MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

lunes, 20 de junio de 2022

AL ABRIR EL POSTIGO VI EL AYER.





AL ABRIR EL POSTIGO VI EL AYER

 

Hay sentimientos raros, bueno ni tan raro, porque es este de amar intensamente el rinconcito acogedor, resguardado entre montañas en las que habitan las manos callosas de la hidalguía, que un día veía en el amplio parque el domingo de mercado, entregando el producto de su labor, amparado en la ruana encubridora de esperanzas, carriel de nutria lleno de misterios y la peinilla, espada para defender sus ancestros. Ese lugar, fue recorrido por las traviesas piernas del infante que deseaba ir grabando trecho a trecho, los recovecos de la hidalga, preclara y antañona población de la dulzura de las naranjas, el tapetusa de Quebrada Arriba, los guayabales de la quebrada Piedras Blancas; los “Niños” en Semana Santa y las grandiosas fiestas de la patrona los 15 de agosto. Toda esa amalgama, mistura de encantos, se fundieron en la mente para nunca dejar en el olvido. Un día de esos de cualquier año, empezó una cruzada en contra de amancebamiento,  contubernio o concubinato, mejor dicho, no se podía tener moza gu amante; fue así que por los campos aparecían junto a los plantíos  cerca donde estaba el espantapájaros una cruz de palo, eso quería decir que ya allí, los que habitaban sin casarse se les había echado la epístola de San Pablo y se acababa el “arrimadijo”, aquello era como capando leprosos que no es sino sacudirlos; ahora sí podían hacer “cositas buenas” sin ningún temor.

 

Por aquellas calendas en que la quebrada Piedras Blancas era el gran balneario al aire libre, por donde caminaban a pie limpio Cometierra y Majín, en que se escuchaban los cantos de las bellas lavanderas y el golpe de las prendas sobre las piedras, lo mismo que el correr del cristalino caudal y en que en ninguna parte vendía comistrajo, se exhibían en tiendas lo mismo que en cantinas, sartas de chorizos, algunos de color rojizo, unos más pálidos que pecados veniales y aquel largo y grueso salchichón que ya fritos, iban a parar a las mesas de quienes aún estaban “copetones” o los ya borrachitos, con el fin de que ese consumo de grasa al ciento por ciento, les ayudara a llegar a la casa. El templo aquel día estaba repleto: La banda del colegio, las escuelas de niños y niñas; se pasaban pañolones, mantillas, cachirulas, olores a sudores diferentes, ruanas y uno que otro pachulí dejaba sentir su bálsamo; habían hecho escala en el Sitio con la momia de San Pedro Claver, apóstol de los negros. La quietud del pueblo se vino al suelo. Entraban, salían como hormigas; confusión, admiración, incredulidad, hasta golpes de pecho pidiendo a Dios perdón; de pronto entre el gentío por la puerta principal, salía una figura enjuta con ojos llorosos, entre sus manos una enorme camándula que no la desamparaba, era Susanita, que trémulamente balbuceaba: “Esto si es un verdadero milagro mi niño.” 


Alberto. 

 

 


 

jueves, 9 de junio de 2022

LO QUE QUEDÓ EN EL ESCAPARATE

 


LO QUE QUEDÓ EN EL ESCAPARATE

 

Era mejor hacerse a un lado para que el juego de canicas o bolas de cristal, pudiera seguir entre aquellos niños, mientras él, observaba la treinta y una que se apostaba con la pirinola. El repartidor del periódico el colombiano traído desde el expendio de Moisés Pineda, lo había dejado en las cantinas de Rubio, Tito y el Brujo, para que la clientela se enterara de los últimos acontecimientos del país, los más conspicuos y serios, mientras otros, los resultados del fútbol, pero la gran mayoría detrás de los muñequitos de Mandrake, El Fantasma, Tarzán, Educando a Papá, Benitín y Eneas y otros más, que rompían la monotonía. Se vivía alejado de todo a pesar de la cercanía a la capital; el teléfono era monopolio de la alcaldía, Telegrafía, tienda de Moisés y aquella bendita cabina telefónica puesta diagonal al kiosco en el lado suroccidental de la plaza que vivía atiborrada de seres interesados en oír una voz familiar al otro lado; no faltaba un impertinente, molesto o fastidioso, que quería mangonear el importante lugar, haciendo que la fila se fuera prolongando. Cuando el almuerzo de suculenta gallina “Tabaca”, empezaba a hacer digestión, por el parque se movilizaban uno que otro asistente cuotidiano de aquel hermoso redondel del antiguo Kiosco, con ese techo rojizo, sin un muro que lo hiciera ver como discriminador, por el contrario, era un lugar romántico y acogedor, castigado por una brisa tierna llegada desde la montaña para arropar a los contertulios.

 

Desde ahí cerquita, a la entrada del Chispero, aparecía don Antonio Castro con aquellas gafas de grueso lente trayendo el ajedrez echo por sus propias manos, tallado en fina madera; limpiándose los ojos, semi dormido, descendía desde la casa cural el coadjutor de turno padre Jaramillo y otros afiebrados por el juego ciencia, grandes partidas de horas enteras, hacían de ese refugio amoroso un lugar buscado para solaz, esparcimiento y entretención de un conglomerado adormilado sobre un lago verde de ilusiones. Al frente en el antiguo palacio Consistorial, la telegrafía entregaba cartas de seres queridos que salieron a buscar “mejores oportunidades” o aquel telegrama lacónico: “Llegamos bien.” Se iba escuchando el repique del clave morse en aquel amplio salón de paredes de tapia pintadas de cal y atiborradas de alambres por todas partes; en esas mismas paredes, pero en el exterior, se veía cine de lo lindo presentado por industrias de drogas que a la vez que entregaban esparcimiento y distracción, hacían publicidad. Aquello era esporádicamente. Cuando el cielo se ponía negro y las flores del guayacán no se veían el proyector pegaba contra la pared telón, la película del Arquero Verde, Tarzán el hombre mono o El Enmascarado de Plata; gritos de los niños, aplausos de los mayores, mientras la alegría se desbordaba la sirena del Fargo 7 bancas anunciaba la llegada del último viaje…


Alberto