MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

jueves, 12 de diciembre de 2019

LOS PELUQUEROS


COPACABANA EN EL CENTRO

Es a principios del siglo XVII que comienza a mencionarse en los documentos a los peluqueros, aunque podemos considerar el tensor romano, barberos y fabricantes de pelucas en la Edad Media en Occidente, como verdaderos peluqueros en el sentido de peinadores. O sea, pues, que el honorable empleo, es bastante antiguo. Alguna ocasión leía, que cuando se llega a un lugar por primera vez, es bueno para conocer el sitio de original mano, ir a la peluquería pues ya muellemente acomodado en la silla, el fígaro se comporta como hiciera mucho tiempo te conociera; a cada tijeretazo te va narrando la historia de la comarca y en menos que se persigna un cura ñato, estás enterado en que territorio te encuentras. Son unos verdaderos guías turísticos sin el mayor costo.

En la otrora apacible Copacabana, hoy, con ínfulas de metrópolis y con el vicio de derruir el pasado; en la calle principal (calle del Comercio), estaban empotradas las peluquerías del pueblo, pequeños cuartos con la parafernalia requerida para el oficio de desmontar copiosas cabelleras o a hacer milagros con los cuatro pelos de un engreído calvo. Al entrar, se sentía el olor a talco de bebé, alcohol antiséptico y a piedra lumbre, que se restregaba por donde la barbera había pasado con su filo de bisturí, dejando algunas muescas con hilillos de sangre, para evitar males posteriores o la infame tiña. Don Jesús González, dejó la ciudad de Medellín y se instaló en el Sitio, trayendo nuevos cortes de cabello, aparatos más modernos, lo que llamó la atención de los citadinos.   
Un hombre serio, de hablar pausado y de largas historias. Víctor Gallo, alto de complexión gruesa, en que no podía faltar un inmenso tabaco en la boca, a medida que iba haciendo la gestión y narrando los hechos acaecidos de la noche anterior, dejaba caer partículas de ceniza sobre el pulquérrimo lienzo que envolvía el cuerpo del cliente. No perdía lunes, para sus libaciones etílicas acompañadas con damiselas en lo que se llamaba Las Camelias. Eleuterio Rivera, personaje más bien salido de un cuento de terror. Tez trigueña, cabello ensortijado completamente blanco; arrugas profundas en el rostro y sobre todo aquel raro contraste de las antiparras. En uno de los ojos, el lente, estaba completamente empañado, para evitar que el vulgo detectara que allí, no existía sino la cuenca y en el otro, estaba despejado de vidrio, quizás por ello, era poca su clientela. El más bello personaje de los barberos, lo era, don David Carvajal. Viejo alegre inundado de historias. Hizo del oficio, la manera de que los enfermos y lisiados, encontraran el modo de mantenerse bien rasurados. Cogía su bicicleta y en la parrilla, cargaba los instrumentos y casa por casa prestaba el negocio. El primer peluquero de servicio a domicilio; mucho de caridad y de visión. ¡Oh tiempos!  

Alberto. 


jueves, 5 de diciembre de 2019

VISIONES


BALCÓN HISTÓRICO DE COPACABANA.

¿BOBADA? Creer que se deja, lo que produce dinero.
¿RELIGIONES? Concurso desabrido de baile.
¿ACADEMIA DE LA LENGUA? Salón tétrico en que se reúnen unos vejetes, a aprobar porquerías.
¿GUACHO? Próximo ministro de defensa.
¿DISIDENCIA? Brazo armado del mismo con las mismas.
¿TUMBA? Lugar en que se guardan los secretos que no se pudieron contar en vida.
¿VENTRÍLOCUO? Es el que finge la voz con esfuerzo, cuando los otros lo hacen sin inmutarse.
¿EXTRAÑEZA? Estando cerca no se hablan y se aman intensamente en Internet.  
¿CALÍGULA? Tragón compulsivo.
¿ABUELA? Mujer envejecida y despersonalizada que los nietos destruyen “amándola.”
¿VENTANILLA? Lugar siniestro que las personas usamos para cobrar favores. 
¿COITO? Momento en que no existen disgustos.
¿EL? Siempre está ahí, los que nos alejamos somos nosotros.
¿EXTRAÑO? Qué las aberraciones que antaño fastidiaban, hoy, son aprobadas. 

Alberto. 

miércoles, 27 de noviembre de 2019

EL POLICÍA ESCOLAR


ASILO ANTIGUO DE COPACABANA.



El mapa geográfico del poblado arropado por la Virgen de la Asunción, la Fundadora de Pueblos, el pedacito de ensoñación, no es muy extenso, pero caminarlo con unos pies cansados de trajinar por los senderos del tiempo, posarlos encima de los arados; corretear detrás de los terneros mamones hasta llevarlos hasta la ubre de la remascadora vaca adormecida, subir por trochas en busca de maderos secos que den lumbre al fogón de tres piedras y recoger con la cerviz doblada los frutos de la tierra, esos regalos de vida que dan salud para continuar el paso efímero por el atajo de la supervivencia; de esa manera vivía en otro lugarejo el viejo campesino que con numerosa prole, descargó sus anhelos en el Sitio de la Tasajera, por allá, cerca de su fundación, en un lugar menos agreste, en el que alcanzaba a escuchar las campanas cuando los domingos llamaban a misa o invitaban a la solidaridad en la despedida de un ser querido que vestido con hábito franciscano, algodones en las ventanas de nariz, emprendía el viaje sin retorno. El campesino cansado y viejo, al poco tiempo, encontró en la escuela de niños el lugar que le brindaría la manutención y estabilidad del hogar.
 La escuela de don Jesús, como todos la nombraban, era inmensa, acogedora y solariega, en la que los educandos en los recreos se desfogaban como lo hacen los cabritos en la selva. Una gran mayoría descalzos. No podía estar ausente los niños que, por pereza o miedo a los castigos de dolor, no asistían, permaneciendo escondidos en la quebrada Piedras Blancas en aquellos charcos verdosos, que invitaban a chapotear; otros, en los solares ajenos de árboles frutales, empachándose de sumos cítricos o el dulzor de mangos criollos. Por esos, los qué se “mamaban” la escuela, era que Villita, el policía escolar, con sus pies cansados se recorría toda la extensión del pueblo, llegando hasta la casa en que los padres desconocían el paradero del retoño y él, con educación, les informaba que no había hecho presencia en la entidad educativa. Aquel anciano cumplidor de su deber se le veía sudoroso y agotado, cargando su añeja ruana y terciado el carriel, en los puntos más distantes cumpliendo con el deber. Éste que narra, hacía parte de los temerosos del castigo con una regla qué llegaba hasta sacar sangre de las piernas o las nalgas. En una de las inasistencias al castillo del aprendizaje de las primeras letras, los ágiles pies lo llevaron hasta Guasimal, hasta allá, se llegaba por un camino estrecho o saltando los polines de la carrilera del tren. Miró a la lontananza en que casi se juntan los rieles…el miedo se apoderó del niño irresponsable e inconsciente, pues sus ávidos, anhelantes y ansiosos ojos, deslumbraron la presencia de Villita el policía escolar que venía en la misma dirección…

Alberto.     

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Y...CANTABA EL GALLO.


CALLE DEL COMERCIO COPACABANA.

Y…CANTABA EL GALLO.
Cuando aún el tren llegaba a Copacabana, deteniéndose en la bella, acogedora, placentera e histórica estación del viejo ferrocarril; lugar al que llegaban desde el puerto sobre el río Magdalena visitantes, los obreros de las factorías de bello o, estudiantes desde la Bella Villa, la Pedrera permanecía llena de contertulios. Parroquianos que salían de ver partidos de fútbol de la vieja cancha en que pastaban los caballos del viejo domador de equinos Encarnación Mora, choferes, fogoneros y mecánicos pues allí estaba la bomba de gasolina del lugar; eso hacía que la cantina fuera el terreno apto para “fresquiar”, “tintiar”, hacer negocios y dejarse llevar de las notas de un tango tristón y compadrito azuzado por el néctar de los dioses…el aguardientico. El piso se iba llenando de colillas de cigarrillos Pielroja. Era pues, ese punto del Sitio de la Tasajera, concurrido por diversos actores de la cotidianidad. Los amansadores de potrancas hacían rastrillar los cascos de muletos, potrancas y jumentos y, sin apearse, se llevaban a la boca el cristalino anisado que el mesero atemorizado les entregaba, pues los jinetes no eran alguno de los ángeles del cielo; el entorno se oscurecía más, cuando a las mesas les llegaban los “benditos” fogonero o ayudantes de los carros de escalera. No era raro ver llegar la policía. Para agravar las circunstancias un día le agregaron la gallera.  
Seguramente a los tahúres, ventajistas y apostadores profesionales, les encantó el lugar por el movimiento diario y quizás porque el pueblo también guardaba en su subconsciente, aquello de los ancestros paisas heredado de los judíos, del juego y las apuestas; era pues, un sitio extraordinario para montar la gallera. posiblemente el miércoles coincidía el día que el ambiente se llenaba de cantos de gallos venidos de norte, nordeste, suroeste y los de la Bella Villa, acomodados en bolsas especiales para que no exista maltrato y un agujero para que el emplumado pueda ver el paisaje y a su futuro contrincante. Los dueños repasaban el estado de las espuelas que les serán calzadas en los corvos espolones, comprobando que el criminal artefacto cumpla el cometido de cercenar la arteria que lleva la vida al emplumado colorado y poder ver correr la sangre que empapa el redondel en que los dueños agazapados entre hijueputazos de alegría unos y, rechazos otros, intercambian pesos machados de codicia y engaños que produce ésta. Las noches de calma y luna en Copacabana se llenaban de gritería estrafalaria y grotesca. “Esas imágenes infantiles son la esencia, el eje de la psicología de un pueblo”, decía en un escrito Fernando González. 
Alberto. 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

miércoles, 13 de noviembre de 2019

ASÍ TE RECUERDO


CIELO NUBLADO

Cuando los ojos empezaron a copiar casi que maravillados, aquel lugar apacible, sosegado y tranquilo, no tenían ni idea que se estaba dejando seducir por el brebaje embrujado de bucólico encanto, en un panal colgado de la agreste montaña paisa, que había sido encontrado por hombres de barba y ojos azules. Esa Copacabana de tiempos venerables dejaba verse por la mirada angelical del infante, desnuda, para extasiar con sus encantos al mancebo que deseaba hacerla suya ¡Lo consiguió! Retozaban juntos por entre la corriente de la quebrada succionando el sumo de los trapiches, mientras se deleitaban con el aroma de guayabales. Se escondían a ver el movimiento sensual de las amplias caderas de las morenas lavanderas y arrullarse con el canto lastimero, aflorado de las gargantas secas. Desde lo alto de la torre veían descender por los rústicos caminos de herradura, campesinos de sombrero, ruana, carriel, machete y botas ancha, casi en cortejo para asistir al llamado de las campanas, ofreciendo en el templo la cosecha que pondrán a la venta en el mercado de toldos albos. Abrazados pasaban revista a las cantinas en que la euforia maléfica incrustada por el licor, bailaba sobre la mesa rebosante de botellas. A cada encuentro con las tradiciones de la florida y, frugal amante del incauto niño, le daban la justa medida para estamparle el beso de amor eterno al verde recodo de la raza paisa. Juntos entre caricias escondidas, veían pasar a los desalojados de la diosa fortuna y los desamparados del intelecto: José Gondo, se impulsaba con bordón de guayabo, Susanita, precariamente movía sus cansados pies; Babey lanzaba pedruscos a niños maléficos, mientras desaparecía llorando. Vástago caía del caballo que la chusma de fogoneros había trepado en sus lomos, para morir en soledad.

El padre Sanín los domingos vestía sombrero aguadeño, poncho y un carriel tan grande como mentira de Cosiaca al que caían algunos pesos, que les cubrirían en parte las necesidades a los fogones desamparados; después el levita, atalayaba a su rebaño desde el segundo piso de la casa cural. Entre caricias y besos, continuaban la hermosa Copacabana y el mozuelo. La fontana lanzaba manantiales limpios de esperanza, que la brisa cargaba en su regazo, para refrescar la caminante pareja de enamorados o a los contertulios de la banca. veían en el atrio a la salida de misa, esa, la pomposa de las nueve, al grupo de comadres de manto negro, mantilla satinada y cachirula florida, mordiendo y volviendo pedazos a media humanidad. A medio pueblo le ardían las orejas. Desde el teatro Gloria se escuchaban salir del parlante, los tangos de Pepe Aguirre, Hugo del Carril o su majestad Carlos Gardel motivadores para asistir a la película de turno, o sea, la que llevaba 2 semanas en cartelera. Tomados de la mano seguían juntos, no podían ocultar su amor. Se recostaron en el campo de la cancha de fútbol en que la gente desahogaba la serenidad acumulada y aprovechando la soledad, procrearon dejándose observar por los juguetones sauces y el rumor del río, sueños, historias, alegrías, versos y aquel hijo amado por los dos ¡El recuerdo! 

Alberto. 

miércoles, 6 de noviembre de 2019

BUSCANDO LA PEPITA DE ORO


CASAS ANTIGUAS

Era acucioso, mal genio y honesto. Antonio Gutiérrez recorría las calles de Copacabana (la vieja), descalzo con vestido de dril haciendo algún mandado a uno de los cantineros del pueblo que también lo utilizaban para hacerle la limpieza a sus establecimientos, que él, ejercía a las primeras horas del día, para no entorpecer el normal funcionamiento. Aquello, le acrecentaba la maltrecha faltriquera, le permitía tomarse su “tinto” bien caliente o de vez en cuando, unos guarilaques que le alejaban por instante la timidez y le dejaban ver lo enamoradizo saliendo a una de las puertas a lanzar un piropo a alguna colegiala o a las lavanderas que pasaba con el ‘atao’ de ropa sobre la cabeza; sólo cuando estaba en estado de embriaguez departía con alguien, pues el dios Baco le trepaba la autoestima más allá de la torre de la iglesia. La S.M.P. (Sociedad de Mejoras Públicas), le tenía asignado un cuartico en alguno de los caserones que alquilaba para tener su sede y los estudios de Radio Copacabana, donde Antonio reposaba a sus anchas y servía de celador. Algunas noches se le veía pasar enruanado con destino a la quebrada Piedras Blancas lo que daba comidilla a las malas lenguas…” Ese, es que tiene res amarrada.”
Toño, había nacido predestinado para escarbar las entrañas de la tierra o sería tal vez, qué en el árbol genealógico y por línea directa habría existido un minero español aventurero de esos que llegaron al Sitio de la Tasajera ¿a hurgar la quebrada la Chuscala, origen del pueblo? Sea lo que sea, nuestro personaje de marras recorría las orillas de la quebrada Piedras Blancas de arriba abajo, partes del río y pequeños afluentes de batea en mano, frasquito de mercurio y recipiente para guardar las pintas de oro que fueran halladas después del cateo en la casquivana veta; llenase la batea expedicionaria de arenas blancas comenzando la danza en que gira el agua mermando la sílice, hasta que en el fondo… ¡Aleluya! Una pinta. El eterno buscador de minas a pesar de lo añejo de su delirio económico, frunce el entrecejo, suelta un suspiro, debajo del ancho sombrero se alcanza a distinguir el colmillo participante de la sonrisa. Con el índice va separando con cuidado de madre la chispita amarilla que lleva hasta el recipiente que después será trasportada a pequeña bolsa en que la esperan congéneres del rubio metal, que hará cambiar Come Tierra en Medellín en unos cuantos pesos, que serán guardados en sumo secreto, tal vez pensando en un casorio que se pueda presentar, de eso, no está libre nadie.    

 Alberto.

miércoles, 30 de octubre de 2019

PENSAMIENTOS...


EL AYER

 ¿UNIDAD RESIDENCIAL? Lugar en que habitan los siete pecados capitales, bajo la mirada cómplice de los vigilantes.
¿MONTAJE? Son las triquiñuelas que hacen los políticos para demostrar lo que no son.
¿CELOS? Pandemia cerebral que destruye el arco iris de las ilusiones.
¿SECTARÍSMO? Enfermedad nefasta que mata la razón.
¿DESAHUCIO? Las cárceles sacan presos para albergar “honorables” parlamentarios y magistrados.
¿MISTERIO? El lugar en que se enterró la honestidad.
¿TRIUNFO? Aprender a reírse de sus propios defectos.
¿BABUCHAS? Descanso de la abuela y dormitorio del gato.
¿PRÓTESIS? Caja de dientes con engalanada de levita.
¿DE LA VISTA GORDA? Hacerse el bobo ante las circunstancias a sabiendas de que puede quedarse así.
¿LÁSTIMA? Ver algunos cometiendo los mismos errores que uno realizó.
¿FICTICIO? La risa de la pose de la foto.
¿LLENO? Es mejor llegar al infierno pellendo, que al cielo bostezando.
¿GUMARRA O GALLINA? Animal de corto vuelo que odia los embarazos.
¿DEPENDIENTE? Quién no conoce las delicias de la libertad.
¿ESTAR MAL? Orinar con vejiga prestada.
¿OFENSA? Puede ser palabra mal interpretada por la susceptibilidad.  ---------

Alberto.

miércoles, 23 de octubre de 2019

CUANDO ERAN LOS SEGUNDOS PADRES


COPACABANA EN LA MEMORIA

Sería un pecado de lesa humanidad, desalojar del pensamiento aquella Escuela Urbana de Varones de la señorial Copacabana, del Sitio de la Tasajera o de la Fundadora de Pueblos. Echando una lastimera mirada por el espejo retrovisor del recuerdo, se atalayan exuberantes moles de paredones de barro pisado por los pies descalzos de antiguos moradores, quizás de descendientes de indios peruleros, con seguridad sí, de mestizos que deambulaban sin oficio por las polvorientas calles. Antes de llegar al primer salón al que siempre llegaban los niños de primer año, que caían en manos de una maestra, estaba en la parte de abajo limitando con la calle y la factoría que en principio perteneció a Sedeco (Sedas de Copacabana), la piscina ¡Oh qué frescura! ¡Cuántas peleas! Siguiendo por el enorme zaguán de entrada estaba el recinto de segundo año de primaria, queda de él en la memoria a un viejito rechoncho, boca de zapo, ojos pequeños rojizos cómo de fiera al asecho, que de vez en cuando levantaba la tapa del pupitre para absorber de una botella el extracto del anís. Era don Alfonso López el que todos los días llegaba hasta la estación del tren para viajar a su natal Barbosa. Dejó tan poco…No. Nada. Lindaba éste con otro segundo. Ahí, con cabello liso como lamido de vaca, pretina arriba de las caderas, vestido de “cachaco” azul oscuro, don Hernando Hoyos, preparando la caña de pescar detrás del tablero labor encomendada a dos de sus alumnos para las vacaciones de fin de año. Enseñaba con ahínco y amor. Quedó en la añoranza aquello: “Salga al tablero vusté Mejía.”
Adyacente estaba el tercero que siempre fue la dehesa del director don Jesús Molina y la rectoría de aquel instituto en que despertaron el deseo de saber más de lo que nos tenía la vida escondido detrás de los libros, los cuadernos, el compás, los secantes, borradores, la maleta de cuero los urbanos o jíqueras los del campo y aquellas malditas reglas hechas de comino, con las que llenos de ira, descargaban en nuestros glúteos, las que muchas veces hacíamos quebrar untándonos cebolleta, motivo de doble enojo. Queda de él, su cabellera áspera y cana, qué cuando estaba de buen humor, tiraba el trompo haciéndolo bailar en una uña. Formando escuadra se encontraba la cuna de la honorabilidad, el buen hablar, la distinción. En ese aposento del saber se destacaba don Jesús Tapias. Conspicuo señor dedicado con apego a formar personas para la sociedad. No conoció componendas para favorecer al hijo del potentado o la vieja engreída; mantenía a flote el rasero de la ecuanimidad, imparcialidad y la justicia. Dando vueltas en mi cerebro igual que el abejorro ante la colmena están aquellas benditas frases cuando se acercaba el fin del año y notando que no íbamos muy bien académicamente: “Esta molienda es con yeguas amarillas. El día de la quema se verá el humo. Sepulcros blanqueados y ya para que llorar sobre la leche derramada.” Oh salve a quienes dieron los primeros hachazos para destajar la ignorancia. Sí serrara el comentario sin hacer alusión a los dos patios de recreo, no me lo perdonaría algún viejo condiscípulo, que jarto de cantaleta se adentrara por estos andurriales del recuerdo. El primero estaba al frente de los salones, por ahí por entre matas correteaban los más pequeños jugando la “chucha” con gritería ensordecedora; cansados enrojecidos por los rayos del sol y con sed, tomaba agua de la sonora pila, bajo la mirada del maestro encargado de la disciplina y el otro, estaba en la parte de atrás. Los grandes se deleitaban con el “botellón”, el “tren” o jugaba partidos de fútbol sobre un piso irregular. Sonaba la vibrante campana y en menos que se persigna un cura ñato, los grupos se situaban en formación estricta y en completo silencio se llegaba a las aulas. El sol y el aire, entraban por las inmensas ventanas para escuchar qué dos más dos, son cuatro, Colombia está en Suramérica y que el catecismo es con puntos y comas.                        
Alberto.

miércoles, 16 de octubre de 2019

PENSAMIENTO


YA NO EXISTE

¡¡FUERA TODOS!!
Publicidad Política Pagada.
Un avión con reversa.
Un árbitro de fútbol con gafas.
Un humano como el gato con 7 vidas.
Encontrar el eslabón perdido.
Un entrenador de fútbol de sombrero.
La cama de descanso del judío errante.
El entretenedor del llanto de la llorona loca.
El marco del cuadro de Dorian Grey.
La virginidad de la dueña del prostíbulo.
Qué no sea peligroso hablar en contra de la libre determinación.

Alberto.

miércoles, 9 de octubre de 2019

REGRESO EN EL SIGLO XXI


MONUMENTOS DE COPACABANA FOTO TAVO GARCÍA

A pesar de haber llegado el invierno, la mañana amaneció limpia y con incipiente sol. Se dirigió al pueblo amado. La carretera llena de vehículos, por consiguiente, trancones, le hizo presagiar que allá en Copacabana, todo era distinto. Efectivamente. Enfrente a la cantina de Pizca y debajo del palo de mango, no estaban los carros de escalera con aquella estupenda policromía y sus trazos geométricos, como tampoco los paisajes bucólicos unos y otros, imágenes de santos; no se escuchaban por el contorno las sirenas del Fargo de la Empresa Montecristo o el siete bancas de Trasporte la Esmeralda. Halló un vacío sepulcral en el lugar que ocupaba la capilla de San Francisco y no pudo observar las Estaciones del Viacrucis estilo colonial, ni el altar tallado. Un dolor inmenso y múltiples preguntas. Algo semejante observó en el templo principal, se unieron las lágrimas y las interrogaciones…De aquella quebrada de grandes arroyos, en que sobresalían Charco Azul, Charco Negro, Charco Palo y otros tantos en que la chiquillería desfogaba su fuerza vital, se los había tragado el crecimiento poblacional, que a la vez despojo los guayabales comida nutriente de las aves, de algún orate que calmaba el hambre y de los escueleros que llenaban sus bolsillos del alimento silvestre para llevar a la escuela de don Jesús. Ésta, ya no estaba en el lugar; derruyeron los enormes salones de tapia con aquellas enormes ventanas que le daban permiso al viento para pavonearse dentro del aula, agitando los cuadernos Bolivariano o borrando con el ímpetu las letras escritas con tiza en el inmenso tablero.
No encontró la cantina de Tito y el vaso de avena blanca y nutriente de la esquina de Zacarías no existía. La mirada se posó en la acera del frente en la que mitad de la población encontró futuro, empezó a escuchar voces de fantasmas que salían de la soledad, parecían murmullos de dolor, extrañeza y rabia, le pareció ver en ese instante la figura bonachona de don Abrahán Espinal el viejo administrador. Se dio cuenta que ya la sirena de la factoría no sonaría más para partir el día. Al agudizar el oído no percibía el ruido de las carretas tiradas por caballos, cuando en caravana llegaban desde la capital para surtir las tiendas, ni tampoco escuchó: ¡Arre mula! Sabía que no estaba sordo, sino que el tiempo todo lo borró. La época estaba golpeada por la emancipación del futuro, pocos rasgos quedaban del pasado, hasta el clima había perdido el encanto saludable; las mangas con su verdor se estiraron buscando altura en edificios palomeras multiplicando la temperatura. Los vecinos de entonces reposaban en el Campo Santo; el carriel, la ruana y el machete se despidieron llorando al no encontrar un amante. Noté, que mis amigos no salían a recibirme… ¿Será qué ya no están? Creo de verdad que todo aquello visto y no, son una inmensa crueldad de la vida.  

Alberto.                                   

miércoles, 2 de octubre de 2019

DUALIDAD, CEMENTERIO Y PANORÁMICA


TEMPLO DE COPACABANA FOTO HÉCTOR BOTERO

¡Qué realidad abrumadora! El campo santo está enseñoreado desde la altura, de los vivos de Copacabana. Son observado por entre los pinos por la parca, una de las tres viejas deidades hermanas: Cloto, Láquesis y Átropos: las primeras en funciones de existencia, mientras que la última corta el hilo de la duración de Homo Sapiens. Desde aquel alcor, prominencia natural que se encumbra desde el torrente de la quebrada, las miradas escrutadoras del niño, se extasiaban incrédulas en la agreste montaña que delimita la propiedad del conglomerado sítiense con la vecindad del Señor Caído. Clavaba la mirada en los salones en que casi media población laboraba, muchos de ellos, exhalaban efluvios de boñiga, terneros mamones, vacas cachimochas, llevando en las uñas adheridos ínfimas porciones de tierra del arado. El aire caprichoso perturbador de la quietud de la palmera, se remontaba hasta el campanario, tomando el acariciador tañer y con juego de ondas esparcirlo por el espacio. El río oscuro se recostaba a las riberas para ir besando apasionado las vegas de cañaduzales, sauces parapeto de cigüeñas, cuevas de liebres y follajes rastreros que iban a parar a los comederos de los animales, antes de tomarse la melaza.

Desde ese altozano binóculo de la intrepidez del mozuelo, rapaz incrédulo, que con un ojo miraba la expansión de la comarca deleitándose con la herrumbre de los históricos tejados. El orín de los goznes de los portones hidalgos, que celosamente guardan la paz de las familias distinguidas y arropan con amor a los desalojados de la diosa fortuna. El viento trae hasta los oídos desde las aulas, las voces de maestros inculcando honradez y con el otro ojo, el párvulo indiscreto atemorizado, con los pelos de punta, mira la soledad congelada de las bóvedas y tumbas engalanadas de flores de papel: el ciprés testigo de llantos postizos y de dolores desconsolables de lealtad y amor. Gallinazos danzantes en lo alto de la parcela en que la igualdad es el rasero de la humildad y la opulencia. No alcanza a discernir la magnitud entre la vida y la muerte, sin embargo, siente alegría al retratar el paisaje con el iris de ojo y temor apocalíptico con la frialdad, soledad y desamparo del campo santo, dualidad existente desde el principio…

Alberto.                           



miércoles, 25 de septiembre de 2019

BARRIDO DE ENSUEÑOS


COPACABANA DESDE EL AIRE


Es compañero del viaje de la vida, ese filme elaborado con cordura, refinamiento y finura, por el democrático recuerdo. Ese bloc de páginas llenado con líneas arabescas por el insustituible yo, el ególatra, fatuo; ese Dorian Grey alejado de la “belleza” promiscua del engaño. Se decía, de ese maridaje anodino de lo personal con la evocación. Ellos, fueron recogiendo del pedregoso camino remarcado por las pisadas de las recuas de mulas, lo que los pasos iban abandonando a la vera o que quedaron chilingueando en las ramas de los árboles. A la llegada, la primera visión de los espantados ojos del niño, era la inmensidad de la plaza con la verdura del césped acaricida por el efluvio de las bestias pasteadoras, el cacareo de las aves de corto vuelo, una mojarra cocotera, palomas fieles cucuruteando mientras los cucaracheros entonaban bellos trinos esperando no ser atacados por el pérfido sirirí o bandadas de pechi-rojos que llegaban desde los campos en que en árboles frutales anidaban. Aquellos oídos tiernos se enternecían con el vibrar de las sonoras campanas llamando al ángelus en aquella hora en que el gris se apodera del entorno, del ensueño y del alma.

Las pisadas se largaban conducidas con temor, por aquellas piernas veloces, era la conquista del precoz mancebo. Casas llenas de historia del Sitio de la Tasajera, de la Copacabana antañona de pocos habitantes en que la runa, el carriel, nos topamos, ajualá mi don, estaban llenos de cariño, de sabor montañero, de honestidad, calma y paz tan blanca y pura, como aquellos toldos en que la carne destilaba cariño, endulzado por las velitas tirudas, “recortes” y colaciones. Las afueras del caserío eran lugares arborizados escondidijo de ponedoras silvestres o juegos infantiles en las caminadas hogareñas. Desde la cúspide de la montaña se desprendía la vida en torrentes endulzándose de trapiche en guarapo, sirviendo de ocupación a poderosos brazos castigadores de ropa sucia contra las rocas, mientras los cantos los llevaba la corriente blanquecina entre la espuma hasta refugiarse en el remolino de la resignación. De esa unión, que recogió los primeros instantes en la Tricentenaria se echaron al morral de las reminiscencias, lo que ha ido brotando entre suspiros y lágrimas escapados del escaparate en que un día se encuevó el corazón.

Alberto.


miércoles, 18 de septiembre de 2019

DESILUSIÓN INFANTIL


BUENA VIDA

El desengaño no es un monopolio de la vida; ella, para a hacerlo, está colmada de infinidad de espacios multicolores de felicidad. Sí hiciéramos una mirada retrospectiva y cronológica de los hechos acaecidos durante el existir, notaríamos, que son más los placenteros que los ingratos. Se ha concebido la infausta actitud de resaltar envueltos en lágrimas, lo peor del recorrido de la vida. Esa constante, crea en el interlocutor desprevenido, el sentimiento de lástima, conmoción vulgar e inaceptable del ser humano y para el creyente fervoroso, la ingratitud ante el regalo de un Ser Divino, que trascendió el espacio para colmar de bienes a todas las generaciones.

La felicidad, está, en las formas más sencillas, sin artificios, ni composiciones; se halla en la mirada del paisaje, en el encuentro con el ser amado, el despegue del ave para remontarse al espacio infinito, en el colorido del pequeño pájaro que entona trinos en la jaula del universo; se acumula en el corazón al beso de la madre agrietada de arrugas por el paso de los años, en la risa ingenua del niño al soplo de la brisa, cuando sus pies dan el primer paso; se encuentra esparcida en el alma, al calmar el dolor ajeno. La placidez encubre con su manto esplendoroso, los asomos de los aciagos vestigios del dolor material e inmaterial, para convertirle en partículas que el amor coadyuva al exterminio. Cuando la niñez estaba ataviada de maleta llena de cuadernos, del aro que servía para veloz carrera y de maestros gruñones, llegó la primera instructora a sentarse en el pupitre del frente. El corazón se enamoró de la dulzura de la voz, los ademanes femeninos y del lunar seductor que adornaba la nariz.

La señorita Marina, había logrado despertar el apego del impúber, que antes, rechazaba la escuela. Corría como un venado para ver el “amor de sus amores. Duró poco el sentimiento ingenuo. Una calurosa tarde, miró por la hendija de la puerta del consultorio del dentista, allí, estaba su amor platónico encaramada en la silla en los brazos del sacamuelas. Sus ojos la vieron tan fea como una bruja; su hermoso lunar…una verruga estrambótica. Lloró, llanto que desapareció, cuando sacó del bolsillo la bola cristalina y empezó a jugar con Hugo el amiguito.

Alberto

miércoles, 11 de septiembre de 2019

QUÉ VIVIDERO


OBRA DE TEATRO EN RADIO COPACABANA


Siempre se nos reprocha a los que amamos el pasado. Puede que tengan razón. Pero el hoy, es descendencia del ayer, así a muchos no les guste y llamen con palabras peyorativas ese amor entrañable por el tiempo ido que se mantiene vivo en el corazón ¡Cavernícolas! Una de las expresiones en forma de diatriba que lanzan a los que relatan los acontecimientos del pretérito, al que disfruta en crónica las experiencias antiguas o al que en sus rodillas, tiene al nieto sentado para contarle aquello que vivió en los días felices de juventud. Era que vivir sin apremios, lejos de esclavizantes ataduras tecnológicas, es digo de ser contado, a una generación subyugada y embelesada ante los mandatos del consumismo.

Corrían los años 45 del siglo pasado y en el campanario de la iglesia de Copacabana, se escuchaban las cinco campanadas que despertaban en su sonoridad a las familias del contorno; era decirles, que había comenzado un nuevo día. Madre e hijos pequeños, se aprestaban para desfilar bajo la luz tenue de los faroles que engalanaban el atrio, para llenar el templo parroquial. Llegaban sobriamente vestidos para orar encomendando la tranquilidad del hogar y la ventura conviviera con ellos. Desde las montañas el cielo comenzaba a clarear y se sentía el agradable olor a chocolate. Miles de aves, dejaban escuchar los trinos y un sol sin impurezas se asomaba detrás de la imponente cordillera, contagiando de calor la humanidad de los obreros, que cruzaban raudos por el parque principal a iniciar labores. Se escuchaba el crujir de los goznes de las imponentes puertas de los negocios al abrirlas, para recibir la clientela; era cuando don Pompilio en su vetusta tienda del marco de la plaza, deleitaba a los parroquianos, con el mejor ‘tinto’ (café), de todo el poblado. Ahí llegaban los madrugadores: choferes de carros de escalera y sus ayudantes, campesinos que bajaban de las veredas, trabajadores que se aprestaban a viajar a Medellín, los que esperaban que se abriera la botica, los que arreaban ganado a pastar a las mangas cercanas, el gamonal, que se disponía a hacer sus negocios y hasta los tahúres de cartas y billar, en espera que el club les diera cabida.
La placidez se fortalecía en la amistad entre familias. A la casa, llegaban desde otros hogares, el plato especial que la vecina, había hecho con amor o espumosa mazamorra cascada en la piedra o la más ortodoxa en el pilón. Acompañaba la paz, el policía, que era un amigo irrestricto de la comunidad, que se limitaba a llevar borrachos a la guandoca los domingos, en que a los comarcanos se les iba la mano en libaciones. Por la plaza en las horas de la tarde, solo pasaba el aire fresco que le daba vida a las cortinas de croché o sacudía tenuemente, la mantilla negra de venerable anciana que se disponía a entrar en el templo, acompañada de la camándula.

Alberto.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO


BUTACA EN DESUSO 

       "El hombre de bien exige todo de sí mismo; el hombre mediocre espera todo de los otros". (Confucio).




La madre naturaleza (tan fregadita ella), incorporó bellas y grandes montañas a aquel lugar. Copacabana con sus tejados enmohecidos por el tiempo y copados de historia se divisaban desde las alturas. Todo pueblo que se respete tiene su leyenda que es arrullada desde la cuna de los niños, que crecen maravillados por los relatos de los viejos que de tabaco en boca la narran con vehemencia. En un monte hacia el norte, que parte el valle para dar paso al río, nace la historia que, a los habitantes, en especial a los niños, mantiene en vilo y que expectantes, quisieran descubrir la realidad. La historia oral viene de generación en generación y muchos han llegado a comentar que ellos han visto con sus propios ojos, pero que la aparición les hizo perder el conocimiento y no recuerdan qué pasó después.
El caso es: Que hace muchísimos años en Copacabana, alguien que merodeaba por el lugar en busca de leña para el fogón, de una piedra medio tapada por la maleza, salió una gallina con sus pollitos, cuando nuestro hombre miró el nido, encontró para su asombro unos huevos de oro, que, al querer cogerlos, éstos desaparecieron. Se comenta, qué sólo logrará hacerlos suyos aquella persona limpia de corazón, que no posea envidia, ni egoísmo y ame a los más necesitados. ¿Será qué, el mundo es tan malo, que, hasta el presente, la gallina sigue merodeando con sus hijos por la cima del Ancón y los huevos de oro en el sitio en que los vieron por primera vez? Se ha dicho que son muchos los que se han embarcado en la aventura y no encontraron nada, sólo el cansancio de la subida hasta la cima o el "guayabo" dejado por la ingesta de "tapetusa" (licor de contrabando), destilado en la región.

Alberto.

miércoles, 28 de agosto de 2019

ESTRAGOS DE LA VIOLENCIA


CASA YA DESTRUIDA

Los campos se han ido quedando solos, en los arados no se ve el recatón, la chimenea no despide humo al cielo, la vaca no llega hasta la chambrana esperando el ordeño; la niña de trenzas y de mejillas rosadas se asoma con miedo a la ventana del tugurio y los abuelos están cansados de llorar. Los ojos no columbran desde la cima en que revolotean las águilas, la extensión del universo, el cruzar invisible del viento trayendo el aroma de flores silvestres; los turpiales no llegan a cantar en la platanera ejecutando melodías, cual barítono perdido en la montaña; las palomas no currucutean en el alar de bahareque emigraron a la cordillera del frente, el viejo tiple instrumento melodioso llamador de enamoramientos, en noches tachonadas de luceros, ha empezado arreglar los corotos para abandonar el habitad. El olor de suculento sancocho de gallina cocotera que expedía la cocina negra de humo de leña, lo tapó la pestilencia de la pólvora brotada de los fusiles, que ordenaban abandono de la querencia. Se desperdigaron los ancestros, cayó de rodillas la honestidad, se fue de bruces la fidelidad volviendo añicos la virginidad y las trenzas adornadas de flores las trozó el ambiente de ciudad. Los arados en que el sudor caía para ser simiente virtuosa del nacimiento de las hortalizas, queda maniatada ante la voracidad de la maleza. El recuerdo cansado de intimidación, se sienta a la vera del camino, a ver pasar las mulas cargadas de esperanzas muertas, a mirar la rueda del trapiche inmóvil y sin la dulzura de antaño; trocha abajo un hilo rojo recorre los socavones…


miércoles, 14 de agosto de 2019

CUÁNDO SE CAMBIÓ EL NOMBRE


ATARDECER EN SANTA ELENA.

La quietud de Copacabana era movida por esa brisa que se apegó a la comarca, nunca se venía sola, traía desde lejos rumores de otros espacios y de los campos trasfería olores de jazmines, azucenas, claveles y siemprevivas; los aromas se entrelazaban con hiervas fragantes que brotaban a la vera de los caminos de herradura. Las dos casas siempre se estaban mirando y el niño hacía lo mismo desde inmensa ventana de aquel histórico caserón. Las niñas del frente eran tantas, como una pequeña escuelita de niñas; mientras la mirada anhelante del pequeño se detenía en una de ellas, todas entonaban canciones del pentagrama infantil de la época o en la acera derrochaban la vitalidad en los juegos de Chupaté, golosa, Brincar al Lazo, Catapiz y más fuerte hacer acrobacias en patines. Pero a él lo trastornaba cuando salían a lote vecino que estaba lleno de hierba, puntos con maleza en que hacían cuevas que decían era la casa, no se puede olvidar el árbol quebradizo de ciruelas…

Cuando ese inteste aparecía en su vida, el corazoncito le daba golpes acelerados de felicidad. En ese bello instante aparecía él, para hacer parte del círculo social de los infantes; se convertía en el “padre” responsable que traía yerba, hojitas, ciruelas caídas para ‘alimentar’ a los hijos. Recostada al tronco estaba la chiquilla que ejercía de “madre” con las miniaturas del fogón, platos, tazas, junto a la muñeca de trapo que con amor arrullaba. Venía lo bueno. La hora de acostarse en la cueva casa cubierta de hojarascas. Él en verdad, amaba entrañablemente a aquella infanta, le pasaba la mano con suavidad y tímidamente le depositaba un beso en la lozana epidermis de la frente. Un día partieron con todos los corotos hacía la capital, ella, le dijo adiós con la mano, él sintió un vacío. Muchos años después supo por un familiar que ya no se llamaba igual y que no sabía dónde quedaba Copacabana. 

Alberto 

miércoles, 7 de agosto de 2019

COCTEL DE AÑORANZAS


BARRIO VILLA NUEVA COPACABANA

No se puede acusar al esplendor de los años y menos al recuerdo, por el disfrute de irsen cada que les dé la gana de paseo de ‘olla’ por el pasado. Es como esos viajes no planeados que siempre son los mejores. Cualquier día emprenden el éxodo y llegan hasta la imponente iglesia de Copacabana. Las bancas atiborradas de niños, todos vestidos con limpieza y recatos; se escuchan murmullos, se aspira olores gratos perturbados por alguna pestilencia escapada de algún fundillo de niño que disfruta de las flatulencias; se escucha la voz de señoritas encargadas de diciplinar a los párvulos, el sonido de una campanilla y la entrada en acción el cura coadjutor y empieza el catecismo. Preguntas, respuestas a grandes gritos. Entrega de unos papelitos blancos como el alma, con una cruz en alto relieve, prueba innegable de la asistencia.

En algún domingo o día de fiesta atravesado, llegaba por encanto aquellos benditos bazares. Debajo de la inmensa torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción se movían las señoronas del pueblo, sí, esas, que andaban de pipí cogido con los curas. El lugar iba cogiendo hermoso colorido. En el centro tamaña mesa de comedor cubierta de blanquísimo mantel con bellos bordados, que parecía los pensamientos de San Luis Gonzaga; de las cuatro columnas que sostiene la majestad del campanario y las cuatro caras del reloj, colgados llamativamente toda clase de cachivaches a donde iban a caer los ojitos posesivos de los niños. Una de las damas aristocráticas llamaba para que depositaran unas monedas para tener derecho de introducir la mano dentro de una bolsa roja afelpada, en que unos papelitos enrollados tenían escrito el nombre de lo ganado: Carritos de madera (aún no había plástico), muñecas de trapo, tacitas, cucharitas, confites, pelotas de caucho con el abecedarios o números, loterías, estampitas de santos o bustos de yeso. Éramos los mejores niños que había tenido padre alguno la semana antes del bazar, todo a la espera de que fuéramos recompensados con algunas monedas que quedaban en el carriel del cura Sanín.

Alberto