MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 26 de enero de 2011

PARA UNA NIETA.


Don Jesús Molina y la rectora de la escuela de niñas

No he creído que a alguien se le pueda olvidar los momentos hermosos pasados en la escuela. Son varias las estampas que quedan grabadas de la niñez en la que abandonamos la casa paterna y el rincón de la cama de los padres con aquel adormecedor calor del hogar o los arrullos de una madre mimosa que con la suavidad de un pétalo, desliza sus dedos por la enmarañada cabellera. Ha llegado la hora de inmiscuirse en el intrincado mundo del saber. Sí. Pero no es tan fácil. Vamos a conocer tantos niños que quien sabe si haremos buena amistad con ellos. Habrá algunos ya mucho mayores que nos infunden miedo por el temor que se aprovechen de esa circunstancia y nos puedan golpear, pero mi papá dice que yo ya soy un hombrecito y eso me da valor. Pero lo que más me confunde es el contacto con los maestros. Cuando llegué me gustaron los patios de recreo, la piscina, la fuente que estaba en el centro del patio principal; uno de los maestros tocó una campana muy sonora que estaba colgada de una viga en el corredor, había llegado la hora de formar. De pronto escuché una voz femenina que dijo mi nombre. Usted hágase para éste lado con los otros niños que serán mis alumnos de primero, no he podido entender porqué le decíamos señorita pues tenía un embarazo que no podía ocultar. Era doña Marta Gaviria. El que tocó la campana, don Hernando Hoyos y así fui aprendiendo los nombres de quienes serían los encargados durante cuatro años de llenárme el cerebro de números, letras, rectángulos, cuadrados etc.
Don Hernando se echó un discurso sobre cómo deberíamos comportarnos en la escuela y por último nos presentó al rector. Don Jesús Molina. No era alto, pero grueso, elegantemente vestido, mirada severa que se asomaba por entre unas gafas que dejaba resbalar por la nariz para mirarnos, de inmediato sentí temor y le pedía a
Don Jesús Molina por aquellos años.
Dios en ese instante, que ojalá nunca me llegara a tocar con él en los cuatro años de primaria. Era un hombre dedicado con alma y sombrero al magisterio, estricto, disciplinado, no le gustaba el desaseo y cada que se paraba en el corredor nos pedía que aunque fuéramos pobres, no lleváramos la ropa rota, ni sucia, que le dijéramos a nuestras madres que nos sacara las niguas de los pies y de las manos mientras desde el saco sacaba un cigarrillo que aspiraba con devoción, era un gran fumador. La cartilla en que aprendíamos las primeras letras llamada Alegría de Leer tenía en una de sus páginas un dibujo en que se mostraba un niño siendo brutalmente castigado y con una leyenda que decía: "LA LETRA CON SANGRE ENTRA" y eso la hacían a la perfección nuestros maestros. Para ello mantenían una regla de buen tamaño en el escritorio que usaban al primer error cometido. Don Jesús, cuando alguien del alumnado había cometido una falta, hacía filar a todo el personal, con una mano por detrás en la que tenía la regla y con la otra, señalaba al infractor, lo hacía subir al corredor y allí lo castigaba; pero era peor, cuando era alguno de sus hijos aludiendo "que la ley entra por casa". Don Jesús era amante del deporte, con especialidad el

Marina Molina

fútbol. Cuando estaba de buen humor jugaba con nuestros trompos y los tiraba a la mano con especial baquía haciéndolo bailar en una de las uñas. Dios me hizo el milagro. Primero, segundo, tercero, cuarto y jamás estuve en el aula con do Jesús, pero ya mayor llegué a ser un gran amigo y admirador de mi primer rector que por los avatares de la vida nunca volví a ver.


miércoles, 19 de enero de 2011

MAGÍN.


La telaraña de los recuerdos.
Habíamos mentado en otra parte, que en la salida para el Cabuyal tenía Manuel Gómez, un hotelucho y restaurante que asistía a los campesinos los domingos, pues allí tenía su vivienda un hermano del dueño que lo apodaban "Magín", poseía mucho de orate. Vestía de la manera más estrafalaria. Tenía siempre un gorrito en la cabeza, la camisa y el pantalón llenos de remiendos de distintos colores, los pegaba sin consideración de puntadas con hilos de los más variados tintes, siempre descalzo y con los calzones arremangados hasta la mitad de la pierna. De estatura pequeña, rechoncho, con unos ojitos saltones y de unos pequeños colmillos; no era sociable y más bien se mantenía solo, ganaba uno que otro peso haciendo mandados, como aquel de ayudar a los carniceros a sacar las mesas los domingos al parque. Pero lo curioso en el personaje era que en los momentos de soledad y cuando no tenía nada para hacer, se adentraba a la quebrada Piedras Blancas y la recorría sobre todo por la parte alta por donde existían sembrados de cañadulzales fumándose un tabaquito que se llamaban "calillas", se sentaba en alguna piedra de las que tanto tenía la quebrada en sus márgenes y allí pasaba largas horas en una meditación de las que nadie supo jamás su contenido; de pronto se desaparecía como sí quisiera que nadie supiera de lo que hacía. Muchas personas en el Sitio tenían por comentario, de que Magín tenía dinero y que lo escondía en las riberas, que lo que era, sin temor a equivocarse, un avaro; también se comentaba, que el traje era una caja fuerte ya que se aseguraba que ni para dormir se lo quitaba. Para muchos, no tenía nada de loco y mucho menos de bobo. Lo cierto del asunto, es de los personajes que queda vivo en la retina de chiquillería que disfrutaba con los baños en Piedras Blancas que a cada momento se lo encontraban en los puntos más distantes, él los miraba despectivamente y continuaba su camino dejando un halo de misterio en la cabeza de los párvulos. Cualquier día tomó el camino que no tiene regreso, sin decir adiós.

miércoles, 12 de enero de 2011

COSAS QUE SE LLEVÓ EL TREN.


Fotos de estación del ferrocarril de Antioquia Dario Correa.
En la parte del lado norte y muy cerca a la cancha de la Pedrera y después de pasar el puente que servía para cruzar el río Medellín, estaba un monumento de arquitectura que jamás debería haber sido destruido. La estación del ferrocarril de Antioquia. El tren recorría la población con su ruido característico, cha...cha...cha, cuando su engranaje movía sus ruedas y el tac...tac...tac, cuando con toda velocidad pasaba sobre los polines. Tenía mucho movimiento puesto que, en Copacabana, vivían muchos trabajadores de las fábricas que tenían asiento en Bello, como: Fabricato, Pantex, la fábrica de arriba, los mismos talleres del ferrocarril, otros que viajaban a sus labores en la ciudad de Medellín y para los muchachos, que en los días de asueto de las escuelas y colegio; íbamos a ver cine en la cuna de Marco Fidel Suárez, en los teatros: Rosalía y Bello, lo hacíamos porque en el teatro Gloria no daban tan buenas películas cómo en aquellos; de regreso, en el tren, al llegar,


Foto Zensoriales.
no se detenía del todo, entonces nos teníamos que lanzar antes que volviera a tomar su velocidad normal. De ésto queda una dolorosa experiencia. En una de esas escapadas a ver cine, Samuel Montoya Quintero, estudiante de la escuela Urbana de Varones, en la llegada a Bello, no esperó a que se detuviera y se tiró...cayó bajo las

Foto El Libertario.
ruedas y murió destripado.
Siempre que este negro vehículo recorría el pueblo tenían sus maquinistas la costumbre de pitar en señal de alegría, las gentes que llenaban los vagones, con las manos saludaban y algunos sacaban hasta pañuelos, era todo un espectáculo que alegraba el alma y que hoy nos llena de nostalgia al ver que el tren pasa sin mirar para Copacabana. Existía un tren que llamaban el mixto. En el viajaban personas, animales y carga, creo que el valor del voleto tenía un descuento. Era conmovedor el sonido del pito, cuando por desgracia en su recorrido hubiera llegado a matar a un ciudadano, desde mucho antes de llegar a la estación se escuchaba su lamento y las personas del Sitio se sobrecogían sin saber quien era el muerto, lo que pasaba, era que existía amor por el dolor ajeno.

miércoles, 5 de enero de 2011

¡CÓMO ERAN DE SIMPÁTICOS!


Campesinos de Copacabana en día de mercado.
Se creé que Copacabana era rica en bobos o personajes simpáticos, llegaban sin anunciarse o como brotados de la tierra. Un día cualquiera, cuando la brisa soplaba de norte a sur, esa brisa que sólo es nuestra, apareció un viejito semi barbado, con sombrerito arrugado, saco largo, al estilo del humorista Mexicano "Clavillazo", pantalones muy anchos y largos, encorvado y hablantinoso, a pedir una limosna. ¿De dónde llegó?, no se supo, lo que sí fue cierto, es que las gentes le tomaron cariño y del bueno. Lo apodaron "Cañitas" y él, quedó muy contento con su apelativo. Se instaló en el asilo que manejaba, Celia Correa Fernández y de allí empezaba todos los días a recorrer las calles semi vacías en busca de personas que le dieran unas limosna que él agradecía con simpatía y con su característico: "Lindo éste maldito culicagao".

Susanita, otra de la camada.
Caminaba rápidito cómo sí la vida se le fuera apagar y no tendría tiempo de llegar a las tiendas donde le daban un pan y que él disfrutaba comiéndoselo en el anchuroso atrio de la iglesia. Como se dijo, era pacífico, pero de vez en cuando se ponía intransigente y bravo, pero más cuando la chusma de fogoneros o ayudantes de los carros le hacían maldades y lo ponían hasta llorar de la rabia. Las personas caritativas lo llamaban para que les hiciera algún mandado y le daban sus monedas, las que de inmediato echaba en los enormes bolsillos de su saco y salía contento como un bebé.
Cañitas, sentía un gran amor por los niños con los que quería compartir sus "ganancias", pero los muchachitos le sacaban el cuerpo, quizá por miedo o porque sus padres les prohibían las relaciones con alguien que no conocían; la verdad es que éste personaje jamás perjudicó a nadie, auque llevó siempre una vida miserable, pero digna; alguna vez lo pescó una gripa y por haberla cuidado en mala forma, se fue poniendo grave, pálido se le veía y ya sin los ánimos de otrora, poco a poco, marchaba al infinito con su figura tal vez risible para los mortales, más no así para su creador.