Ya estábamos como en tercero en la escuela Urbana de Varones y, nuestros padres nos dejaban ir a matiné los domingos. El teatro estaba ubicado cerca de nuestra escuela o sea que pasábamos por el frente, en donde los dueños, después de una inmensa puerta de hierro, colocaban en carteleras de madera rústica las fotos de la próxima película para los niños. Cuando sonaba la campana que nos indicaba que podíamos salir para nuestras casas, en vez de tomar el camino hacía ellas, salíamos como almas que lleva el diablo directos al teatro Gloria; nuestras miradas se iban expectantes a las fotos de las cintas que pasarían a las personas mayores en las horas de la noche. ¿Por qué? Nada más, porque allí estaban expuestas las de hermosas mujeres dándose besos con el galán de turno; nuestros ojos se querían salir de las órbitas. ¡Eso era mucha maravilla! ¡Que bueno será ser mayor para ver a esas "lapo" de viejas!
Por las noches se soñaba con: María Félix, Ana Berta Lepes, la bailarina "Tongolelé", Blanca Estela Pavón, Amanda del Llano , Marga López y tantas otras estrellas del cine mexicano que a nuestros mayores los dejaba con la boca abierta y a nosotros nos proporcionaba tantas incógnitas, que sabíamos no podríamos resolver. Después de un buen rato, nos transportábamos a la realidad, en la cartelera en dónde estaba nuestro cine del domingo, encontrábamos con grandes letras a color: "Yo maté a Rosita Alvirez", con Luis Aguilar, nos mirábamos y sabíamos que no podíamos faltar. ¿Pero estarían nuestros padres dispuestos a darnos dinero para poder entrar? Eso había que verlo. Toda la semana nos pasábamos tanteando a nuestros progenitores: les hacíamos los mandados, rezábamos el Santo Rosario con devoción, no peleábamos con el hermano, nos acostábamos temprano, no les dábamos en esos siete días ni un solo disgusto, eramos en verdad unos "angelitos" del Señor. Pero se aproximaba la hora de la verdad. El sábado que no teníamos que axistir a clases y que nuestro padre trabajaba solo medio día, le salíamos al paso y con astucia del niño, le poníamos en sus manos la angustia de que estábamos poseídos: ¿Padre, nos vas a dar el dinero para ir al cine este domingo? Pasaban unos minutos que parecían horas en dar la respuesta. ¿Mijo, cuanto es que vale la entrada? Ya se sabía que habíamos ganado y que estaríamos en palco en el teatro Gloria, que comeríamos chorizo con pan antes de que Luís Aguilar comenzara a cantar, montarse en su caballo para perseguir a los malos y nosotros a gritarle: cuidado con el que está detrás, pero no, él ya lo había visto, se oye un disparo, el hombre cae muerto.
Así pasamos por largo tiempo hasta terminar nuestro período estudiantil en la escuela Urbana de Varones, haciendo con nuestros padres el mismo chantage para poder asistir al cine en el teatro Gloria, en dónde dejamos tantas alegrías que el corazón guarda para siempre encubiertas por los años.