MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 29 de julio de 2015

CAMINOS DE ESOÑACIÓN


Casa finca de Zacarías Montoya

Aquella niñez fue grata, creo, hasta el punto, de ser la culpable de mantener la ancianidad incólume, anhelante y con la expectativa de disfrutar de unos años más aferrado al timón del barco hogareño instituido, como facsímil, de aquel en que se vieron titilar las estrellas por primera vez; el remedo puede ser que no haya sido puntual, pero los frutos se sazonaron de tal forma, que el alma, hoy saborea su dulzor, compartiéndolo en dosis de amor con los semejantes, sin esperar de ellos el aplauso o falsas congratulaciones. Es la felicidad del deber cumplido y el triunfo indiscutido del poder de los ancestros.   
El territorio de aquel poblado, estaba diseñado para albergar a la naturaleza sin restricciones. De la tierra brotaban los árboles frutales que llenaban de aromas los campos, atrayendo desde distintos confines aves que se posaban en sus ramas para alimentarse, descansar de largo viaje o anidar, pues la belleza del entorno, les invitaba a quedarse; sus trinos en la espesura era manifestación de alegría compartida con los habitantes de las humildes viviendas, que se acostumbraron a convivir entre el arrullo de la música emplumada, el murmullo del agua bajada desde la montaña, el chirriar de la candela en la madera seca, sobre las piedras del fogón, el dulzor de los frutos y la devoción de la oración en los atardeceres del silencio.  

Fontana Bolivar y la madre en el parque principal

  Aquellos pies ligeros, anhelantes, deseosos se recorrían los senderos unas veces muelles sobre el musgo, otras en cascajales que herían el recorrido; seguía sin detenerse para saborear los almibares de los frutos colgados en las copas verdes. Pomas, mangos, naranjas, guamas, cañafístulas, mandarinas, guayabas, entraban en su boca para endulzar la irresponsable evasión de la escuela; era feliz en la libertad del soplo del aire, en la profundidad de las aguas claras, en las alturas de la cúspide del árbol, no así, en el aula sórdida, la mirada inquisidora del maestro, los compañeritos altaneros que hacían el ambiente insoportable. Lo de él era el albedrío sin mortajas disfrutando de la naturaleza, hasta caer exhausto y dormir sin despertar.              

miércoles, 22 de julio de 2015

AQUELLO QUE VIVÍ


Lo que hay que hacer

Aquella extraordinaria mujer, había colocado la máquina de coser, en la habitación que daba a la calle, engalanada de enorme ventana, por donde le entraba la luz y el aire. Era su puesto de batalla, en que unos pesos demás entraban al arca del hogar. Revistas de moda aguardaban a los clientes, para satisfacer las vanidades femeninas (que no eran pocas); tenía una buena clientela que hacían que el pedal que sus pies movían, no se quedara quieto, muchas veces hasta tarde de la noche. Mientras llegaba la mesada del esposo, que permanecía largo tiempo por fuera, ella, con su costura, daba manutención a sus seis hijos. No se borraba de su hermoso rostro una sonrisa, larga como el cabello ensortijado que caía sobre sus hombros. Siempre estaba en actividad ya fuera trazando, cortando las telas para los vestidos o en la cocina en las labores de cocer los alimentos aquietando la voracidad de la prole y de todo aquel que llegara a su casa en horas en que la mesa estaba servida; tenía el don de compartir con amor los regalos llegados desde el cielo.
Dejaba salir los hijos mayores a jugar con los amigos en la manga cercana, pero cuando se escaseaban los hilos, se quebraba una aguja o cualquier implemento le hacía falta, salía al corredor y con voz fuerte los llamaba por los nombres de en uno en uno.


Una soledad entretenida

Esa acción periódica, hizo que la lora aprendiera no sólo a llamarlos, sino también la entonación; tanto, que era difícil distinguir de que garganta salía el llamado. El acto aunque sencillo, no dejaba de ser encantador para quienes, tuvimos el privilegio de gozarlo a plenitud. Entre la amabilidad, la filantropía del corazón, botones, hilos y retazos de diferentes colores en la morada de tan espiritual mujer, corrieron los años sin sentirlos, contribuyendo hallar en sus hijos, mis grandes amigos; amistad que aún a pesar de los años perdura, aunque la voz de la lora no los llame, se enquistaron en el corazón.       


miércoles, 15 de julio de 2015

POR TRECHOS


Todo se ha ido

Es bien raro lo que acontece con la memoria, cuando los años se han venido encima. La bien condenada deja ver con meridiana claridad, por instantes, hechos acaecidos en el ayer, mientras oculta otros, dejándonos una inquietante ansiedad, al no poder continuar de forma armónica, hilvanando los acontecimientos vividos en el despunte ingenuo de un largo camino. Se puede ver una travesura, sentir el temor, no así el castigo merecido. Se observa el regalo, se siente la alegría, pero son difusos los rostros de quienes alargaron sus manos, para darte la felicidad; puede percibirse la frescura del aire matutino, enredado en el indócil  cabello, más nunca, la hora y el día. Patente nos recrea la primera cita escondida detrás de la histórica capilla (derruida por manos impías), con la niña de trenzas y manos temblorosas, pero la nebulosa estela de tiempo, no permite ver a donde fue. Escuchar se puede en la caverna de las añoranzas por instantes, el golpe seco de la bola contraria a la nuestra al volverla trisas, más se pierde en un recodo el rostro y la carcajada del antagonista. Son perversos esos espacios vacíos de la remembranza, crean dolor, angustia y atormentan el embeleso del disfrute de revivir estampas del ayer; es como sí aún libro ameno, le faltaran hojas. Puede ser, que al narrar lo vivido a nuestros descendientes, sin querer mintamos al acomodar los hechos.

Qué estarán pensando

El pensamiento manifiesta con relativa claridad, que aquel hogar estaba sembrado de flores en la parte de atrás, que un día se partió de la ancestral Rionegro, cuna de historia, para llegar a la tricentenaria Copacabana; existe el vacío del cómo y en qué se hizo la movilización. Pasado ese abismo, reaparece otro cuadro en que se ve una plaza empedrada en que campean aves de corral, una fontana con unos patos inertes, que arrojan agua por sus picos de cemento, bordeada de mangas y silencio interrumpido por las campanas sonoras del reloj incrustado en la torre de la iglesia ¡Lo doloroso hoy, es que no recuerdo, lo que pasó ayer!      

miércoles, 8 de julio de 2015

ASÍ DEBE SER


Desechos que dan vida

Han pasado ya tantos años, que la memoria se vuelve confusa, esquiva y por instante lapidario; da la impresión, que pretendiera olvidar el tiempo transcurrido haciéndose la desentendida, dando la sensación de que teme enfrentarse con la realidad contabilizada en las manecillas del reloj y en las hojas policromas, arrancadas del almanaque colgado de la pared; es un miedo compartido con la conciencia de saber, que un minuto más y un papel desprendido arrojado a la basura, es uno menos de vida. Sin pretenderlo, el desasosiego, se vuelve en una maraña infranqueable que hiere las pisadas otrora, fuertes, anhelantes de conquistar caminos, desgarrar velos perfumados adheridos a cuerpos exuberantes y de alcanzar estrellas notámbulas.
Con regularidad, se remonta al pasado, tratando de mitigar en algo el temor del inevitable final del ciclo. Quiere tomar de la vitalidad del ayer, mendrugos que lo revitalicen, en un desesperado intento de prolongarse, a sabiendas que la realidad le manifiesta, que son intentos fallidos; nada ni nadie, puede detener el normal desarrollo y extinción de lo creado. Cuando la flama de la vida empieza a perder su brillo y se convierte en una luz mortecina, es el instante en que la aceptación con dignidad, nos convierte en ángeles luminosos.

Es un poco tarde

Es el momento exacto de vivir el recorrido que falta con dignidad; tomando esa etapa de debilitamiento de las células con gallardía y altruismo, haciendo del epílogo una época primaveral idéntica a cuando las fuerzas vitales, iniciaban la marcha llenas fragmentos ilusionaros. Es bello el ocaso cuando el cielo se llena de arreboles y la brisa trae perfumes desde lugares ignotos, haciendo que la noche, no sea esperada con temores, sea más bien, la mullida presencia que brinde reposo al cansancio del extenso recorrido y el sueño profundo amortizará los sufrimientos y las falsas expectativas.              

miércoles, 1 de julio de 2015

¡TRISTEZA!


Amor todo se me va al estómago

El árbol de guayabo se estremeció lo mismo que yo. He tenido la costumbre ancestral de madrugar, con los primeros cantos de las aves. Aquella mañana, el cielo estaba limpio, presagio de que el día sería canicular. De repente, las hojas trepidaron ante el peso de algo poco común; la mirada se fue ávida hasta el lugar, apenas en el instante en que enrollaba las alas. Eran un pájaro de color oscuro, cabeza poderosa, pico encorvado y plumaje compacto, todo él, predispuesto para largas jornadas. Los ojos, eran parecidos a los del águila, con la diferencia de que éstos, tenían una rara nostalgia. Nos mirábamos extrañados. Sentía confusión y cierto temor ante la presencia. Un sudor frío acompañado de espasmos, recorrían por el cuerpo. No tardé en comprender, que ella (el ave), había notado mi comportamiento y cómo en una fábula mitológica, empezó a narrar el porqué de su presencia:
“No he venido a perturbar la tranquilidad del hogar, sólo a descansar de un largo viaje. Vivía en la cúspide de una montaña junto con la nieve y el cielo azul. Allí todo era tranquilidad. La curiosidad y el deseo de conocer el anchuroso mundo me trajo a tú país hermoso. Divisaba desde lo alto el azul de dos mares, las férreas montañas, el verdor de las planicies y selvas procreadoras de vida. Estaba encantada al ver tanta belleza.

En el abandono

Antes de regresar, hice un prolongado descanso, para saborear la dulzura de las frutas, observar la laboriosidad de sus gentes y embriagarme de verdor. Algo me indujo alzar el vuelo repitiendo el recorrido para grabar con fidelidad la magnificencia con que el creador, los ha recompensado. Oh que sorpresa…todo era diferente. Los océanos estaban llenos de porquerías; una mancha negra y espesa mataba los peces; los alcatraces, cigüeñas y gaviotas morían en las playas. En los campos el humo no salía de las chimeneas, brotaba de los sembradíos mientras la gente corría, las quebradas se habían convertido en arroyos de sangre y algo viscoso mal oliente; la selva estaba talada, solo la droga florecía mientras la fauna lloraba. No quise continuar, miré éste guayabo con algo de verdor…descendí nostálgico desfalleciente ante tanta crueldad del hombre y aquí yaceré. Recuérdame siempre, mi nombre es tristeza.”