MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 25 de julio de 2012

¿SERÁ QUÉ NOS MATAN LOS DERECHOS?

Antigua presentación de cigarrillos Pielroja.

"La mitad del mundo tiene algo que decir, pero no puede; la otra mitad no tiene nada que decir, pero no calla. (Rober Lee Frost).


Cuando el almanaque, que estaba colgado en la pared, mostraba el año 1940, se vivía la época en qué se nacía con obligaciones. Los padres excepto algunos, tenían la dicha de ser profesionales en algún ramo; el resto, eran hechos para formar hogares. Tenían éstos últimos, gravadas en la mente la crianza que les habían forjado los mayores. Lo mismo daban a sus hijos, con especial cuidado, amor. Seguía la formación con el respeto a todo lo que los rodeaba: los ancianos, los animales, mujeres en embarazo, el maestro. Se les enseñaba a ser colaboradores en las actividades del hogar. Pero el énfasis primordial, estaba en amar a Dios. Los niños serán siempre los mismos. Rebeldes, ansiosos de conocer, inquietos, buscadores irreverentes de libertad; la fogosidad, era canalizada por la voz fuerte del padre, endulzada por las caricias de la madre; ambos sabían que estaban formando el futuro del hijo y la paz de la sociedad.


Antigua plancha.

Seguían cayendo hojas del almanaque, mientras tanto, la criatura se iba formando en un ser responsable; atizado mentalmente por las obligaciones enseñadas en los primeros pasos; a él, le llegaban los derechos a medida que transcurría el tiempo y sabía hasta dónde estaban sus límites, que principiaban donde terminaban los de los demás; a la inversa, cuando todo es derechos, es el caos; ya no es libertad, sino libertinaje. Cuando las cosas marchaban en aquella forma, no se veían frustrados tirados en las calles, ni habían hecho la aparición centenares de sitios de rehabilitación. Se dice hoy en día, que los niños se salieron de las manos, que son inmanejables; ¿No será más bien, qué los que no dan la medida, son los padres? No dan ejemplo, son permisivos, jamás les dan normas; usan el hogar sólo para dormir. Para todo ello, habrá culpables que el tiempo irá señalando; mientras tanto, recojamos lo que ha sembrado la estupidez de tantos derechos.

miércoles, 18 de julio de 2012

NO HAY HOY SIN AYER.

Garabato para colgar carne.


La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar. (Thomas Chalmer)





Uno cuando pasa de los años de pubertad, entra lentamente a la vida de adultez, siguiendo inexorablemente, a los que, los cabellos se vuelven canos, la tez deja la lozanía arrugándose, en algunos casos, parecieran cortadas en el rostro; la memoria cada día va desapareciendo; la conversación antes amena, es una repetidora que ahuyenta a quienes son los interlocutores, hasta llegar, si Dios lo quiere, a aquella, que es cómo un regreso a los días de bebé. A esa, se le teme, al igual que una peste. ¡La decrepitud! Todas las épocas son naturales, pero hay quienes las aceleran para ganar de lástima. Se ha visto a personas que a los 50 años empiezan a agachar la cabeza, se van encorvando, buscan que un carpintero les construya bordón; arrastran los pies, se hacen repetir palabras mostrando ser sordos; dicen no ver bien; pero todo es un ardid para catapultarse y conseguir todo lo que quieren sin hacer el menor movimiento. Se vuelven rémoras aferradas a todo y a todos. Oyen y ven y lo usan en el mejor momento; así, manipulan a familiares o a todo aquel que caiga en sus garras. No les importa lo que pueda suceder al alrededor; son Hipócritas, falsos y mentirosos.




Ventana Antigua.

Ser viejos es algo hermoso. Se han tomado del transcurrir de tiempo experiencias maravillosas, que son cómo psicología callejera para usar en quienes son la prolongación o ante la juventud que desee llegar al regazo de los años. La vida tiene sus bemoles, pero éstos, al pasarlos con altura, son los que nos hacen fuertes para enfrentar los caminos que aún puedan faltar y depositados con cariños a los que se acercan, forman disciplina y una personalidad altruista en quienes apenas comienzan. No te hagas anciano, es mejor serlo con amor, para no convertirse en una piltrafa. Cuando llega la ancianidad, se debe ser sonriente para granjearse el cariño de quienes comparten el entorno. Recordar del ayer lo hermoso y olvidar los malos ratos para no ser un amargado; aceptar los cambios del presente cuando ellos sean por el bienestar de la comunidad. No existe un pasado sin tacha, ni un hoy irreverente. Si se quiere ser amado, ama; de esa manera no se sentirá la carga de los años.





miércoles, 11 de julio de 2012

LOS PELUQUEROS.

Casa finca de don Zacarías Montoya.
Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas.
(Proverbio árabe).

Las salas de estilistas llenas de luces, mobiliarios caché, enjuagues de cabello y otros perendengues, no habían hecho su aparición y menos en un pueblo tranquilo y sosegado, en donde sus hombres eran arraigados a las costumbres ancestrales y a la sencillez de la vida.

En cuartos de 3 metros cuadrados, estaba el negocio de peluquería. Allí estaba acomodado hasta tres sillas, listas a recibir al parroquiano que se veía peludo cuando el cabello se trepaba por el cuello de la camisa. Enfrente estaba colocado un espejo largo y ancho, con muestras de vejez; debajo de éste, un vidrio que servía de mesa, para colocar los utensilios de trabajo: máquina manual para el corte, tijeras, la peligrosa barbera, un frasco con piedra lumbre para esterilizar los utensilios, la brocha y jabón para la afeitada, atomizador con alcohol para evitar infecciones, un trapo, en el que echaban talco al finalizar ; de un lado de la silla, estaba una tira larga de cuero, en la que se pasaba la barbera para darle más filo; abajo una gaveta en la que se guardaban las capas pulcramente blancas y bien lavadas con ese olor a pureza; una pequeña tabla, para la motilada de los niños, que era atravesada en el descanso de los brazos de la silla. Llenaban el resto del salón, unos muebles viejos para comodidad de los clientes en espera, una mesa en la que se encontraban periódicos y revistas amarillas de tantos ser hojeadas.

Torre, nave principal y casa cural de Copacana.
En la calle del Comercio y con un pequeño letrero que anunciaba el oficio, se encontraban las peluquerías de: don Jesús González, quizás la más elegante, la de Víctor Gallo, hombre alto y de infaltable tabaco en la boca; David Carbajal, un hombre lleno de iniciativas, restaurador de imágenes y buen conversador y por último, Eleuterio Rivera, cabeza de cabello blanco, genio disparejo; sobresalía, porque era tuerto y para esconder el defecto, usaba las gafas con un lente borroso que tapaba la cuenca donde alguna vez estuvo el ojo; no era el más apetecido, pero vivió toda la vida del oficio. Los cuatro se quedaron en el recuerdo para siempre embalsamados en la memoria de un niño, que allí perdió sus crespos, que la madre se deleitaba en peinarlos con amor.    

miércoles, 4 de julio de 2012

CUANDO LLEGAMOS A COPACABANA.

Lo que se deja expresar, debe ser dicho de forma clara; sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar.
Ludwig Wittgenstein (1889-1951) Filósofo británico, de origen austríaco.

Un día del año 1944, se le dijo adiós (por enfermedad de la madre), a la hidalga ciudad de Rionegro, para llegar a formar nuevo hogar en la colonial “Fundadora de Pueblos”, adjetivo dado a Copacabana, después de la Monografía de Miguel Cuenca Quintero.

El cojo Esteban, fue el que, quien, cómo comisionista del poblado, había encontrado albergue para la familia. Era un caserón de alta techumbre, inmensas habitaciones que rodeaban anchuroso patio; puerta de entrada semejante a la de una iglesia con tallas de viejos artesanos, con zaguán extenso y contra portón. El lugar del comedor tenía la capacidad de albergar hasta Jesús y su última cena; ¿el solar? Era casi una selva en miniatura. Por lo rastrojos se extendían los bejucos de matas de totumo. Para dos niños pequeños, aquello fue siempre una aventura.

La tranquilidad era tanta, que se podía escuchar el aletear de un mosco y siempre estaba presente para alejar el calor, un airecillo refrescante que bajaba de las montañas o se venía encajonado por las laderas de norte a sur entrando sin permiso a todo lugar, en especial, al alma limpia de sus habitantes. Algo que no se aleja a pesar de la distancia en el tiempo, el mercado de los domingos realizado en todo el marco de la plaza principal al aire libre, con sus toldos blancos; los bultos de maíz blanco y amarillo; los verdes de las hortalizas, las velitas ‘tirudas’, la venta de marranas y su innumerables crías, que llenaban el ambiente de chillidos al ser destetadas y que de alguna manera, opacaban el hermoso y sonoro repicar de las campanas que llamaban a la feligresía a una nueva misa. Mucho menos, se puede olvidar, los dignos campesinos, ataviados de sombrero, ruana, carriel y alma limpia, que hacían sus compras, para regresar alegres montados en sus bestias a sus querencias, aferradas al filo de la montaña donde lo esperaban la prole de beso y abrazo, con taza de aguadepanela caliente. ¡Un pequeño recuerdo, de algo que jamás saldrá del alma!