MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 26 de octubre de 2011

UN JOVEN PELIGROSO.


Foto: Monografía de Copacabana.
No temas a la vejez, es acercarnos más a Dios.

Era el hermano mayor y no gustaba de la violencia. Nacido en un hogar bien constituido, con normas, respeto y amor. Al llegar de Rionegro al nuevo pueblo, se encontró desadaptado en un ambiente hostil. Era el hazmerreir de los compañeritos de la escuela por la vestimenta en la que sobresalían los zapatos, camisas estampadas, medias de lana hasta casi las rodillas (venía de tierra fría), pantalón corto sostenido por cargaderas; se le veía impecable. Al parecer aquella presentación no gustó o creo envidia en los condiscípulos de la Escuela Urbana de Varones. En cualquier comunidad no ha de faltar el bravucón que con patanería, crea miedo en los demás, qué por ello, se forma un grupo de seguidores intimidados que lo acolitan en todas las travesuras.


Foto: Monografía de Copacabana.
Cualquier día sin motivo, al salir de las aulas, Josué, el guapetón de la unidad educativa, lo fue encerrando con sus compinches en lo que se llamaba el "predio", que no era otra cosa, que el patio de recreo para los mayores. Hicieron un círculo encerrándolo para que Josué algo mayor, empezara a hacer un festín sobre una presa inerme, que no conocía de peleas y sí mucho de cariño de la familia. La agresividad era tal, que lanzaba mordiscos en los brazos y...con sus manos apretaba los testículos de la víctima, que poco a poco fue desvaneciéndose ante la mirada de los secuaces y del rector de la escuela, que escondido detrás de una de las inmensas ventanas seguía el acontecimiento sin hacer nada para evitarlo. Horriblemente afectado por la crueldad, partió para su casa y fue un niño más, que perdió el rumbo que lo podría haber llevado hacer un hombre profesional. Eso hizo que abandonara el pueblo, para refugiarse en casa de las tías en la ciudad capital.

miércoles, 19 de octubre de 2011

SUEÑO DE NOSTALGIA.




Foto: Carlos Múnera.
"Al escribir queda uno vivo aunque muera". (Manuel Mejía Vallejo)




Estaba distraído cuando de pronto escuchó en la emisora al locutor decir: "A continuación escucharán una bella melodía viejita para los que aún tienen corazón, en la voz de Margarita Cueto". Se sentó placidamente; a medida que avanzaba el disco, empezó a dejarse transportar por la imaginación. Vio en forma clara las calles aseadas qué tanto recorrió en sus travesuras; detenía la mirada en aquellas casas amplias de puertas y ventanas abiertas como el corazón de los moradores para todo aquel que llegara; veía a familias unidas entrar al templo con devoción y respeto. No podía dejar de derramar una lágrima, cuando a su recuerdo, le llegó el aire fresco de domingo revoloteando libremente por la blancura de los toldos del mercado y observó claramente un lugar que incitaba sus sentidos de mozuelo; allí debajo del palo de mango, estaba la viejecilla con su galería de dulces: Velitas de las llamadas "tirudas" o las quebradizas, panelitas de coco, confites de diferentes colores y tamaños encerrados dentro de frascos boquianchos para evitar la visita inoportuna de moscos o de alguna hormiga dulcera que desacreditara sus productos. ¿Cómo olvidar aquello del "casao" de velita con tajada de coco? Linda la anciana en la pulcritud de su vestimenta y bella su sonrisa.



Foto: Monografía de Copacabana.
Esa música que ahora escuchaba y que los medios de comunicación han olvidado ya casi por completo, lo hizo pasar en la añoranza, de cantina en cantina del viejo poblado, cuando repletas de campesinos rezumbaba en el aire juguetón y la transportaba por el pentágrama de tejados requemados por el tiempo y de aquella nota alta que se deslizaba por la palmera símbolo natural del Sitio o bajaba lentamente por las escaleras internas de la esbelta torre de la iglesia, para enredarse pacíficamente entre sus hidalgos habitantes.

miércoles, 12 de octubre de 2011

CUANDO TALLAN LOS RECUERDOS.



Foto: de Internet.
"Las personas que hacen poco ruido son peligrosas" (La Fontaine)


La tía había acordado con las directivas de la empresa para hacerse a una bicicleta importada de Inglaterra, la iría pagando por cuotas. Ella le daría la sorpresa al sobrino amado. Y así fue. Un sábado llegó montada en un automóvil con su rostro adusto, desde la ciudad; entre ella y el chofer, desde la cajuela sacaron a relucir la bicicleta de marca Coventry. Farola frontal con su dinamo en la llanta trasera, parrilla para cargar algo o sacar a pasear a una persona ya fuera familiar o a un amigo. El que llegó a ser su dueño, se atravesaba las calles del pueblo chicaneando de su lujoso bípedo aparato, escaso en el poblado por aquellas calendas.


Foto: AMV.
Nuestro hombre se desfilaba feliz por las carreteras llegando con su pedaleo hasta pueblos cercanos, se sentía que nadie era más que él. Pero, cuando él salía de visita a la casa de las tías y pasaba con ellas unos días, el hermano pequeño por encima de la prohibición de la madre, sacaba en compañía de los amiguitos la bicicleta para aprender a montar. Caídas, chichones en la frente remediados con limón y sal, raspaduras en las rodillas, roturas de pantalones, engrasadas de los mismos, hasta que de pronto él y la condenada salieron rodando tal como lo ejecutaba el hermano mayor. Así mismo fueron aprendiendo los compañeros del barrio, qué solo esperaban que el dueño se apartara de la casa para salir a montar. Eran instantes tan agradables qué aún caminan escondidos en los recuerdos, de la misma forma en que se hacían por aquellas épocas en qué la madre jamás contó a su hijo mayor las travesuras del menor con la bicicleta Coventry, regalada por una tía que tuvo amor, a uno solo de sus sobrinos.

miércoles, 5 de octubre de 2011

OTRO RECUERDO...



Foto: AMV.
"Ningún hombre sabio ha querido nunca ser más joven" (Jonathnan Swift)

Hace largos años en la conmemoración de la Semana Santa en el Sitio de la Tasajera (antiguo nombre de Copacabana), los habitantes se entregaban de lleno a los oficios religiosos que se llevaban a cabo en el templo de Nuestra Señora de la Asunción. El niño observaba con extrañeza que después del miércoles todos los santos que engalanaban el templo eran tapados con un tela morada, siempre le impresiono esa costumbre religiosa y algo de miedo había en ello. Le gustaba sí, que desde ese mismo día, ya no sonaban las vibrantes campanas allá en la elevada torre; se cambiaba por la matraca que llamaba a la feligresía con notas apagadas en las manos del viejo y obeso sacristán Marcos, a quien todos por el caminar arrastrado, le decían "chencha", sobrenombre adquirido de aquel disco que estuvo de moda: "canina como chencha..." La chiquillería rodeaba aquel anciano con el fin de que el viejo gruñón les prestara por un momento el aparato para hacerlo sonar antes del sermón de las siete palabras. Todo iba bien, hasta qué por la puerta principal, aparecía la figura rectilínea del padre Sanín y nos hacía abandonar el instante, que para nosotros no tenía nada de religioso y sí mucho de juego; pero lo peor, era cuando llegaban los fogoneros ( ayudantes de los carros de escalera), ellos, nos arrebataban el instrumento tirándonos al suelo.


Foto: AMV.
Las cantinas del marco de la plaza en aquellos días santos, estaban llenas de gente libando licor, especialmente campesinos llegados de las veredas, que de sombrero, ruana, carriel y peinilla, llenaban las mesas de envases de cerveza o se pavoneaban por las puertas de botella en mano, para que su amor que se encontraba en las bancas del parque los vieran.

Cañitas, personaje típico, aprovechaba para pedir a los contertulios de las cantinas, café con leche y pan, diciéndole al elegido: "tan lindo éste maldito culicagao". Él se fue con su saco inmenso (era más grande el muerto) lleno de panes, a vivir sobre las nubes.