MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

LOS CARBONEROS.


Antiguo palacio consistorial de Copacabana.
En las casas de Copacabana para hacer los alimentos en la cocinas se utilizaban tres elementos: el carbón de piedra, el carbón de leña, la leña y en los hogares de comodidad, la energía. Pues bien. Éstos elementos los distribuían de casa en casa unos personajes que, por el manejos de ellos, se mantenían negros y también por el poco aseo, ya que no eran los más amantes a la limpieza.
Por la calle que hace mucho tiempo bajaba del parque a la escuela Urbana de niños, donde el rector lo fue don Jesús Molina, casi a la mitad de la cuadra, en una pequeña pieza, tenía José Vásquez su carbonería, en la que estaba dispuesto a atender al público, pero, no con cortesía; era de carácter huraño, casi que vulgar, con tabaco en la boca, de la que salía un olor agrio, debido a que siempre se mantenía a media caña; quizá a su alcoholismo, a su soledad, se debía su grosería. Dormía en el mismo lugar y sucio como un cerdo; se comentaba en aquellas calendas, que después del agua del

bautizo no recibió una gota más. Decía que José Vásquez era el dueño de aquel negocio, creo que nadie de edad lo recuerda por su nombre, pero, al decir: "El Mosco", las cosas cambian y lo recuerdan de inmediato y lo podrán comparar con el Hades: Plutón, dios de los infiernos. Se recuerda que muchas personas manifestaban que practicaba la sodomía; en el año 1972 se encontraba recluido en el asilo de ancianos, con 80 años de edad y allí murió. Se llegó a decir que pertenecía a una familia honorable.
En el deposito de don Miguel Quiceno, que era un establecimiento de más envergadura, trabajaba el negro "Marquitos" el encargado de distribuir los pedidos, lo hacía en su carreta, pero se mantenía sucio y negro de carbón, con sombrero y paruma, lo mismo que con albarcas de cuero y suela de llanta, pero se comportaba con educación y respeto para con los clientes; en su oficio recorría todo el pueblo haciendo algunas paradas para coger fuerzas y continuar el camino hasta llegar al destino de entrega de las mercancías. Llegó la energía, los carros o volquetas y Marquitos desapareció o quedó sólo para el recuerdo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

EL MAESTRO.


Padre Julían Sanín.
El padre Sanín trajo para la iglesia un extraordinario órgano de impecable sonido, el que fue manejado por músicos que lo supieran interpretar con maestría. Pasaron muchos años hasta que un día, el mismo cura, se apareció con uno que jamás las gentes de Copacabana podrán olvidar. Se trata de José Longas Isaza. Un hombre menudito, pero de unas manos prodigiosas que desplazaban por el teclado en forma

José Longas Isaza.
de caricias. El primer domingo, los feligreses se aterraron cuando del coro en el momento de la elevación, en vez de música sacra, un pasillo colombiano, llenaba las naves del templo y, muchos, se pusieron a llevar el compás con sus pies, otros decían que era un sacrilegio, que ese hombre era el demonio o un ateo, pero poco tiempo después, estaban felices con el nuevo corista, la iglesia estaba los domingos con más personas que antes, creo que el padre Sanín, se benefició con la contratación de éste artista.

Escaleras para subir al coro.
Se encontraba José Longas en el kiosco departiendo con unos amigos, cuando llegaron unos señores preguntando por él, al identificarse, le dijeron que ellos tenían una apuesta, que consistía, en que uno decía que tocaba un pasillo fiestero con el teclado del órgano tapado, a lo que don José, los condujo al coro y lo hizo con maestría y sin una sola equivocación. Los señores se marcharon con asombro.
El MAESTRO, así con mayúsculas, dejó en Copacabana honda huella, porque era hombre culto, bueno y sincero. La poesía otra expresión de su versatilidad, se conoció primero, por el hecho de que algunas solteronas, vivían acusándolo ante el padre Sanín, sobre todo, tres de una misma casa, a las que llamaban las "Taparas" y un día con sus tragos de aguardiente, se puso a escribir unos versos en contra de aquellas hijas de San Antonio, los versos los escribió en papel de envolver, que quedaron en mi poder, pero, para mi desfortuna, se desaparecieron; cuando el maestro se corría sus vidrios, lo hacía en vaso, tomando a sorbitos y cuando el licor lo ponía nostálgico, le gustaba la música de Alfredo Sadel, también la de Juan Arvizu; a Sadel, tiempo después, le daría uno de sus poemas convertido en canción.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

TANTAS COSAS QUE SE AMAN Y RECUERDAN.


Foto Roy Sevilla.
Antonio Díaz (Toño tacos), hizo siempre las delicias con su guitarra, la que manejaba magistralmente y la que en horas de nostalgia pulsaba en las piezas en las que instalaba la sastrería. Ese lugar se convertía también en escuela de solfeo, porque Toño, fue maestro de muchos jóvenes que querían aprender música. Se dice que músico que no toma, no sirve y nuestro hombre, no le podía faltar su traguito y se le veía caminar por las calles con más de uno entre pecho y espalda por las vías angostas de la población. Se asociaba con el viejo Trote y con él, se inspiraba en canciones de la patria. Fue siempre un enamorado de las hermosas mujeres del municipio, pero, murió solterón, llevándose consigo en silencio el gran amor de su vida.

Capilla del lugar donde se fundó Copacabana.
Muy cerca de donde se fundó a Copacabana, exactamente en el barrio el Chuzcal, se escuchaba el rítmico sonar de los martillos cuando hombres con brazos fuertes, los descargaban sobre el metal, hasta darle forma. Salían de aquellas fraguas: azadones, barras, tacizos, herraduras para las bestias y muchos implementos más, que ellos salían los domingos al mercado del pueblo buscando compradores y otros, que terminaban en la ciudad de Medellín a dónde iban aparar en almacenes de éste ramo. El repiquetear, se escuchaba a mucha distancia llevado por el viento que jamás abandonaba a Copacabana, ya que es de su propiedad. Ese tim tam, que nos hacía más llevadera la apacible vida. El señor Díaz (no recuerdo su nombre), que era su propietario, trabajaba con fortaleza y dedicación, que no recuerdo haber visto después de muchos años en ningún otro ser. Sus hijos lo acompañaban toda la semana con el mismo empeño, hasta que llegaba el domingo. Todos salían muy temprano para vender la mercancía en el mercado comunal a los campesinos de las veredas que llenaban la plaza, después se enrutaban para el templo parroquial a oír la Santa Misa. Ya antes del nueve de abril de 1948, los ánimos políticos estaban caldeados y los copacabanitas se dejaban llevar por sus jefes: Laureano Gómez y Mariano Ospina Pérez, porque cómo se ha dicho, el Sitio, eran un fortín Conservador. El señor Díaz, después de salir de la iglesia, se componía el carriel y el sombrero (no usaba zapatos) y se dirigía a las cantinas que daban al costado norte y...dele al aguardiente hasta que se adentraba la tarde y borracho cómo una cuba, empezaba a buscar camorra dentro de los contertulios; había días, que encontraba contrincante; se escuchaban botellas que se quebraban, taburetes que salían por el aire y una que otra vez iba a parar a la cárcel; como era rechoncho y muy grueso, daba lidia controlarlo. No dejaba de decir en medio de la fuma: "que viva el gran bloque azul", refiriéndose al partido Conservador y, preguntaba dónde estaban los manzanillos hijos de perra, mata curas y demás expresiones que se escuchaban por aquellos tiempos y que ya muchos escritores han narrado en cuentos y novelas.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Y SIGUIENDO CON LOS CARROS DE ESCALERA.


Foto de Internet.
Por la carretera se veía deslizarce varias veces al día un automovil de modelo muy antiguo, tal vez, de la década de los años veinte, de color azul y con biseles plateados, con capota de lona, al que todos llamábamos la "Chiva de Juan Bobo". En los días viernes, sábados y domingos, las personas encopetadas se movilizaban en la "chiva" de Juan Gómez, para no tener que viajar con tanta "revoltura" y en esas bancas tan duras, cómo decían; se cobraba un poco más, pero se iba rápido y cómodo.

Foto de Internet.
Los carros de escalera tenían unos "fogoneros o ayudantes" que eran los encargados de cobrar el pasaje, montar y descargar bultos, cajas, animales y otros enseres que los usuarios por necesidad debían transportar. Se situaban en la última banca al lado derecho y, de allí, cómo un mico, se desplazaba por la carrocería de banca en banca exigiendo el pago, con un: Oiga usted el de la izquierda, no se me haga el bobo y...déme menudita"; jamás conocí uno bueno y que no fuera grosero e irrespetuoso. Estos son algunos de ellos: "Vapor", Caballito, Pata de Lana, Ñaño, Pate Voleo, Chepo y Pata de Pinche; juntos dañaban un baile de gorilas. Los ancianos les tenían pánico, pues de ellos abusaban de todas las formas posibles; los animales les corrían cómo el diablo a la cruz, ya que si lograban caer en sus manos, sufrían toda clase de atropeyos, cómo aquel de amarrárles un tarro a la cola y haciendo estallar una papeleta, lo soltaban y el pobre animal salía a la estampida como loco con el corazón en la "mano"; gatos que cogían a piedra hasta matarlos, señoras que eran irrespetadas y a señoritas que les alzaban la bata para verles los calzones, en mi vida no he visto chuzma más peligrosa que los fogoneros de Copacabana. Cuando una persona hacía sonar el timbre, que no era otra cosa que un timbre de bicicleta que estaba cerca del conductor y de una pita que recorría todas las bancas hasta la última y que el pasajero halaba para anunciar que en aquella cuadra se bajaba, el fogonero lo instigaba para que se tirara ligero y la pobre persona se veía en calzas prietas para poner los pies en el suelo y todavía el carro sin parar, el bendito ayudante gritaba bien cómodo en su puesto: "¡Ya cayó...dále!". Con el tiempo y debido a su comportamiento, muchos de aquellos individuos llegarían a ser los conductores de los multicolores vehículos que hoy recorren por la ruta de mis recuerdos, con sus pitos, que desde lejos reconocíamos.