MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 29 de mayo de 2013

AQUELLAS NOCHES DE FÚTBOL.

Delanteros del Deportes Copabana.

El deporte contribuye a la salud y al bienestar social.

C
reo no equivocarme, en el país no existían canchas iluminadas. En el barrio la Asunción, limitando con el río Medellín y donde la quebrada Piedras Blancas, depositaba sus caudalosas aguas, la Junta de Deportes construyó la cancha Camilo Torres. Con el correr del tiempo y después de ser inaugurada con pompas y reina de belleza de por medio, nació la idea de iluminarla para que la gente tuviera un vehículo de esparcimiento nocturno. Todo se puso en marcha. La familia Hernández, propietaria de una empresa que construía lámparas, donó el alumbrado y con recolección de fondos entre la población en la que hacían aparición bailes en que se cobraba por danzar con la reina en forma de subasta, se pudo colocar bancas para que los hinchas se acomodaran a presenciar el espectáculo de multitudes, que en la comarca, era pasión de chicos y grandes.
Llegó la hora del primer encuentro. Por las calles adyacentes, desfilaban todo tipo de curiosos, hasta las familias prestantes, que muy poco o nada sabían de fútbol, pero pudo más la curiosidad que el conocimiento; descendían mujeres mayores y niñas que siempre miraron por el rabillo del ojo ese deporte en que 22 jugadores se disputan un balón.
Deportes Copacabana 1959.

Una sube brisa matizaba el ambiente. Las luces iluminaban el contorno y se reflejaban en la galería de sauces sembrados a la orilla del río, que pareciera que hacían reverencia a la multitud, con sus movimientos sensuales. De la población cercana de Bello, el equipo de Pantex y el Deportes Copacabana se enfrentaron en encuentro amistoso, haciendo las delicias de multitud de concurrentes que aplaudían a los jugadores, que con el sudor remojaban el incipiente césped de la cancha y creaban en la imaginación del niño el querer emularlos y algún día, llegar a corretear con un balón sintiendo el aplauso de todo un pueblo, al amparo de las luces de la Camilo Torres.     

miércoles, 15 de mayo de 2013

LA TAPETUSA.

Homenaje a un caudillo.

“Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas” (Cayo Cornelio Tácito).

El hombre es un buscador empedernido de romper las leyes; genéticamente nos viene seguramente desde el Edén, primer hogar de la creación, cuando Caín, le dio de baja a su hermano. De ahí para acá, pare de contar lo que se ha hecho, que no es cualquier bobada.
En el amable terruño, no podían faltar quienes defraudaban el Erario Público, al crear en la cima de la cordillera alambiques para destilar un licor, que hiciera contrapeso al que el gobierno entregaba al consumidor pagando impuesto. La tapetusa (valla ha saber de dónde viene el nombre), tenía (dicho por los consumidores), mejor sabor que el de las Rentas Departamentales ha, y algo más, mil veces más barato. El embriagador producto es extraído de la caña de azúcar o de fique, que se reconocía porque en el embase se veían pequeñas partículas bailando por la falta de un buen colado; otras en cambio, eran puras como el original, lo que aprovechaban algunos cantineros inescrupulosos la vendieran al mismo precio del auténtico.
El sabor y olor eran agradables, se captaba sabor anís y ese aroma se adentraba por la nariz antes de ser engullido de un solo sorbo. No necesitaba pasante; la borrachera sí era espectacular. Al día siguiente, el guayabo como se dice por éstos andurriales o resaca en otras latitudes o “flor de pedo” en Argentina, no era tan fuertes. Entraban las cabalgaduras que bajaban de la vereda de Quebrada Arriba, con carga de comestibles en la que el contrabandista camuflaba las botellas de tapetusa, evitando ser sorprendido por los hombres del resguardo, que a la entrada del pueblo, se encontraban expectantes. Muchas ocasiones eran sorprendidos e iban a parar a -
Cecilia y sus nietos 2013

La guandoca de donde después de pagar la multa, cogían loma arriba a regresar a las andanzas. Era un círculo vicioso en el que el gobierno y el traficante, se hacían a dinero.
Don Guillermo Llanos, famoso técnico de radiodifusión, en su finca, encontró la manera de hacerla más agradable, ofrecía a sus visitantes tapetusa combinada con hojas de breva, que dejaba fermentar por un tiempo, colaba y quedaba como un licor importado, que descrestó a los contertulios ocasionales, que saboreaban sin saber que aquello bajaba de la montaña y se llamaba tapetusa.   

miércoles, 8 de mayo de 2013

LAS IDAS A MISA DE 5.


“El azar no existe; Dios no juega a los dados” (Albert Einstein).

E
ra tan bueno dormir y sobre todo en ese tiempo, cuando las preocupaciones de los mayores, no tenían cabida en la mente del niño. No puede faltar el pero. A la hermosa madre, alguien, a quien aún no se le puede perdonar, le incrustó la idea de madrugar todos los domingos a la misa de cinco de la mañana. La razón según era, para que el día, se hiciera más largo para atender los ajetreos del hogar y poder cumplir a cabalidad con los miembros de la familia; claro, eran otros tiempos, en los que primaba la responsabilidad y no tanto, el dinero.
El oficio religioso era realizado perpetuamente, por el anciano Padre Duque, coadjutor hasta su fallecimiento. Su avanzada edad, hacía que el oficio se extendiera casi que hasta el cansancio, sobre todo, para quien los pocos años, no le daba para entender que era lo que estaba pasando con un cura que daba la espalda y hablaba en un idioma que no entendía y peor, que sus ojos no terminaba de abrirse. La tortura lo perseguía. Una semana entera de angustias en la escuela, pidiendo al cuadro en que estaba la imagen Juan Bosco en el aula, para que el maestro no lo sacara a dar la tarea de matemáticas o la de religión que había que recitarla con puntos y comas, de lo contrario, tenía en la calificación un cero admirado y, tener que continuar con el suplicio el domingo; eso, le baja la moral a ras con la suela de los zapatos. El frío del alba los acompañaba igual que pepe, el hermoso gato, que como si fuera un perro, les seguía los pasos hasta el puente antiguo que brindaba el paso sobre la caudalosa quebrada; desaparecía entre las sombras por temor al encuentro con humanos que no fueran los suyos.

Hospial de Copacabana.

Al regreso de aquellas devociones católicas y tomados del brazo, como novios que se aman entrañablemente, madre e hijo, son advertidos de la presencia del felino, al salir del escondite ñarreando de felicidad, que con la cola parada, emprende con ellos, el regreso al hogar para terminar su siesta en la cama del pequeño amo, a quien como a él, interrumpió la moda  de la asistencia a misa de cinco con el decrépito padre Duque, cuando la almohada y las cobijas estaban tibias y afuera el ambiente era gélido.    

miércoles, 1 de mayo de 2013

LOS CRUCES DEL RÍO.

Finca en Rionegro Antioquia.

“El día peor empleado es aquél en que no se ha reído” (Chamfort).

P
ara aquellas calendas, el río, pasaba serpenteante con gran caudal por un lado de la población, con aguas turbias y poco serenas, que era la atracción de los párvulos, que ha sabiendas del peligro que conllevaba, se lanzaban desde la orilla en que estaba la vega, llena de caña dulce, caña brava; frondosos árboles de búcaro, que eran el hospedaje de inmensas iguanas, que igual que ellos, se divertían arrojándose a la corriente. Hacían parte del paisaje, empinados sauces, que dejaban caer sobre las olas, algunas de sus ramas, adoptando su vaivén, pareciendo besos furtivos de dos amantes secretos. Tenía el río, a pesar de la suciedad en el fondo, peces que eran sacados a la superficie, por varas de bambú en la que estaba engarzado el anzuelo, comprado en la tienda de don ‘Lalo’ por docenas, al que se le había puesto la carnada de grillo, lombriz o plátano pintón cocinado, que atraía la mirada expectante del inocente animal, que pronto sería devorado después de pasar por la fogata, armada con hojas y tallos secos. La fascinación de los chiquillos llegaba hasta el paroxismo en el lugar que sólo se escuchaba el rumor de las aguas, los cantos de aves que anidaban y una que otra blanca garza, que veía usurpados sus dominios, levantando el vuelo, para perderse en el azul del firmamento.
A una, todos se desvestía, pues había llegado el instante de atravesar la impetuosa corriente, para llegar a la orilla opuesta. Allí los esperaban árboles frutales que con su dulzor, mitigaba el cansancio del nado fatigante, para salir del peligroso remolino que deseaba a toda costa, llevarlos a la profundidad oscura, apagando la algarabía de las gargantas y castigarlos por la osadía. Nunca pudo con ellos, salieron triunfantes.
Panorámica de la actual Copacabana.

Al lado de la carrilera del tren, mientras consumían el apetitoso jugo de naranjas, veían marchar el ferrocarril atiborrado de gentes que con movimientos de pañuelos, se despedían del poblado y el humo salido de chimenea tomaba vuelo a las alturas, mientras de los polines se escuchaba el lamento, al soportar el peso inaudito de quien se deslizaba como un monstruo mitológico por los rieles, que lo llevaría a su destino. Nada es tan bello, como el de escuchar desde lo lejos, el sonido del pito, que el conductor, hacía sonar para saludar a los habitantes de cada municipio, que como el recuerdo, quedan atrás.