MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

ANTE LA VENTANA


Amor por la naturaleza

Transcurría el año 1958 disfrutando de una juventud relajada, sosegada y tranquila. Todo lo tenía sin excesos, con lo que bastaba para ser feliz. Gustaba del buen vestir, con ropas cómodas y deportivas, que no eran bien vistas por el vulgo retrógrado de la comarca, pues se salía de las costumbres ancestrales. Él había crecido en un hogar, donde le habían enseñado a tener personalidad; por eso, poco o nada le importaban los cuchicheos de la gente, aunque no dejaba de ser molesto, sobre todo aquel murmullo, en que se ponía en duda la hombría. De ello, queda una anécdota. Alguna señora atrevida, se lo enrostró y con suma delicadeza le respondió: en su buen gusto queda comprobarlo mi sexapilosa señora. La dama se desconcertó, tomando la actitud de perro regañado.
Era la costumbre en aquellas épocas, que el galán visitara en la casa, a la amada Dulcinea, ya fuera en taburetes en los amplios zaguanes bajo la mirada expectante de suegros o de un travieso cuñadito o parado ante la inmensa ventana largo tiempo, en que el cansancio hacía temblar las rodillas; pero, se ha dicho, que el amor puede con todo. Pasaban las semanas en las mismas posturas y cuando los padres notaban las buenas intenciones del enamorado, les permitían a la pareja una salida hasta el kiosco, único lugar en que las damas podían entrar a tomarse un refresco (lo demás eran cantinas); ya allí, el acaramelado pretendiente, pedía para ella una Coca-Cola, un aguardiente para él y unas monedas para echarle al piano. No sé hacía esperar un disco de Juan Arvizu en un bolero sentimental lleno de poesía, enrojecía la cara de la dama y un suspiro entrecortado se dejaba escuchar, manifestación inequívoca de que estaba enamorada hasta más no poder.


Cargando el peso de los años

Hacia el costado sur del parque, a cuadra y media se abrió una heladería. Allí se encontraban cada domingo un grupo de amigos a departir y entre libaciones, notaba él, que siempre en la casa del frente, se sentaba a la ventana una damita, que con disimulo, observaba el grupo; impulsado tal vez, por el licor, se le acercó, tomando la misma actitud de los enamorados. Sentía el mismo cansancio. La escena se repitió hasta que un día no volvió. Sentía que hacía mal, que no debía crear en el corazón de aquella criatura un sentimiento de amor, para después dejarla tirada a la deriva, cuando lo que pretendía era experimentar lo que sentían los galanes en aquellos devaneos a que los impulsaba el dios Cupido. El ensayo jamás se repitió, dándose cuenta que el amor puede con todo. 


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