MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

domingo, 9 de octubre de 2022

BUSCANDO HORIZONTES



El hombre desde que pisoteo la tierra ha venido en crecimiento y con la rueda, se emberracó en busca de superación. En el tiempo que las miradas inquisitivas iban trasladando los instantes a la oficina central de la mente, quedaron el vocabulario, el atuendo, las costumbres familiares, comidas y el proceder de la añeja cultura. Sin hacer esfuerzo, aparecen esas estampas de esos ejemplares de la gallardía abrigados por la runa, carriel de nutria, peinilla envainada en la cartuchera de ocho ramales, acompañados por su prole y el caballito galapero que ya conocía todos los vericuetos del camino que los llevaría a la cabecera del pueblo y dejaba escapar un relincho al ver la cúpula de la iglesia, que sobresalía por encima de los tejados que resguardaban la honestidad; se escuchaban a lo lejos: “Pañe ese costal y arranquemos pal jilo, vusté sí ques bien langaruto”, era que ya habían asistido a misa y emprendían el viaje de regreso a la parcela sembrada de plátano, hortalizas, árboles de mango, naranja y mandarinas en que revoleteaban las abejas polinizadoras, colibrís, azulejos, “sangre toros”, toches y cuanta ave sintiera a su paso el deseo de saborear la dulzura esparcida en la heredad de la estirpe. Debajo de un árbol frondoso con ojos amodorrados, estaba la vaquita mascando sin finalizar el bocado de hierba, mientras con la cola espantaba los moscos, en la que el perro criollo redoblaba los latidos para dejar escapar su felicidad.  

 

Por la puerta falsa del caserón que miraba de frente el templo, de mañanita salía arriando las vacas, don Ramón Ríos (Ramoncito), con su figura cansada de años y aquella hernia inguinal que llenaba de interrogantes a los ladinos niños; se le veía abrir la alambrada existente después del histórico puente de Imusa, dejando que los rumiantes cuadrúpedos se adentraran por entre los guayabales que bordeaban la caudalosa quebrada de Piedras Blancas, él, envolvía el rejo, retomando el camino de regreso; por muchos años fue su disciplina y estampa que aún divaga por el sendero de la quimera. Las empresas llamaban a los trabajadores, con pitos y sirenas, los carros de escalera movían personas a fábricas de la ciudad. La Tasajera fue emporio de semejantes dedicados a elaborar productos de aluminio: ollas, poncheras, pailas y hasta ceniceros. Algunos de ellos, iniciaron sus propias empresas, tal es el caso de Pelgón (Pedro Luis González), empresa que llegó a figurar internacionalmente e Imelda, un caso de visión en un elemento de estrato campesino, iletrado pero de corazón futurista, (Eduardo Gómez); en un pequeño cuarto en que cabían un torno hechizo, una pulidora, él, y alguno de sus hermanos, fueron dándole vida a ollas pequeñas, medianas y grandes, portacomidas y poncheras que engrosaban los estantes de las cacharrerías en Medellín. Prueba innegable de la intrepidez, arrojo y bravura del pueblo antioqueño en que Copacabana está implantada por los vínculos de la hidalguía de un pueblo creador.


Alberto.

 






 

miércoles, 5 de octubre de 2022

EL MIRADOR DE LOS RECUERDOS.


Nunca se pensó que cabalgaría en el indómito corcel del tiempo, quien iba a cavilar que tomaría las bridas, correajes y arneses de épocas con sus segundos, minutos, horas, acumulando días hasta un siglo; ver en el sublime recorrido cruzar raudo el envejecimiento de rostros angelicales de aquellas bellas niñas de maleta, trenzas y zapatos brillantes, para ir a la escuela; el paso de ancianos gachos hoy, de amiguitos de juegos en las polvorientas calles o en el verde de predios amplios en que cabía la fogosidad de los mozuelos, mucho menos se visualizaba por allá en esa quietud de verde lago, el ir viendo en obituarios los nombres de seres apreciados, que dijeron adiós anticipado, cansados de la fragmentación y descomposición del humano mundo por la herida abierta en la unidad familiar, por la decadencia de la estirpe y el abandono total de la honestidad. Un día la geodesia del lugar de rezos de ángelus, de viviendas de techos históricos, el paso inseguro de personajes típicos, sonido de sirenas en carros policromos de escalera y de gentiles vecinos compartidores de viandas, desaparecieron del entorno como engullidos por una bestia mitológica.

 

Ya desde las cantinillas albergue de campesinos de día domingo, se apagaron aquellas tonadas tristonas y sentimentales que los pueblerinos llamaban despectivamente “Guascas”, para dar cabida a sones extranjeros unos y otros, a melodías con letras subidas de tono que no enternecen el alma y sí, alteran al monstro que llevamos dentro. El interior de la iglesia cambió, el altar hermosamente tallado en plata, no existe; el presbiterio ya no es resguardado de la ociosidad de los niños y a la vez servía para comulgar, por una barandilla de mármol, desapareció; la sonoridad de las campanas se dice ya no es la misma y los relojes no se ponen de acuerdo para dar la hora. creo que al progreso se le ha unido la rapiña y una fuerte porción de desidia, flojedad e indolencia por un pueblo que lo adormeció la intrusa tecnología mal usada ¡Oh Copacabana! El trote de las recuas de mulas sobre el pavimento ardiente del medio día, llevando en la angarilla el dulce alimento del trapiche, se desligó del encanto en el pentagrama del tiempo, cambiándolo por notas tristes que hacen que la melodía se vuelva apropiada en una sinfonía de horror. Cuando la existencia se vuelve extensa, te va mostrando con un índice tembloroso, que estás desvariando antes de llegar la decrepitud; el tiempo es arrollador, impetuoso y agresivo tal como una borrasca que todo aquello que se encuentre a su inhumano paso, será arrastrado con todo y sepas de los ensueños.


Alberto.