiar. Muchos de los componentes, por aquello de traer el originario ancestro de la aventura, marchaban en pos de un destino mejor, dejaban el hogar paterno. Se buscaba otros departamentos y los más arrojados, se lanzaban a destinos desconocidos allende de las fronteras patrias. Otras culturas, idiomas, creencias. De muchos, se perdió todo contacto, hasta el sol de hoy. La gran mayoría, en tierras extrañas, sentían la nostalgia por la tierra que los vio nacer, el calor de hogar, la novia dulce e ingenua, que arropaba el corazón y hasta del perro que le meneaba la cola a su llegada; recordaban el verdor de las montañas, la brisa mañanera, los cantos de las aves, los acordes musicales de bambucos y pasillos que sonaban en noches de luna llena, en la ventana de la amada en serenata romántica; eso hacía que el corazón se compungiera de tal forma, que quisiera regresar, pero era más fuerte el deseo del triunfo y seguía luchando por un mañana mejor.  
Las soledades y los llamados de los ancestros, se mitigaban con la blancura de una hoja de papel, que se acostaba tiernamente a la espera de recibir las caricias del lápiz que suavemente se deslizaba por su cuerpo, depositando historias, narrando adversidades, desvelos y una lágrima pesada que caía después de rodar por las mejillas. Las misivas se llevaban al correo y empezaba la larga espera de la respuesta. Los destinatarios, recibían la carta con alborozo y se sentaban a escuchar la voz cantante, que entre  manos temblorosas y palabra entre cortada por la emoción, iba llevando la tranquilidad, admiración y sufrimiento al grupo familiar. Todo hacía presagiar por la epístola, que el ausente amado podría echar raíces lejos de la querencia.


Alumbrado de casa humilde.

L
a madre del emigrante, acariciaba con ternura y sollozos la blancura del papel en que su hijo, le decía que la amaba y que aquel día que regresara, la llenaría de regalos. Con la paciencia y ternura que lo retuvo durante nueve meses en su vientre, colocaba cada una de las cartas adhiriéndolas con una cinta, que guardaba primero en el corazón, después, en el baúl, en que se encontraban  sus recuerdos de infancia; fotos amarillentas por el paso del tiempo y el ajuar con el que fue llevada al altar. Allí, se acomodaban las líneas escritas por la mano del retoño, que cada que sentía tristeza, eran sacadas por las manos arrugadas  que la hicieran sentir cerca del ser amado, que llegó en los pliegues de la carta.    





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