MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

MARIPOSA


Mi jardín

La imaginación volaba con la misma forma oscilante del insecto lepidóptero que ama el néctar de las flores. Hacía viajes cortos o extensos llevada caprichosamente por la suave brisa y cuando la lasitud de éxodo le hacía detener, encontraba amparo en alguna piedrecilla que sobresalía de aguas cantarinas bordeadas de verde césped. Buscaba con ansiedad, amaneceres otoñales, en que ninguna nube empañara el azul del cielo, para emprender los viajes agrupados en sus fantasías. Con la fortaleza de sus imaginarias alas recorría espacios colmados de belleza, rincones apacibles predestinados para el embrujo del amor, hogares matizados de nobleza, verdes campos sembrados con manos encallecidas sobre surcos de paz; hombres y mujeres bendecidos de humildad y niños de caras alegres acariciando la edad dorada de los porqués. Cuando encontraba en el trayecto el efecto de su búsqueda, la policromía de las membranas se avivaba en el colorido, formando un arco iris de esplendor. ¡Era todo un paroxismo!   
Desgraciadamente, fueron pocos, por no decir nulos los hallazgos de la fantasía y no pudo acomodar las imágenes del pasado al convulso presente. La alegría de la partida se eclipsó con la amargura de la realidad; la magnificencia del ropaje, se iba deteriorando con el entorno y las alas, se tornaron pesadas.


La belleza

No pudo escapar a la mirada, los campos teñidos de sangre sobre los surcos otrora fértiles, ahora enmarañados y solitarios. Agitó las alas para alejarse. Ya poco respondían. Echó un atisbo sobre los hogares y solo encontraba desunión, libertinaje y materialismo. Los aletazos eran cada vez más débiles y poco quedaba de la brillantez de las extremidades. Buscó el sitio donde el amor se regodeaba, vislumbrando vacíos de sentimientos, comprensión, fidelidad y perdón. Llorando se aferró a un árbol y se dejó morir.         


miércoles, 19 de noviembre de 2014

ERA TAN BONDADOSA


Homenaje al carretillero

Sí, en aquellos tiempos, eran pocos los indigentes que pasaban de casa en casa, pidiendo limosna. Sin que con ello, quiera decir, que no existieran. Claro que los había. Pero podían contarse en los dedos de la mano. Eran conocidos por los habitantes con sus nombres y los alias; cada uno tenía diseñado el día en que comenzaba el peregrinaje con el costal al hombro, tocando la sensibilidad de los corazones. Tenían mucho de cultura, pues, daban los tres golpes en la puerta y jamás, antes de las nueve de la mañana, en que pensaban que todos estuvieran levantados, no era la intención de importunar. Una limosnita por el amor a Dios, brotaba de los labios entre un rostro famélico y unos ojos llorosos penetrantes de ansiedad que conmovían al más áspero corazón. La clemencia no se hacía esperar y cada uno iba dando de lo que tenía y no de lo que sobrara; el acto se convertía en un movimiento callado de la sensibilidad humana y calmante espiritual.
Sonaba el portón que se encontraba entreabierto y Nina el ama de casa, que conocía el débil tocado de unos artejos arrugados por el paso de los años, mostrando su mejor sonrisa, saludaba a ‘Milianita’ que sacando fuerzas de donde ya no existían, cargaba el talego algo más grande que ella. Conversaban igual que dos viejas amigas, le brindaba un humeante chocolate con algo de comer y mientras lo degustaba, le llenaba el costal con pequeñas porciones de un mercado, no sin antes agregarle que orara en sus plegarias por toda la familia para que nunca a ellos les faltara nada y que sus hijos siempre encontraran una mano caritativa en el trasegar de la vida.


Imaginación de un padre

Siempre fue así. Jamás de aquella puerta, se fue un despojado de la fortuna, sin una sonrisa o con la bolsa vacía. Ella, nació para compartir. Grande era el corazón que habitaba dentro de su ser. Sin manifestarlo, reprochaba la desigualdad de las clases sociales, quisiera ver un mundo igualitario y que en la mesa de todos se hallara el alimento ingerido de felicidad y no un mantel que sirviera de pañuelo para enjugar las lágrimas que hacen derramar el odio y el hambre. 


miércoles, 12 de noviembre de 2014

Y CON TODO, TE QUIERO


Desafiando la altura

He estado siempre a tú lado. Recuerdo cuando me viste; estaba semidormido entre el calor de mi madre, algo tocó el corazón y las palabras que dijiste: me lo llevo. Me dolió mucho salir del lado de la que me dio el ser, pero pronto me enamoré de ti; vi que te entregabas a quererme sin restricciones. El rostro es el espejo del alma. En tu cama cuando estaba pequeño, nos divertíamos jugando con las almohadas. Recuerdo cuando la madre nos regañaba, porque volvíamos una porquería aquel escondite de travesuras, descanso y dormilonas. No hacías caso. Gozabas igual que yo. Sabías que éramos dos seres creados por un mismo Ser Omnipotente, con la diferencia de que mi amor es perpetuo, que no distingo entre las buenas y las malas, sí estoy en un palacio o, el más humilde hogar construido con sobras de los que otros botan; no me importa sí la comida es enlatada con etiqueta rimbombante o lo que sobre de la boca de quien me brinda albergue. No conozco el odio, aunque se me halla golpeado por un momento de desesperación, sí me llaman iré meneando la cola, muestra inequívoca de que no guardo rencor y estoy feliz de que se recapacitó de la equivocación. Nadie está libre de errores. ¿Sabes? Me entristece ver cómo arrojan a la calle a los perros que están viejos, después que entregaron su vida a cuidarlos.
La ingratitud es imperdonable.


El cansancio

Esa manifestación del hombre no la comprendo. En nosotros existen diferentes razas y en ninguna le damos cabida, porque sabemos el dolor tan inhumano que depara a quien la sufre. No nos gusta la crueldad, por eso amamos a los niños; los vemos como ángeles enfrentados al salvajismo de un mundo agreste y solitario, en que sólo importa el yo, es cuando nuestra nobleza se acrecienta, para llenarle los espacios vacíos de una casa en soledad, los rodeamos de ternura con retozos y ladridos; nuestra mejor recompensa, es borrar del rostro la tristeza y verlos sonreír.


miércoles, 5 de noviembre de 2014

ANTE LA VENTANA


Amor por la naturaleza

Transcurría el año 1958 disfrutando de una juventud relajada, sosegada y tranquila. Todo lo tenía sin excesos, con lo que bastaba para ser feliz. Gustaba del buen vestir, con ropas cómodas y deportivas, que no eran bien vistas por el vulgo retrógrado de la comarca, pues se salía de las costumbres ancestrales. Él había crecido en un hogar, donde le habían enseñado a tener personalidad; por eso, poco o nada le importaban los cuchicheos de la gente, aunque no dejaba de ser molesto, sobre todo aquel murmullo, en que se ponía en duda la hombría. De ello, queda una anécdota. Alguna señora atrevida, se lo enrostró y con suma delicadeza le respondió: en su buen gusto queda comprobarlo mi sexapilosa señora. La dama se desconcertó, tomando la actitud de perro regañado.
Era la costumbre en aquellas épocas, que el galán visitara en la casa, a la amada Dulcinea, ya fuera en taburetes en los amplios zaguanes bajo la mirada expectante de suegros o de un travieso cuñadito o parado ante la inmensa ventana largo tiempo, en que el cansancio hacía temblar las rodillas; pero, se ha dicho, que el amor puede con todo. Pasaban las semanas en las mismas posturas y cuando los padres notaban las buenas intenciones del enamorado, les permitían a la pareja una salida hasta el kiosco, único lugar en que las damas podían entrar a tomarse un refresco (lo demás eran cantinas); ya allí, el acaramelado pretendiente, pedía para ella una Coca-Cola, un aguardiente para él y unas monedas para echarle al piano. No sé hacía esperar un disco de Juan Arvizu en un bolero sentimental lleno de poesía, enrojecía la cara de la dama y un suspiro entrecortado se dejaba escuchar, manifestación inequívoca de que estaba enamorada hasta más no poder.


Cargando el peso de los años

Hacia el costado sur del parque, a cuadra y media se abrió una heladería. Allí se encontraban cada domingo un grupo de amigos a departir y entre libaciones, notaba él, que siempre en la casa del frente, se sentaba a la ventana una damita, que con disimulo, observaba el grupo; impulsado tal vez, por el licor, se le acercó, tomando la misma actitud de los enamorados. Sentía el mismo cansancio. La escena se repitió hasta que un día no volvió. Sentía que hacía mal, que no debía crear en el corazón de aquella criatura un sentimiento de amor, para después dejarla tirada a la deriva, cuando lo que pretendía era experimentar lo que sentían los galanes en aquellos devaneos a que los impulsaba el dios Cupido. El ensayo jamás se repitió, dándose cuenta que el amor puede con todo.