MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 4 de noviembre de 2020



EL PESO DE LOS AÑOS

LA RIDICULEZ QUE HACE EL DINERO.

 

Cuando todavía usaba pantalones cortos sostenidos por cargaderas de cuero, en forma de trenza, rezaba el rosario entonado por el patriarca del hogar, en aquel tiempo que nos desparasitaban con Quinopodio, la pelota de números rodaba en tumbos por cuanta manga había, las niguas campeaban por los dedos de los niños, con aquella sabrosa rasquiña y los domingos iban llegando los campesinos descendiendo desde las altas montañas, trayendo en mulas y caballos, los productos agrícolas que la Mama Pacha en abundancia les concedía; los ojos preguntonos y curiosos, se detenía en la belleza engalanada de sencillez, de aquellos seres vestidos con sus trajes típicos: Su sombrero aguadeño, sin ningún perendengue, arete, maravedí o bagatela que deshonrara su casta; camisa blanca signo de pureza de almas grandes, trabajadoras y honestas; pantalón de dril o paño con el negro dominguero, bien aferrado con correa de cuero; una gran parte a pie limpio, otros con sandalias o abarcas bien adheridas a las callosas extremidades con las que transitaban por socavones, peligrosos y abruptos caminos para llegar a la querencia que se deja ver desde la distancia, cuando el humo es lanzado por la chimenea, demostración de qué en el fogón, las viandas están casi lista. Aquella ruana bendita de gruesa lana, color gris o negro, algunas con rayas o fondo entero, compinche de amores furtivos, compañera inseparable del rodar de dados, abrigo del frío del hijo recién nacido y compañera del tiple en noches de bohemia y cubridora del carriel y sus secretos bolsillos, en que con disimulo se asoma la barbera o las trenzas de la amada.

Hoy, todo aquello, se fue perdiendo cuando los politiqueros ambiciosos les compraron a los campesinos su hidalguía y distinción. Encuentra uno en aquellos grandes hombres de la literatura paisa, obras maestras ensalzando la grandeza de la comarca; la admiración del orgullo del hombre de campo por su atuendo, atavío y vestimenta. Verlos bajar en grupos con la hermosura de las flores en enormes silletas, qué más bien, parece un concurso de fuerza y no de belleza y candor. Recorrer sudorosos, calles enclaustradas para que sólo ojos omnipotentes puedan ver, aspirar el olor embriagante de jazmines y deleitarse viendo el revoletear la abeja detrás del néctar. Todos marchan al compás de órdenes, con runas púrpuras, ofensa a don Tomás Carrasquillas, Ñito Restrepo, Vélez Efe y otra pléyade maiceros de pura cepa, que lloran desde su refugio celestial, “al ver como se afemina la molicie” y cómo “se lleva el hierro sobre el cuello”.