MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 24 de junio de 2015

UN TIEMPO QUE FUE MEJOR


Guardando la tradición

Vivir con sencillez, es una manera de no agobiarse con una lucha enfermiza de poseer hasta quedar hartado, camino expedito para llegar a la angustia, sufrimiento y al hastío. Cuando la existencia se satura, se pierde el deseo de lucha, lo bello no se percibe ni se degusta, el desánimo copa los espacios de los sentidos, hasta convertir el ser, en un ente enfermizo predispuesto a la degradación y en último caso al suicidio. Cuando cada amanecer, trae la necesidad de adquirir un objetivo, el organismo se predispone para la lucha con el poder de la mente, logrando alcanzar lo propuesto; esos pequeños triunfos revitalizan marcando la felicidad en el rostro, tan esquiva en aquellos, que creen tenerla, en los efluvios engañosos de la tecnología. Nada más agradable que alcanzar los ideales, con la lucha honesta.
De ese ayer perdido entre la bruma del tiempo, se rescatan figuras y hechos que forjaron estructuras firmes en la mente de los infantes; las unas con ejemplos de rectitud y los otros, por las hondas sorpresas, que marcaron el derrotero de un mañana incognito. Los modelos que fraguaron la construcción de los anhelos, fueron en primera instancia, unos padres con la amalgama de firmeza y dulzura, presto a cada instante en forjar personas de bien; cuando se daba el salto a la escuela, se caía en manos de los maestros.


Era mejor nuestra época

Éstos, eran el continuismo con una dosis infinita de apostolado, nobleza y decoro, con el afán único de forjar. El mayor emolumento perseguido, estaba en ver convertidos en personas de bien a los alumnos. El 90% de la generación, salía predispuesta a enfrentarse contra las vicisitudes, con las armas de la honestidad; había quedado esculpido en el alma, el tatuaje multicolor de las responsabilidades, antepuesto a los volátiles espejismos creados en una mente vacía, instaurada por la superficialidad.          


miércoles, 17 de junio de 2015

DEBERES ANTE TODO


A lejos qué está el ayer

En los hogares del común de los mortales, para las épocas pasadas, la pereza era desterrada del carácter de los hijos, para ello, siempre se les designaba alguna responsabilidad, manera de que aprendieran a ser útiles en el porvenir y que la existencia no se les volviera traumática al tropezar con el primer obstáculo. Hasta en los regalos o traídos del Niño Dios, se iniciaba la tarea. A las nenas se les daba escobitas, pequeñas vajillas y muñecas de trapo, que les fuera mostrando el funcionamiento de un hogar y a los varoncitos, se les despertaba la inquietud al trabajo con equipos a escala de componentes de carpintería, mecánica para reparar los carritos de juguete, en que pasaba horas enteras despertando la creatividad, esa misma, les serviría para esquivar las dificultades en el transcurso del destino; era una niñez preparatoria contra la inutilidad y la pereza, cunas del delito y la degradación de la humanidad.
Nunca la mente de los párvulos se dejaba inactiva. Constantemente se les estaba dando tareas, para que el tiempo no se desperdiciara; las madres, con las hijas mujeres enseñándoles a tender camas, barrer, ayudar a preparar los alimentos, planchar ropa pequeña y tantas otras cosas en que un ama de casa se desempeña; la niña ya mujer, jamás olvidaba con gratitud a la madre.


Aquí está Dios

El padre, con los hijos varones mientras tanto, repasaba por cuanto rincón de la casa, existiera algo que necesitara de reparación. Los patios se debían mantener limpios, blanquear las paredes, limpieza de puertas y ventanas, alimentar los animales, conseguirles el alimento y mantenerles el lugar de habitación pulcramente para evitar enfermedades. Llegando la tarde, sudorosos, cansados pero con millas de responsabilidad adquirida, salían a jugar con la alegría reflejada en el rostro y felices de haber aprendido a cooperar con los padres.
¡No quedaba espacio para la frustración!

miércoles, 10 de junio de 2015

GRACIAS A DIOS


Antigua plancha

La vida está compuesta de infinidad de hermosuras, que la ambición, no permite de gustar a plenitud. Sólo basta recordar el nacimiento ¡Obra Divina! De ese instante glorioso arranca toda la existencia, paseándonos por diferentes puertos en que se encuentran culturas no imaginadas, sorpresas agradables y avatares agazapados que enlodan la felicidad. Es un viaje rodeado de expectativas, de sueños y realidades; es ir encontrando sabores, fragancias diseminadas cual semillas en un campo fértil, a la espera de germinar en una cosecha exuberante, que alimente el espíritu en lo que falta de éxodo. Durante el recorrido, se hallarán espesos nubarrones que empañan la maniobrabilidad, que desaparecen en el instante que el brillo del sol, despeja el horizonte. 
Tenemos la odiosa manía, de ir denigrando de nuestra vida por no poseer bienes de fortuna o, estar plácidamente ubicados en una mansión, sin darnos cuenta, que disfrutamos de la mayor posesión con que cuenta el ser ¡Salud! Con ella, se aprecian los encantos de los sabores, se disfruta el amor a plenitud, los senderos son transitables en su compañía; los sueños no son quimeras pudiéndose alcanzar con bríos y constancia, logros que endulzarán el espíritu en un paz auténtica, sin asomo de falacia.


Candelabro

La aceptación de los hechos, no debe ser, una forma de mediocridad conformista y enferma, es la base de emprender la lucha con las armas de la inspiración, inteligencia y la verdad; la batalla tendrá el sello del triunfo sin dejar rescoldos de dolor, al no dejar sufrimiento tatuado en la sociedad, porque se ha vencido sin usar artefactos enlodados de intriga y envidia, haz vencido por el poder de la superación personal y la gracia divina ¡Es tú triunfo!    

miércoles, 3 de junio de 2015

CASTILLO DE LA PAZ


Mujer del aseo

Se era bien pequeño, cuando el padre llegó una tarde de su trabajo, trayendo en el rostro enmarcado la felicidad; no era para menos, había adquirido con ahorros un lote en las afueras de Copacabana, donde construiría para la familia una casa, un hogar. Quedaba en una parte alta, rodeado de unas cuantas casas de la familia de los Gómez y más arriba condominio de los Montoya. La porción de tierra quedaba a orillas de la carretera, arteria que unía a la capital con el poblado y de éste, con la costa atlántica, de ahí, el constante tráfico que circulaba noche y día, pero a pesar de ello, el ambiente campesino era encantador. En la base de la montaña los árboles frutales atraían los pájaros, quebradas pequeñas descendían en torrentes de aguas limpias, cerca ondeante cruzaba el río por entre cañaverales y cañadulzales y espigados sauces que jugaban con la brisa; a pocos metros brillaban las paralelas de los rieles que soportaban el peso abrumador del tren, que pasaba raudo, dejando detrás la humareda como un recuerdo blanco, que se diluía entre la alegría y la nostalgia.
Diagonal en que quedarían las esperanzas del nuevo hogar, estaba el trapiche, que endulzaría las noches de molienda y se escucharía en la oscuridad, el lamento de la caña al pasar por el molino, mientras en las pailas hervía el sumo a borbollones como una lava dulce, revuelta por hombres con el torso desnudo y sudoroso. 

Músicos callejeros en el parque de Santa Elena

Todo aquel ambiente, hacía presagiar un futuro esplendoroso para el contexto familiar y premio al tesón del viejo patriarca, que añoró siempre un refugio propio para los seres que amaba. Paso a paso, con grandes esfuerzos, el castillo fue tomando forma. Cada fin de semana, nos dirigiríamos en caminada llevando viandas para ver los avances de la obra; se pasaba el día inundados de alegría imaginando los lugares en que quedarían los enseres que llenarían los espacios. No podía faltar el rezo de gratitud. No fue una ilusión, allí se quedaron para siempre los recuerdos de una época feliz.