MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

1560 KILOCICLOS


Naturaleza viva

Se van los recuerdos hasta la época de los 60. La emisora RADIO COPACABANA, había sido inaugurada. Empezó en el segundo piso de lo que se llamó, la Casa Consistorial, donde en el pasado funcionaba la administración municipal; un pequeño cuarto entablado y muros de bahareque. El transmisor quedó instalado en el barrio La Azulita y la antena (una guadua), se incrustó en el morro del cementerio, a pocos pasos donde muere la vanidad. Un alambre de timbre, recorría debajo de los alares, desde allí, hasta el estudio, dándole vida al sonido en el radio hogareño. Aquella pequeña maravilla radial, sin ínfulas de grandeza, se instauró con el afán de culturizar a un pueblo semidormido, en la placidez de su pasado.
Por los tornamesas giraban discos de acetato, en que venían programas grabados de cadenas internacionales, así mismo, música de grandes compositores, no podían faltar, los de 78 RPM, con melodías variadas, haciendo énfasis en el folklor colombiano. El grupo humano que laboraba, estaba impregnado de amor por el terruño, haciéndolo de manera desinteresada y poniendo el corazón en cada audición. Muchos de ellos ya muertos, los demás, olvidados. A Miguel Cueca, director artístico, se le metió entre ceja y ceja crear un grupo de teatro con obras costumbristas; con el elenco neófito en lides actorales, se iniciaron los montajes.


Luna de noviembre 2015

 Con obras de ilustres escritores antioqueños se llenaron las transmisiones hercianas, con el afán irrestricto de no dejar morir en el olvido, las costumbres, el dialecto de la vida cuotidiana de un pueblo aferrado a las breñas de la hidalguía.
La felicidad de todo aquello, llegó al parasismo, cuando se lanzó Tiempo de Sequía de Manuel Mejía Vallejo. El escritor nos honró con su presencia. El aguardiente rebosaba las copas. Él, lo prefería en vaso para saborearlo, mientras se escuchaba la grabación; al terminar, recibimos los actores las felicitaciones y un fuerte abrazo del maestro exclamando: “¿Cómo con tan poco, lograron ésta magnífica adaptación?” Se refería a lo exigua tecnología con que se contaba. Nadie en el poblado lo recuerda, es otra página que entró en el olvido.               
 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

AQUELLOS DICIEMBRES


Cuando se disfrutaba

Se venía de la temporada invernal del mes de las ánimas, denominado así a noviembre. Por las majestuosas cordilleras que salvaguardan a Copacabana, se empezaba a iluminar con amaneceres diáfanos las callejuelas, los tejados encubridores de historia, la blancura del templo; las aguas cristalinas de la quebrada, daban visos al igual que un calidoscópico, girado por la naturaleza. La brisa que despertaba las alboradas, venía con rumores y la frescura de otros lares, paseándose sensualmente cual bailarina voluptuosa, por entre la arboleda y la palmera que engalanaban el parque y hacían danzar con su soplo, los chorros de agua brotados de la fontana. Por los solares se escapaban los villancicos perfumados de humo, salidos de las cocinas en el atarear de las pulcras manos de las madres bonachonas y amorosas.
La tierra se cubría en verde de todos los matices y reventaban de los capullos flores policromas, que llenaban de aroma los senderos, abasteciendo de néctar a las abejas y alegraban el revoletear de los pájaros que entonaba alegres trinos; el ojo del hombre se extasiaba y el oído se embriagaba con los acordes. Había aparecido la majestad de la alegría. Diciembre.  
La calma, sello del poblado, se iba convirtiendo en la algarabía con el juguetear de los párvulos.



Mi hermosa madre y Horacio

Por los caminos polvorientos que unían las veredas, se movían las romerías con viandas en son de paseo, tras  la búsqueda de ingredientes de la naturaleza, que hiciera hermoso el pesebre hogareño; se aprovechaba el instante en la recolección de leña, que ardería debajo de la paila de cobre, mientras en el fondo de ésta, en borbollones, la natilla tomaba forma, tras el girar del mecedor agitado por brazos anhelantes. En el fondo de la cocina, manos artísticas redondeaban la maza para los buñuelos, que danzaban dentro de la manteca hirviendo. La unidad familiar se rubricaba con la ingestión de estos manjares y con la novena al Niño Dios.                

miércoles, 11 de noviembre de 2015

LOS HIJOS AL GARETE


Deshechos que dan vida

Salirse de los esquemas en que fue diseñada la órbita de la creación, es un atentado funesto, que da un salto acrobático hacia el pasado, en el que la destrucción llegó al Valle de Sidim, como consecuencia del empotramiento de desmanes, orgías e incontable parafilia; el fuego y el azufre cubrieron a Sodoma y Gomorra y la desobediencia se convirtió en sal. El consumismo y las modas se inyectan en el cerebro haciéndolos ver como algo necesario; el vulgo se lanza en procura de lo absurdo enceguecido, sin meditar, que rueda a la perdición.
Los niños nacen siguiendo el mandato de la creación, no existe otro, que remplace el acto sublime del nacimiento de una nueva vida; hombre y mujer, fueron instituidos para llevarlo a cabo formando un hogar, principio de la familia y pedestal de la sociedad. Cuando el ambiente se enrarece con ideas y costumbres abyectas, el devenir se oscurece con negros nubarrones, proclamadores de angustias, zozobras y caos. Hay quienes nacen y otros que se hacen; los que de la naturaleza emergen fuera de contexto, se deben admitir y respetar; no así, a los que  se innovan, emergiendo en forma de plaga maligna creando cofradías antinaturales, que confunden la armonía del entorno, para satisfacer el cúmulo de aberraciones de mentes pervertidas.



¡Ogros multiformes y despiadados!
Las mentes diáfanas de pequeños seres, se invaden de confusión, cuando leyes inversas a la realidad, los van llevando al camino de la inadaptación, incredulidad y frustración. Todos como borregos, saltan a la palestra con aullidos de aceptación, por el temor de ser reconocidos como anacrónicos, ante la vorágine de la insensatez. Nadie, ante lo absurdo, se ha dignado a preguntar, ¿sí los niños, tuvieran la capacidad de decidir, qué opinarían? Acaso, ¿Esto no es un abuso?    


miércoles, 4 de noviembre de 2015

SE HA LLEGADO A LA VEJEZ


Antigua casa de Copacabana tirada al suelo
Alegremente se inició el enigmático viaje por la geografía de la vida; se pensó en primera instancia, que no era indispensable, cargar la maleta con ingredientes inútiles, pues se convertirían en estorbo y sobre peso durante la jornada. No se estaba seguro, sí tuviera retorno al punto de partida. Echando mano a las experiencias ajenas, a, aquellas que los padres, narraban en las charlas hogareñas, bautizadas como consejos, se inició la trashumancia hacía lo desconocido; lo abordó por aulas de escuela y colegio, no encontrando acomodo y sí temor ante la frase: “La letra con sangre entra”, alejose antes de que la regla, quedase marcada en los glúteos y un halo de frustración se acomodara rampantemente, durante el resto de la expedición. Siguiendo la jornada, un día apareció entre los vaivenes avasalladores de dudas, espirales sexuales cubiertos de cabellos suavemente perfumados, rechazos, perturbadores delimitadores del sueño y constantes vacíos. La confusión deslindaba los espacios de aquella etapa a la que la jornada lo había conducido, estaba anclado en la vorágine de la pubertad; deseaba adormecer los conflictos internos, con el tintinear de las copas que deslizaban embriagante brebaje, que por instante, apagaba las angustias.
La pesadez de errores, desafueros y excesos, fueron cediendo ante el paso imperioso del tiempo.


Arriero de Copacabana
Algo cansado, se fue internando por un lugar en que el blanco, era el color sobresaliente. Níveo eran los pensamientos y tan claros los recuerdos, que podía ver con exactitud lo acaecido en la etapa de la partida, tanto, que escuchaba el aire elevando la cometa; sentía el olor característico acogedor del hogar. Sentado sobre una piedra, empezó a ir borrando de su segundo viaje (aquel de los excesos), los derroches, ambiciones, la sexualidad quimérica, el afán de sobresalir; emprendió a tomar de todo el recorrido las experiencias, cual doncellas caprichosas, abanicaban la conciencia. En la lasitud del instante, se apoltronó a esperar el fallecimiento de la última neurona.