Foto: Carlos Múnera.
"Al escribir queda uno vivo aunque muera". (Manuel Mejía Vallejo)
"Al escribir queda uno vivo aunque muera". (Manuel Mejía Vallejo)
Estaba distraído cuando de pronto escuchó en la emisora al locutor decir: "A continuación escucharán una bella melodía viejita para los que aún tienen corazón, en la voz de Margarita Cueto". Se sentó placidamente; a medida que avanzaba el disco, empezó a dejarse transportar por la imaginación. Vio en forma clara las calles aseadas qué tanto recorrió en sus travesuras; detenía la mirada en aquellas casas amplias de puertas y ventanas abiertas como el corazón de los moradores para todo aquel que llegara; veía a familias unidas entrar al templo con devoción y respeto. No podía dejar de derramar una lágrima, cuando a su recuerdo, le llegó el aire fresco de domingo revoloteando libremente por la blancura de los toldos del mercado y observó claramente un lugar que incitaba sus sentidos de mozuelo; allí debajo del palo de mango, estaba la viejecilla con su galería de dulces: Velitas de las llamadas "tirudas" o las quebradizas, panelitas de coco, confites de diferentes colores y tamaños encerrados dentro de frascos boquianchos para evitar la visita inoportuna de moscos o de alguna hormiga dulcera que desacreditara sus productos. ¿Cómo olvidar aquello del "casao" de velita con tajada de coco? Linda la anciana en la pulcritud de su vestimenta y bella su sonrisa.
Foto: Monografía de Copacabana.
Esa música que ahora escuchaba y que los medios de comunicación han olvidado ya casi por completo, lo hizo pasar en la añoranza, de cantina en cantina del viejo poblado, cuando repletas de campesinos rezumbaba en el aire juguetón y la transportaba por el pentágrama de tejados requemados por el tiempo y de aquella nota alta que se deslizaba por la palmera símbolo natural del Sitio o bajaba lentamente por las escaleras internas de la esbelta torre de la iglesia, para enredarse pacíficamente entre sus hidalgos habitantes.
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