MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 24 de abril de 2019

ESO QUE NO SE OLVIDA


Se recorría la serenidad emanada de la vieja Copacabana con los pantalones cortos, aferrados a las cargaderas de cuero, adherida a uno de los ojales una cadenita con una pequeña navaja traída en diciembre por el Niño Jesús, pedida incansablemente durante meses; aunque la madre era poco visitadora, una tarde nos arreglamos para ir donde las Cadavid. Conversaron, se rieron y se hicieron buenas amigas. Le encantó que a un lado de la puerta principal existía otra por la que hacían el acceso arriadas por muchachos, vacas blancas orijinegra con ubres repletas de líquido perlático, seguidas por las crías mamonas y aquel olor a boñiga era señal inequívoca que más adentro era un establo. Los mugidos lo confirmaron. Muchas mañanas después de aquel encuentro, se prestaban para oír los tres golpes en la puerta, el saludo de buenos días y el sonido de vasijas en que llegaba calientita la postrera que bogaba con gratitud, en aquella casona que estaba en frente del kiosco y miraba la torre del reloj se movía como hormiga: Alejandrina Cadavid (Jando). Con ella, estaban otras hermanas solteras y la hermosa matrona de la anciana madre. Aquella sala en que fuimos recibidos era inmensa, pero en diciembre, se quedaba estrecha para dar albergue al pesebre.
 La añoranza se remonta cuando llegaba el mes de las mañanas frías, al instante en que detrás de la montaña aparecía un sol calientico, que le daba abrazos a los habitantes, en que todos parecían amarse; en que las sonrisas iluminaban los rostros, semejando que no existía el dolor, el cielo se teñía de azul y el alma no cabía en el pecho ¡Estábamos en diciembre! Las familias salían a las colinas a buscar musgo, chamizas y cuanto producto sirviera para hacer el pesebre. Jando, con sobrinos hacía los mismo. Llegaba el 16 y toda la chiquillería, adultos, parejitas de novios se asomaban por aquella ventana inmensa a curiosear el pesebre más bonito de toda la población ¡Era distinto! Estaba hecho por manos e imaginación creativas. Las figuras eran la imitación de personajes típicos del pueblo, construidas en cartón, tela o barro, bellamente diseñado y equitativamente construido. En un punto del pesebre, en la plaza, estaba acomodada la vendedora de natilla hojaldras y buñuelos, que Alejandrina renovaba diariamente todo colocado en una mesa con impecable mantel blanco; esa estampa abrió el apetito y con la sagacidad y abuso de confianza, todos los días al atardecer consumía escondido debajo de la mesa. Muerto el viejo se bota el bordón.    

Alberto.

miércoles, 17 de abril de 2019

RECORRIENDO CON EL PENSAMIENTO



Por algunos instantes como viejo añorador se ve marchando, por la topografía de aquel recodo de historia, cariño y apacibilidad, porque eso era Copacabana. Encasquetado en la añoranza, empieza el viaje: Aquel paraje en que está posado el hogar, era rodeado de mangas en que pastaban equinos, bovinos, muletos, asnos y aún por las vegas del río, se veían correr a brincos conejos silvestres. Cuando la intrepidez de la edad, no tiene vallados que no puedan ser esquivados, se adentraba por entre cañaverales, cañadulzales, matojos de hierbas rastreras y el barrizal dejado por las aguas del caudaloso torrente, armado de la cauchera asesina. Al atravesar la espesura llegó espantar la blancura de cigüeñas, que se extasiaban viendo cruzar las corrientes oscuras.
No sin antes dejar brotar una furtiva gota salada por la mejilla, continúa el imaginario viaje. Detrás de la morada en que los viejos hacían “el perro”, corría zigzagueando el caudal limpio de una pequeña quebrada, que las sardinas, sabaletas y aquel sabroso corroncho recorrían largos trayectos adheridos a la rivera sobre piedras blanquecinas. Se pescaba con costal en días soleados y el producto caía a la paila en casa de doña Alicia. 

Alberto.     


miércoles, 10 de abril de 2019

NIGUAS Y PIOJOS


LAS NIGUAS Y LOS PIOJOS.
Cuando Copacabana no se había metido en esas ‘inguandias’ de volverse metrópolis, en aquellas noches iluminadas por encantadora luna, en que se podía llevar serenata a la amada en su ventana, pues la casa más alta tenía dos pisos, cuando la plaza se engalanaba de toldos blancos como el alma de sus campesinos; en aquellos instantes los campos eran tapetes verdes con estampaciones dejadas por los frutos, por aquellas épocas en que los maestros se volvía segundos padres, en que las escuelas eran manantiales de cultura. Sí. Por aquellas calendas, estaban posesionadas bandas de plagas abusadoras de los niños, con algunas participaciones de los padres y muchas con el beneplácito del niño, porque aquella rasquiña, escozor, hacía que el instante de introducción de la una y succión del otro, fuera el beneplácito del instante. Desafortunadamente por culpa de esos animalitos, quedaron secuelas en más de uno de mis condiscípulos. Aquella escuela tenía dos patios enormes, corredor de jardineras en el uno que era para los más pequeños y tercero y cuarto en el de la parte de atrás llamado el predio; en esos lugares se descargaba la fuerza vital que dan los primeros años cuando la bendita campana anunciaba el recreo.
En su mayoría los condiscípulos asistían a pie limpio o a “pata boliada” como se decía generalmente; la mayoría con los pies descalzos provenía del campo, eso ejemplares de la pureza, eran los más desafortunados con la plaga de niguas y piojos. Las cabecitas al hacer la formación antes de entrar a las aulas, con el sol daban reflejos y chispazos rápidos con algún movimiento; las causantes eran las liendras que en su desarrollo serían flamantes piojos. Lo espelúznate de aquel entorno estudiantil, estaba en los dedos y jarretes de los pies, eran esos benditos lugares urbanizaciones escogidas por las niguas, aquellas ínfimas criaturas que iban taladrando para buscar acomodo y mientras tanto depositaban sus huevos, esas posesiones causan la más agradable de las rasquiñas que en la casa destruía colchones. Atrás hablaba de secuelas dejadas en algunos compañeros, fue tal el abandono, que esas criaturas se les comieron partes de los pies, a esos, los grandes y los de corazón torcido, se paraban encima para hacer explotar los óvulos. El grito y un pequeño llanto.


Alberto.