MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

domingo, 25 de septiembre de 2022

DESAZÓN

 


No es que se haya creado rancho aparte en el pasado, más bien, es un simple hecho de gratitud a la configuración de un conglomerado de caserones de calicanto y bahareque; de individuos procreados por el amor y paridos por la honestidad; mujeres forjadas para laboriosidad y arrulladas en la cuna de la dignidad; ese maremágnum de encantos, hechizos y sortilegios, hicieron nacer en un corazón de rapaz, un amor sempiterno por el villorrio bañado por un río y protegido como un búnker por montañas altaneras salpicadas por casitas de chimeneas, chambranas de macana, vaca cachi mocha, perro criollo y rezo del ángelus. Si no trajera ese ayer a revivir, a mostrar los encantos bucólicos y la armonía, la conciencia (juez implacable), daría una sentencia de culpabilidad que pagaría en la isla tétrica de la soledad en un lugar gélido. Rastreando en ese ayer se ve los alrededores del parque en la parte occidental con dos guayacanes amarillos, uno en frente de don Belisario Toro y un poco más abajo diagonal al kiosco, ahí en ese lugar, se llevaban a cabo peleas de boxeo montadas por el hermano de Julio Gaviria (Chonto) el singular arquero de fútbol; al frente de la anterior tienda de Luis Gil, estaba sembrado un algarrobo en que se oían cantar cucaracheros y los azulejos formaban nidos. Al oriente, los frondosos árboles de mango, hoteles cinco estrellas para todos los pájaros.

 

Siguiendo el recorrido por la antigua topografía del esplendido parque, están al frente del atrio los carboneros y entre ellos, unos que llamábamos “mionas”, ya que el fruto al apretarlo lanzaba un líquido, de lo que los niños hicieron un juego, causante de más de un disgusto y para acabar de ajustar, una pela al llegar al hogar. La quietud del parque de pronto se fue disipando, era el binomio de hombre y bicicleta que rodaban falda abajo en alocada carrera, ya las deslumbrantes por la parafernalia de los hermanos Montoya (Horacio y Genaro), que estaban llenas de pequeñas bombillas, farola, espejos, sillín acolchonado, retrovisores, parrilla y dinamo, admiración de todo el contorno, fueron proscritos ante la ola de velocípedos aparatos destartalados unos, algunos con manubrios encorvados y otros en buen estado, que inundaron las callejuelas del apacible poblado; culpable Jesús Gallego (Chucho) quien gozaba contando los pesos que pagaban los mocosos por un cuarto, media o una hora de alquiler y que algunas veces se extendía, porque habían unos lanzados que llegaban hasta Hatillo. Los niños enloquecidos por el alquiladero y los padres que se los llevaba el diablo. 


Alberto. 

 


miércoles, 7 de septiembre de 2022

HUBO UN TIEMPO


HUBO UN TIEMPO…

Corría el meridiano del siglo pasado, el acontecer exhalaba otro ambiente. Los hogares, seguían los ritmos de una batuta que ejecutaba los movimientos, con el saber del corazón y la responsabilidad. Existían escuelas y colegios en que se enseñaba primero la honradez, que, a contar el dinero, el respeto antes del poder. Las aves trinaban sin asfixia, el verde de los campos era el color natural, la nieve era perpetua, el agua corría a raudales; los niños jugaban ingenuamente por la cornisa de la imaginación. Las reuniones familiares, eran un festín de aprendizaje en donde los lazos de amistad, se ligaban hasta el pretérito. Para aquel entonces, las fincas enchambranadas eran sagrario de la heredad, reposo del carriel, ruana, machete y dados que rodaban lanzados por las manos callosas del campesino labrador de sueños e ilusiones, hoy, convertidas en lupanares de orgías promiscuas irrespetuosas del abolengo. 

 

Por las calles se caminaba con la cabeza en alto, llevando siempre una sonrisa al encuentro del trabajo honesto, sin negar un saludo a quien en la travesía se atravesaba. Simple gesto de urbanidad. Los asilos, eran lugares casi ociosos, pues las familias adoraban a sus ancianos ellos, representaban la hidalguía acumulada en el venerable patriarca, de caminar lento atiborrado de historia, que al narrarlas quedaban marcadas en el alma.

La niñez, correteaba alegremente fuera de temores, sin encontrar al paso libidinoso hambriento que mancillara la castidad de los sueños y borrara por siempre, la expresión de alegría en la faz angelical. Era satisfactorio, llegar al hogar perenne en que irradiaba el amor encasillado sobre el ejemplo y ser recibido en los instantes de angustia, por unos brazos de comprensión, prestos irrestrictamente a brindar ayuda. Hermosa y despampanante la lozanía de la mujer, maquillada por el poder de la naturaleza e irreprochable el donaire con que matizaba la pulcritud de su dignidad.  


Alberto.