MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 30 de julio de 2014

EL ARRANQUE DE LA CULTURA


Iglesia de Copacabana foto Mario Correa
En los finales de la década del 50 y principios del 60, hicieron aparición dos Quijotes modernos en la tricentenaria Copacabana, que se dejaron llevar por los sueños. Querían hacer del adormecido poblado, un despertar a la cultura. ¿Y qué mejor forma, que una estación de radio? Se movieron con tesón de hormigas. Motivaron al cura para que se apropiara de la idea. El padre Bernardo Montoya, les creyó y pronto estuvo ante el Ministerio de Comunicaciones, sorteando la burocracia estatal, encontró la aceptación de una licencia para que Copacabana contara desde ese momento con su emisora. Alberto Giraldo y General Tobón, saltaron de la dicha y sus sueños se hicieron realidad. En el dial de los receptores en el hogar de los sitieños en los 1.560 kilociclos, había quedado instalada RADIO COPACABANA, que un día de 1960 a las 4 de la tarde, dejó oír como inicio de transmisión el himno nacional. Algún tiempo después, apareció un muchacho lleno de ideas y con el deseo inmenso de hacer conocer su pueblo. Miguel Ángel Cuenca, se hizo cargo de la dirección artística. Siempre se le veía sentado frente a una antigua máquina de escribir. Libretos vienen y van para que todo se moviera con organización. Como amante del folklore patrio y músico él, no podían faltar presentaciones en vivo de grupos de cuerda, que los radioescuchas saboreaban en sus hogares.
La emisora tenía en principio sus estudios, en el segundo piso de lo que se llamó Casa Consistorial, ubicada al costado occidental del parque principal. Desde allí se transmitía después que el reloj de la iglesia daba las cuatro campanadas en el campanario. Los primeros locutores de planta lo eran General y Miguel, quienes se turnaban hasta la finalización que no se excedía de las 10 de la noche. Al poco tiempo, nos involucramos en la odisea radial, otras personas, entre ellas, Juan Fonnegra; hacíamos nuestros propios libretos, para un programa de media hora de comentarios de éxitos musicales, con temas que nos brindaba desde la Voz de Antioquia, Hernán Restrepo Duque, primer comentarista de discos del país. Marchaba todo bajo rieles, hasta que la administración municipal, pidió el espacio. 


Alberto Giraldo 
La mano amiga del padre Bernardo Montoya, nos cedió un lugar en la sacristía. Allá fuimos a dar. Aparecieron programas dedicados a la poesía, a tangos, a música colombiana, grupo de teatro costumbrista y algunos de opinión. La emisora empezó un trasegar por diferentes casonas antiguas hasta ser su ubicación definitiva el palacio municipal en el cuarto piso; fue una época brillante en la que don Guillermo Llanos técnico de R.C.N, se involucró con amor a  la estación con su sabiduría. Un día, que los luchadores primitivos por causas diferentes, se alejaron, las ondas se fueron apagando…y murió. Salió del aire, pero dejó una estela de inquietud en las generaciones nuevas que llenaron a Copacabana de cultura. Hoy nadie recuerda aquellos Quijotes…


Casa Consistorial

Padre Bernardo Montoya

miércoles, 23 de julio de 2014

DECREPITUD


Viejo jugando con sus recuerdos 1

Éramos esa barra de amigos inolvidable de la antañona Copacabana. Soñadores, deportistas, enamorados y chicaneros. La casa de uno, era como nuestra; se compartían hasta las ilusiones, que a veces se sobrepasaban en los engaños del alcohol. Nos creíamos únicos, quizás, inmortales; no había mañana…éramos presente. No se oteaban canas, arrugas, dificultad en el andar, olvidos y vivencias del recuerdo ¿Vejez? Esa palabra, no hacía parte del diccionario de muchachotes deportistas que no sabían que más adelante se encontraba camuflada la hipertensión, alzhéimer y cuanto estrago físico que conviven al ir arrancando las hojas del almanaque. El tiempo, es un corrosivo que desgasta sin afán, lo que otrora eran lagos apacibles rodeados de naturaleza viva, con flores de exquisita belleza y fragancia. A cada paso dado, se aproximaba a la realidad, esa que no hacía parte del cronograma insensato en la mancebía de la época dorada, cuando el ensueño es la carta de navegación de un capitán soñador e irresponsable.
Se cruza el espacio infinito del tiempo como un haz de luz. Han llegado los cansancios, la lentitud, la edad de los metales, los porqué han encontrado respuesta; se aprende que la ilusión es una quimera, que las metas son amantes engañosas disfrazadas de virtud; que la belleza, es efímera y leve, igual que copo de nieve ante el sol abrazador; que la sexualidad desbordante, no es el camino que lleva al amor exquisito, es, una trampa de los sentidos, que conduce al hastío. La realidad, se vuelve compañera inseparable, que desmitifica teorías y sucesos que se plasmaron en imágenes y charlas de sicólogos o sociólogos desocupados con deseos de aparentar, pasar a la historia como forjadores de una tesis irrefutable que será la guía al cardumen de seres “pensantes”, que cual esponja, absorbe el palabrerío ocioso, causante de perturbación del sosiego de la comunidad global. La vejez se parte en dos. Aquella en que no se es, la fuerza vital, pero existen rasgos de ella, que te hacen todavía aceptable ante la sociedad o a los allegados, que están pensando en un asilo de paredes frías e insensibles.


Viejo jugando con sus recuerdos 2

  La parte del horror, es aquella en que hace la aparición la decadencia total, extrema declinación de las facultades físicas y mentales, en que ni los recuerdos son compañeros. El mundo ha cerrado puertas y ventanas. En un rincón se acomodan la soledad, olvido y el desamor, triunvirato inconsciente de la decrepitud, epílogo del compendio de una vida.  


miércoles, 16 de julio de 2014

COSAS CASERAS


Mi padre en el comedor de su casa

L
a madre amorosa iba a ser el bistec, uno de los platos que la prole devoraba igual que vikingos, alejados por completo de normas de urbanidad. No era necesario lavar la vajilla, la lengua había hecho el oficio. No conoció nunca la pereza. Amaba a sus hijos y al esposo, por ellos, sacaba del corazón la sazón con el que adobaba la hirviente olla que burbujeaba en el fogón. Salían de los rincones toda clase de especias: clavo, pimienta, azafrán, cebolla “junca”, tomate, sin faltar jamás el ajo y el cilantro. Con la mano de piedra y sobre otra cóncava iba amasando la mistura de los ingredientes aromáticos que con su solo olor, acrecentaban el apetito. Baño de vinagre que corría hasta caer en la taza de peltre. Como quien lleva una hostia consagrada, sus brazos y manos pecosas, llevaban hasta el borde de la vasija los ingredientes, dejándolos caer con la suavidad de una caricia entre dos que se aman, sobre la loncha de carne, cortada en rodajas iguales para mitigar el impulso estomacal del trío de sus amores. Hervía y la tapa no alcanzaba a obstruir el aroma que salía a pasear por todos los lugares de la casa y que con un mucho de vanidad y ficción de la fantasía, pasaba por los solares vecinos creando un ambiente de envidia.
Tenía la hermosa madre, el tiempo exacto de cocción en su reloj imaginario; mientras la ebullición hacía su parte en el laboratorio de la frugalidad, estaban expectantes los componentes de hogar. El padre, asentaba la barbera para rasurarse sin dejar de inhalar el aroma; no disimulaba la avidez por el manjar que pronto llegaría a la mesa de la fraternidad, el respeto y el amor. Entre tanto, los dos hijos, correteaban por el corredor con la felicidad remarcada en el rostro. Mirto, el perro, desde un punto estratégico miraba de soslayo los movimientos rítmicos y acompasados del amo al servir y a Pepe el gato, que por temor buscó refugio en el alto de la ventana. La mesa servida equitativamente, esperaba el llamado. El patriarca padre, tomaba su puesto principal, el hijo mayor a su derecha, a la izquierda, “el limpia piedra” y al frente, la esposa de incipientes cabellos canos. No se comenzaba la ingestión hasta que el padre lo hiciera. Sonaban las cucharas de alpaca sobre los platos, de una vajilla ancestral heredada que aún tenía olor a honor.


Nina mi madre un año antes de morir

No podía faltar entre bocados, historias de tiempos idos o correcciones de comportamiento de urbanidad en aquel templo hogareño, en que hasta los animales comprendían cuál era su lugar en aquel festín; esperaban pacientemente el turno de que la coca se rebosara del alimento, que cada uno, le dejaba con amor a quienes hacían parte de la estampa familiar. Con infinita devoción, la cabeza del hogar, entonaba el Padre Nuestro, para dar gracias al cielo de irrigar de nutrientes la despensa.


miércoles, 9 de julio de 2014

¿CÓMO ES QUE ESTÁ VIVO?


Dulce empleo

Se llega a ocupar espacio en ésta pelota de barro llamada mundo, entrando a los codazos para abrirnos paso entre tanta multitud. En principio, se encuentra la protección de unos brazos amorosos de la madre, que nos ampara con ternura, pero, dispuesta a dar la vida, si fuera necesario ante las asechanzas del peligro. No hay llanto que no sea mitigado con un beso, ni alegría celebrada con una sonrisa que resuena como un cascabel en lo más profundo del alma. Con el crecimiento normal, se van encontrando las armas que coadyuvan en la defensa de los intereses personales. Estamos listos para la batalla por la supervivencia; hasta el organismo, se hace a nuestro lado mandándonos mensajes de alerta. Pasar esa etapa de niño, es toda una hazaña recubierta de milagro.   
Con la curiosidad normal de un explorador infatigable, ante un universo inmenso de secretos, arranca la expedición con el merodeo por cuanto resquicio abierto a su afán por descubrir y calmar su sed de rastreador. Para lograr lo anhelado, echa mano a cuanta estrategia llámese mentira o engaño sin pensar por un instante, las consecuencias que ello conlleve. El poder avasallante de la inocencia, no le da cabida al miedo. Es cuando, extasiado en la belleza y profundidad del charco que ha hecho en el recorrido la caudalosa quebrada o corrientoso río; busca el peñasco más alto para lanzarse en un clavado vertiginoso, a la profundidad oscura de sus aguas, sin impórtale que abajo lo esté esperando el hábito negro de la muerte. En su recorrido por lo desconocido, trepa igual que el mico, hasta el árbol más alto, en busca del nido que los pajaritos han formado para su albergue y sus pichones; la altura y las quebradizas ramas, no son obstáculo para calmar el deseo ingenuo de saber de la reproducción de las aves en los copas de los árboles. Esperar que desde lo alto la esbelta palmera, deje caer la inmensa hoja, para hacer un vehículo veloz, que desde la cúspide lo lance hacía lo desconocido del vértigo, sin temor al peligro que lo puede estar esperando en el alocado descenso. En su afán de conquistar, penetra a propiedades ajenas para “robar” los frutos maduros, sin el temor de dueños.

Jalea blanca

Y el perro feroz que en el corredor, agudiza el olfato y el oído para cuidar la propiedad de sus amos. Corre despavorido con el primer ladrido, pasando por debajo de la alambrada en la que queda como recuerdo de la intrepidez, jirones de la ropa, que es lo único que el can puede mostrar a sus dueños, como prueba de su fidelidad, mientras él, jadeante y sonriente sobre una piedra chupa el sumo de jugosa naranja.
    

miércoles, 2 de julio de 2014

COSAS QUE SE EXTRAÑAN


Carnicero de pueblo

El tic tac del reloj sigue su curso inexorable y lo percibe con mayor fuerza la lozanía, aquella de que hacíamos gala en los años encantadores de la juventud, esa época dorada, que igual que corcel, se aprestaba a mil batallas. El orgullo, no nos permitía ver más allá de nuestro ego. Días con noches voluptuosas, cantos en el baño, sueños inspirados en las Mil y una Noche; persecución de las niñas bellas del colegio, acicalamiento extremo ante el espejo, admiración por Tarzán el Hombre Mono, Mandrake, El Fantasma y tantos otros personajes inolvidables de tiras cómicas. El correr del tiempo empaña y borra con crueldad las vivencias, las cosas y los procederes. Lo que fue costumbre se vuelve estupidez y lo que se amó, recuerdo.    
Los niños de antaño, se estremecían con los carritos de madera recubiertos de lata, los trompos “mileteros”  o lo rumbadores llamados “silguitas” porque bailaban con la suavidad de una caricia. Aquella unión infantil que acrecentaba la amistad de la “pisingaña” con el estribillo de: “firolito firolito come mierda de pajarito; una dola canela, sobaco de vela…”; al perdedor, se le ponía una pena, las risas no conocieron la tristeza. En la memoria aún retumba el momento cruento en que los padres iban al boticario a comprar el purgante, para preparar a los hijos, antes de iniciar las labores estudiantiles; el acostumbrado era el quinopodio, de una efectividad avasalladora, las lombrices no daban ni un brinco, salían arrojadas por cantidades industriales; quedaba uno igual que el ángel de guarda.
Se extraña la inmensa totuma llena de huequitos en que la madre guardaba las arepas “tela” y las redondas para que se airearan y estuvieran frescas a la hora del consumo; no se escucha el sonido rítmico de raspador que borraba los puntos negros del quemado. No se vislumbra por rincón ninguno, la caja redonda de los polvos “Flores de Niza” que embellecían el rostro amado de la progenitora, cuando había terminado la agobiante tarea del hogar.

Támesis tertulia 2

Esa caja, que esperábamos con ansia que llegara a su fin, para convertir sus dos tapas, en nuestro teléfono, al unirlas con extenso hilo: ¿quién habla? Yo, ¿usted quién es? Todo tenía ese sabor a sencillez, a ingenuidad, que son los componentes de la felicidad sin máscaras; apartado todo de la superflua vanidad.