MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

RECORRIDO POR EL TIEMPO.

Para todos de corazón.

“La vida siempre será en gran medida lo que hacemos nosotros de ella.” (Samuel Smiles)


S
e sentía cansado. A su ya larga edad… ¿cuántos años? Para que pensar en ello. La noche se había desprendido desde las bellas cordilleras. Por las del occidente, un sol casi moribundo le daba paso a las incipientes tinieblas. No supo cómo ni cuándo se vio montado sobre brioso corcel que lo incitaba con la brida, para empezar el largo viaje.
Aferrado fuertemente a las ijadas empezó a ver las techumbres de las casas antiguas, de la ciudad en que vio la primera luz, observaba, la amabilidad de sus gentes y la sencillez en la manera de comportarse. La animosa cabalgadura relinchó siguiendo la marcha y en un santiamén llegó hasta el pueblo en que supo escribir su nombre garrapateado con el lápiz; dando vueltas por el parque, veía a los campesinos descargar las cosechas que la madre tierra les brindaba, después del sudor honesto a cada golpe del azadón; podía ver en la callosidad de las manos, la honestidad guardada en el corazón, para repartirla con sus paisanos. El galope se hizo cansino al empezar la subida por los años de juventud. No pudo quitar la mirada a la vera del camino, en las que estaba diseminada las locuras de la irresponsabilidad: licor a borbollones, asistencias a casas de escasa reputación, en que el dinero caía en manos de mujeres que vendían su cuerpo pidiendo rapidez, porque alguien más estaba a la espera. Aventuras insípidas y perturbadoras de la paz hogareña, con regreso de experiencias y bolsillos rotos. Enamoramientos casuales y vertiginosos en que no quedaron estampados en la memoria ni en la de él y menos en la Dulcinea de turno. Seguían por trocha hacía arriba, el alazán, estaba lleno de espuma de su sudor y del hocico la baba le colgaba, era muestra fehaciente que las fuerzas brutas estaban a punto de estallar, se compadeció de la montura y esperó llegar a la cima en que 

Una calle de Copacabana.
divisó un pequeño plan engalanado con verde césped, se apeó, le quitó el arnés para que pudiera alimentarse libremente; se dirigió hasta un árbol frondoso en que al amparo de su sombra pastaba un asno. Se subió a él, su mansedumbre compaginaba con los años que aún le quedaban por recorrer.
Le dijo adiós a su brioso acompañante y subido en el jumento en que no necesitaba ni cuerdas ni lazos para guiarlo, solo con el movimiento de sus piernas, empezó la travesía. Con  lentitud, pero con paso firme del animal, podía mirar la belleza del paisaje que lo rodeaba; pasaban sin ningún inconveniente junto a tenebrosos abismos; miraba hasta la lontananza y apenas si percibía el punto equidistante entre el ayer y el hoy, pero éste, era tan pasivo y lleno de experiencia, que creía que estaba viviendo por fin su mejor época.    


miércoles, 18 de diciembre de 2013

OH LOS ABUELOS

Campanario de la capilla de Santa Elena.

Para los que quieren cantar, siempre habrá una melodía a su disposición en el aire.” (Leonardo Boff)

H
ace tanto tiempo que esto sucedía, que el recuerdo que guarda la memoria es borroso y hasta miedo da, que se pueda decir embustes.
Los papás de nuestros padres, a quienes se conocen como abuelos, desde la metida de pata de Adán, eran unas figuras idealizadas por la recua de hijos que los fines de semana, días festivos, cumpleaños y con mayor presencia los diciembres, hacían aparición por todos los vericuetos de la casa paternal con la algarabía propia de los niños. El silencio del hogar de los dos viejos, se rompía en mil pedazos, como aquellas ollas de piñata. Se escuchaban regaños, gritos, carcajadas y hasta el fuete salía a relucir, para recobrar la calma. Esa propiedad en que las parteras, habían recibido entre frazadas y agua caliente a los primeros pobladores traídos por la cigüeña, era el pedestal de una estirpe de personas laboriosas y honestas.

Los ancianos abuelos eran el centro del amor de nietos, hijos y nueras. Los colmaban de besos, caricias respetuosas. Todos se reunían alrededor del patriarca a la espera de escuchar de su boca, la sarta de experiencias acumuladas en el transcurrir de las hojas del almanaque. No se escuchaba, ni el zumbido de una mosca. Contaba el viejo barón, de sus peripecias: de serenatas al pie de una ventana engalanada de flores, en que la más hermosa era la amada de turno; reía cuando mencionaba las locuras de juventud y lloraba al hablar la desaparición de sus padres; le ponía énfasis al valor del estudio, pues sabía que sin él, la vida se llenaba de obstáculos y les narraba con pasión, el instante en que había conocido a la esposa, la ternura y respeto durante el noviazgo y de aquel primer beso a escondidas. Todos a una, los abrazaban a sabiendas que 

Cecilia ante los deleites de navidad

allí, estaba el principio de una generación a quienes ellos debían amar y respetar. En ese tiempo, aún no se habían convertido en las mulas de carga, ni eran los tapa huecos de la irresponsabilidad.    

miércoles, 11 de diciembre de 2013

YA NO HABITAN EN LAS MENTES.

Mujer indígena con su bebé.
“No creo en la casualidad ni en la necesidad. Mi voluntad es el destino.” (John Milton)

Es curiosa la manía de estar comparando en cada momento que se presenta, la diferencia de las épocas. Claro, los que ya no nos cocinamos, ni con tres aguas, aferrados a defender el tiempo ido y, los muchachos de la actual generación cibernética, en que la tecnología, les borró de un tajo, la imaginación. En el ayer, padres y maestros estaban de acuerdo en crear en las mentes de los niños, notas de urbanidad que les formara un mañana en que la cultura, les abriera caminos. Se saludaba al llegar y se despedía de mano; los mayores eran respetados y se les escuchaba con devoción; las damas, eran prenda de acatamiento, admiración, se las trataba con la delicadeza de un pétalo, pero se hacía énfasis en aquellas que llevaban en su vientre, la bendición de un hijo; ellas, entendían ese tributo, aceptándolo con alegría y beneplácito. Era de regocijo salir abrir la puerta, cuando se escuchaban tres golpes de llamado, pues se sabía que alguien culto, anunciaba su llegada. En la calle la gente se saludaba indiscriminadamente, haciendo una pequeña inclinación y los señores, levantando el sombrero con gracia en especial, si aquella era una mujer. Todo anterior desapareció del contexto, aunque algunas sobras, quedan en los pueblos, en especial en las personas de los campos, en que la tradición se guarda en cofres lacrados de honestidad y decoro.


Mi nieto en sus grados
En el hoy, todo se hace tan rápido, que no queda tiempo para “bobadas” según la expresión unánime de los nuevos habitantes de un mundo tecnológicamente inhumano.
Desaparecieron las palabras bellas y románticas, se le hizo entierro de primera a los poemas y a los poetas, se tiraron al fondo del mar a la elegancia de los buenos modales y las damas y los caballeros se hicieron iguales para brotar el irrespeto, asesinando de un solo tiro las delicias del amor, que brota del corazón y no de la pasión a la que empuja el sexo.
Feliz navidad en paz, para todos aquellos que me engalanan con su lectura y feliz año nuevo.


miércoles, 4 de diciembre de 2013

CON LA LLEGADA DE DICIEMBRE

Abuelo enseñando amar

“El arte deriva de un deseo de la persona para comunicarse con otro” (Edvard Munch)
Es imposible que en la tranquilidad brindada por los años, la mente no direccione sus miradas al deleite del pasado. No es fácil dejar de añorar la época en que el temor, hacía alejar todo lo mezquino; ponía talanqueras ante las aberraciones, a la incultura y la desfachatez. Viajar por el túnel del tiempo, es maravilloso, igual, que aspirar el perfume de la flor o, saborear el beso de una madre. Una de esas dulces añoranzas es el tiempo decembrino. Cuando expiraba el mes de los difuntos (noviembre) y, sus lluvias se evacuaban con el aparecer en el firmamento: sol radiante, mañanas primaverales, canto de aves, capullos que se abren en colorida flor, que se repite por la polinización que las abejas hacen en sus vuelos; airecillo fresco que cruza el espacio, moviendo tímidamente las cabelleras despeinadas de los mozuelos, invitándolos al disfrute al amanecer de un nuevo día. Ese recorrido por el ayer, es un bálsamo abrazador que mitiga en buena parte, la hecatombe de un hoy, que es el antípoda de ese pretérito.
Con la finalización del año escolar, se abrían las puertas de la diversión. Se sacaban de los baúles: caucheras, trompos, pirinolas, canicas, la pelota de caucho; los carritos de madera con sus balineros veloces, culpables de castigos, porque detrás de ellos, se iban hechos trizas nuestras vestimentas. Cuando por los aires se expandía el olor de las viandas de noche buena en cada hogar, el globo se elevaba majestuoso por sobre los tejados o se formaba la algarabía de los niños para coger uno de ellos, cuando en picada, se venía a tierra. No cabía en el alma tanta alegría y en el cuerpo, el desbordante apetito impulsado por el olor despedido desde la cocina, cuando en la olla la que fue la gallina colorada, estaba a punto de llevarse a la mesa, nadando por piezas en un caldo amarillo por el azafrán. La familia reunida, antes de engullirla, le daba gracias al Creador, por no faltar el alimento en el hogar. Nadie quedaba con hambre y hasta el vecino, recibía su porción. 
Alumbrado navideño
No existían aparatos tecnológicos; un radiecito de dos bandas, era el encargado de llenar el ambiente de música bailable y de villancicos que en boca de niños hacían recordar el nacimiento del Mesías, en un humilde pesebre entre un buey y una mula ociosa, que le dio por comerse las pajas, que calentaban el cuerpecito de la gloriosa criatura. El recogimiento de una sociedad apacible, hacía posible, que la paz brillara junto a la estrella avisadora de un divino nacimiento y que la humildad sea la esperanza de un mundo nuevo para toda la humanidad.



miércoles, 27 de noviembre de 2013

LA PRIMERA SUEGRA.

A la espera del médico.

“El arte del extrañamiento: una manera nueva de mirar lo que ya vimos” (Ricardo Piglia)

T
enía cómo su segundo hogar, la casa de los Correa Cadavid. La infancia transcurrió entre juegos, idas a cine, viajes a la capital hasta el estadio; juntos se iniciaron en el fútbol; no faltaban los paseos de olla y hasta la ‘locura’ de formar un conjunto musical con instrumentos que hacían con ingredientes caseros. Uno de los padres, les llamaba “Las Mancornas”. Amistad que ha sido más que una hermandad.
De niños viajaban diariamente hasta la casa de la abuela materna, para traer desde allí, una de las comidas típicas de Antioquia extraída del maíz. La mazamorra. Lo bueno de aquello, era que les permitía sentarse en los cómodos sillones de la amplia sala, para ver programas de televisión, pues en sus casas, ese aparato, no existía ya que apenas estaba entrando a blanco y negro en los hogares del pueblo. La morada de la abuela estaba conformada por una recua de hombres, solo la menor era una niña. En la penumbra, se encontraban las miradas de los dos adolescentes. Ella inocente, tiernamente agachaba la cabeza y, él, sentía un delicado cosquilleo que lo hacía sonreír. Diariamente era lo mismo. Al despedirse con un suave apretón de manos, notaba que la niña palidecía y una mueca de nostalgia embargaba su rostro. Seguramente, en el suyo, algo semejante acontecía. De aquellas idas y venidas ingenuas, fue brotando un cariño especial entre los dos mancebos que ya no podían ocultar y la primera en notarlo, fue “Pachita” la abuela del amigo. Comenzó a ir cambiando su actitud y ya el recibimiento no era con beneplácito con el compañerito del nieto, sino de desagrado y cuando notaba que su hija miraba al furtivo pretendiente, la llamaba hacia la parte de adentro, de dónde salía con los ojos llorosos y con una actitud vaga e indiferente. Echo que lo hizo no volver hasta la inmensa casa enchambranada.
La buena señora, no lo volvió a mirar cómo el mejor amigo de su ni
A la Grandeza.

La buena señora, no lo volvió a mirar cómo el mejor amigo de su nieto, sino como el sinvergüenza que quería arrebatarle la hija de sus entrañas, comenzando una persecución para evitar a toda costa que pudieran encontrarse a escondidas, para ello, pagaba a vecinos, a otros nietos o a las mismas compañeritas de colegio, para que la tuvieran informada de los pasos de su niña; aquello hacía, que el amor se acrecentara entre los dos enamorados platónicos, que para disfrutar de un rato en compañía, creaban las más astutas formas para esquivar el espionaje. De aquella suegra pasaron otras que al igual, jamás le mostraron simpatía; era una rara aversión. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

MIRTO.

Mirto en el año 1960
“Ámame como quiere su ambrosía en el jardín la flor; como ama de su voz la melodía festivo ruiseñor” (Ricardo Palma)

E
ra la bella madre la que siempre le daba el nombre al cachorro, cuando hacía su aparición en el hogar. El niño, estaba detrás de la preñez de la perra de los Arango. Animal con algo de la raza Pastor Collie y padre de gran alzada cuidador de ganado. Cuando hizo su entrada, el padre le advirtió que era un animal que no iba a caber en la casa por el tamaño de las patas. Ya no había nada que hacer. Se vino el bautizo. La progenitora, seguramente, empezó a leer en su mente nombres y…de un momento a otro, dijo: se llamará Mirto. Nadie rechazó y el perro lo aceptó de buena gana. El nombre brotó, debido a que en la radio, pasaban una radio-novela de moda en que, la figura principal era un valiente combatiente que luchaba contra el mal, llamado Milton el Audaz y ella, lo confundió con Mirto, pero que importaba ya era parte de la familia. Mirto, es una forma de llamar al árbol arrayán, que en Antioquia es apreciado y al que le han hecho homenaje en el pentagrama musical con bellos versos.
Cada día crecía volviéndose hermoso en su constitución, pero lo que sobresalía, era el pelaje, sobre todo la cola; la gente cuando lo miraba, quedaba encantada; eso hacía que cuando salían de caminada por las orillas de la quebrada el niño sentía que el orgullo no le cabía en el cuerpo. Jugaban a las escondidas dentro del hogar con un alboroto que perturbaba la tranquilidad, los padres disfrutaban al verlos tan alegres y radiantes. Así pasaban las horas, los días y los años. El niño se volvió adulto, los padres se envejecieron al igual que el can, las jornadas se apaciguaron, todos parecían envueltos en meditación de un porvenir incógnito a que el tiempo los iba arrimando. El amor se hacía más fuerte y los lazos se apretaban en nudo ciego para no permitir que los cuerpos se desparramaran de esa unión. La vida es efímera. Cuando menos se piensa, se marcha para buscar inmortalización.

Francisco Mejía Arango

Un día, el corazón falló al anciano padre. Del hogar se fue la batuta. Las lágrimas inundaban los corazones y el paisaje se oscureció hasta tal punto, que Mirto debajo del féretro, sacó desde sus ancestros del lobo, el aullido más melancólico, llenando el espacio de un cortante y desgarrador adiós al viejo que acariciaba en las tardes su exuberante pelaje e introducía en la boca, migajas de pan, brindadas con amor. No aguantó por mucho tiempo la ausencia del patriarca y él, también se marchó, para buscarlo dentro de las tinieblas.   


miércoles, 13 de noviembre de 2013

DESAGRADECIMIENTO.

Amor por lo alto

“La vida no echa a nadie, la vida hace funcionar a la gente” (Joe Frazier)

L
a madre da a luz en el lugar que la albergó; la criatura debe amar infinitamente el vientre que le brindó estadía y el pedacito de tierra que antes de nacer transitaba adherido al vientre gestor de esa nueva vida. Lo caminaba mostrándole los paisajes, las cristalinas aguas que descendían desde la alta montaña, los pájaros que se embelesaban en la ingestión de frutos colgados de los árboles, el río que cruza partiendo la población en dos, igual que serpenteante culebra; que escuchara el habla de los campesinos con el español antiguo y siguiera de ellos la honestidad resguardada debajo de los pliegues de una ruana; que fuera conociendo los instrumentos de labranza, con los que destajan la tierra para hacer brotar el alimento que regado con el sudor, es nutritivo igual al que Dios dio al pueblo de Israel con el Maná. Le mostraba en el recorrido, la camándula con que la abuela, reunía a su alrededor a toda la familia, para rezar el Rosario, plegaria que llega hasta el Creador y que hace, que siempre permanezcan unidos, a pesar de las dificultades que pongan zancadillas en el recorrido de la jornada de la existencia. Le iba mostrando con la suavidad que dan los besos, que no hay nada igual que el amor, para sentir, el placer infinito de un mundo lleno de belleza y que con él, no se encuentran puertas cerradas. Es la llave maestra para abrir el odio, la falsedad, la tiranía, el desamparo, la soledad, el abandono y es la mejor manera de llegar a Dios.
Le llevaba sin mostrar cansancio a tantos lugares, para cuando sus pasos se posaran por la heredad, no extrañará y estuviera habituado a los vaivenes de la inestabilidad e inconstancia del humano. Qué ningún golpe artero le mancillara el alma y atravesara campante los vallados puestos en el recorrido, sin conocer el odio o la envidia y continuara siempre haciendo el bien, que era la forma liviana para no sentir culpas ni cansancio al dar el paso a lo desconocido. Ella, se sentía agradecida con el rinconcito en que engendró una nueva vida y que hizo que todo fuera posible.
La 'chiva' por dentro

Y…a pesar de la descripción, son tantos los que olvidan. Crecen y no recuerdan que anduvieron en el vientre de la madre por los parajes que componen la geografía de la patria chica; que fueron alimentados sobre algún barranco de la topografía cuando la progenitora, sentía el llamado del hambre del hijo. Qué allí, entre las vetustas paredes del aula escolar, inició el aprendizaje del saber, en la voz cansada y extenuada de un maestro responsable, que lloraba de alegría al ver que el alumno había pasado los exámenes con cinco admirado. La ingratitud es innoble y sólo habita en las almas depravadas.    

miércoles, 6 de noviembre de 2013

REMOQUETES

Carro de escalera foto el COLOMBIANO.

“Cuando la voz de un enemigo acusa, el silencio de un amigo condena.” (Ana de Austria)

Creo sin temor a equívocos que la manida costumbre, de cambiarles el nombre de pila a las personas, es tan antiguo como la misma humanidad. Se dice, que es un síntoma de mala educación y lo creo a pie juntillas y lo juro hasta con los dedos de los pies.
No hay un lugarejo, comarca, vereda, pueblo o ciudad, en que no existan los sobrenombres para distinguir a un comarcano, que desde que empezó su vida activa, un familiar, amigo, enemigo y hasta los propios padres, les entró el embeleco de rebautizarlo; ya sea, buscando algo tierno para matizar los encantos de la criatura, burlarse de un defecto conque la persona le dio por asentar sus reales en estos andurriales herencia de Adán y Eva o por la maldita envidia, que es la madre de los odios.
En la Tricentenario Copacabana, fundación del conquistador español Jorge Robledo, nacieron tantos apologistas de los remoquetes, que creo no existía una sola persona que estuviera libre de seudónimo. Un conductor murió y en el cartel de invitación a las exequias pusieron el nombre de Antonio Zapata, como sabían que nadie con ese nombre lo distinguiría, le agregaron, alias Lao. El entierro fue masivo. La ‘pila bautismal’ o ‘universidad de los sobrenombres’ estaba ubicada en todo el centro de la plaza. En el lado nororiental, junto a las cantinas y debajo de palos de mango, tenían sus asientos los ayudantes de carro (fogoneros), a quienes toda la población les tenía pánico por irrespetuosos y malandrines. Las 7 plagas de Egipto, eran una reunión de madres de familia. Para ellos no existían damas, un joven bien vestido era homosexual (marica en boca de ellos), a los perros, les adaptaban tarros de galletas en la cola. Muchos murieron por ese motivo. Los ancianos y pordioseros fueron blancos de sus tropelías. Eran un cardumen de diferente rango. Blancos, mestizos, altos y bajos.
Sol ardiente de medio día
E
ntre ellos existieron: los pate-pinche, patelana, ñaño, vapor, cristo viejo, grano de oro, cusumbo, chepo, veterina, la sorra, los medallas y muchos más que a la vez que hacían sus desafueros, se iniciaban en el manejo de vehículos, para con el correr del tiempo, posesionarse como los nuevos conductores del transporte de carros de escalera. Esa caterva de antisociales rodaba por la carretera que conduce a Medellín, puestos por primera vez un par de zapatos a la velocidad de la luz, haciendo sonar la sirena, cuando pasaban enfrente de la que próximamente sería la madre de sus hijos.      


miércoles, 30 de octubre de 2013

TANTO, QUE LO ENLOQUECIÓ.

Obesidad en reposo.

“Los ordenadores son inútiles, sólo pueden darte respuestas” (Pablo Picasso)

E
l viejo taita en su sabiduría bucólica decía: “de eso tan bueno, no dan tan bastante”, cuando alguien ofrecía algo espectacular que de seguro no podría cumplir o era matizado por un mentira.
Ese compañero de los años mozos, fue siempre un amigo sin dobleces; su nobleza era igual a la del perro. Estaba siempre en el momento oportuno, para brindar de sí, la ayuda sin que esperara la retribución. Hace tanto que partió y está intacto como las esculturas romanas en el recuerdo y en la gratitud del corazón.
Había algo en él, que lo incitaba a la afición del licor. El dios Baco monopolizaba los instantes de soledad abrazándole igual que una amante. Su vida disipada, hizo que alguien, le acomodara el remoquete de “El Bohemio”. En la familia numerosa apareció un hermano mayor, que desde joven, tomó los hábitos sacerdotales y siempre permanecía lejos por mandato de la Curia; cada vez que podía, visitaba la casa paterna. Daba consejos a los antiguos amigos descarriados, oficiaba misa a los vecinos del hogar, reprendía a las mujeres por el modo impuro de vestir y algunas tardes, jugaba al fútbol en la cancha Camilo Torres con compañeros del colegio San Luis.
Por el tiempo de Semana Santa y sabiendo el comportamiento de su hermano menor, empezó una rutina diaria de subir a un monte cercano con él, para tratar de enderezarlo y con la Biblia en la mano le hacía prédicas para hacerlo reflexionar, tomara el camino correcto para llegar a Dios. Lunes, martes, miércoles, fueron copados en largas tardes de oración, reprimendas, versículos y al jueves…El Bohemio, estaba dándole vueltas al parque en un círculo vicioso, sin contestar los saludos de los amigos, a grandes zancadas caminaba por los andenes del atrio, la mirada estaba perdida y no se posaba en un punto fijo.
El kiosco actual de Copacabana.
 Había perdido la razón. La sonrisa que lo acompañaba en la faz bonachona, se convirtió en un rostro duro e inexpresivo u otras oportunidades, se le veía, como si lo que deseara fuera romper en llanto. Los que fuimos sus amigos, sentíamos en el alma, el cambio brusco a lo que lo llevó el hermano cura irresponsablemente, que le introdujo en la mente a un dios castigador y vengativo, cuando Dios es amor y comprensión.
La siquiatría lo trajo de nuevo a la realidad sin quedar secuelas y Celia Cruz con su: “Sopita en Botella”, le hizo ver que era el mejor bohemio entre los amigos que lo amamos. 


miércoles, 23 de octubre de 2013

¡QUÉ SORPRESA!

Venta de chorizos en Santa Elena.
“Es una suerte que cada generación no comprenda su propia ignorancia” (Charles Dudley Warner)

Habían llegado personas de otros horizontes a ocupar la casa y del carro de trasteo iban bajando enseres de calidad, aquello mostraba que los nuevos inquilinos, eran personas adineradas, o, como se decía, acomodados. Pronto los vecinos les dieron la bienvenida y el barrio acogió a los tres nuevos integrantes. Padre, madre y una hija, un poco mayor que nosotros.
Estábamos para aquella calenda, en el inicio de la conflictiva pubertad. Cada uno, le quería arrastrar el ala y ganarse la admiración de la dama; ella, tal vez con más conocimiento en los ajetreos del requiebro amoroso, no se decidía por uno especial y compartía su compañía por igual, hasta en juegos infantiles que ella misma proponía y que los mozos hacía tiempo habían abandonado. Disfrutaban bajo la sombra de la noche y con esa brisa acariciadora de: esconde la correa, que corra el reloj, que pare. Se venían las penas al perdedor. La alegría cautivaba a los jugadores, mientras una que otra mirada furtiva se dirigía al escote de la nueva compañera, que deja ver unos senos abultados y requemados por el sol. Ella, percibía esas miradas lascivas y las apaciguaba sensualmente con una sonrisa, quizás burlona y el juego continuaba hasta llegar la hora que los padres les habían asignado para regresar al calor del hogar, esperando ansiosamente la llegada de un nuevo atardecer.
El padre de ella, tenía un carro de transporte de novillos, que se traían del Bajo Cauca. Nuestra nueva amiga, viajaba con frecuencia con él, pero no regresaba; decía la madre, que se quedaba en una finca de propiedad de ellos, dedicada a la cría de ganado de engorde. Todo lo vimos como algo normal. Pasado un tiempo, aparecía con la piel bronceada por los rayos del sol de una región ardiente, risueña y presta a continuar con nosotros, los juegos que se habían convertido en algo rutinario.

Luna del 17 de octumbre después de la muerte de mi perro.
Algunas noches se cambiaba el programa y aparecían los coros cantando canciones románticas que estaban de moda, que ella, se sabía a la perfección. Todo era tan bueno, sencillo y amable que no se puede olvidar.
55 años después, uno de los integrantes de aquella escena juvenil, en una conversación, me cuenta en mucha reserva: “¿Te acordás de la ‘monita’ pecosa conque jugábamos y qué, nos deslumbrábamos con sus senos? ¿Aquella hija del transportador de ganado? Sí, ¿qué pasó con ella? ¡Era guerrillera!
Por fin supimos el motivo de sus prolongados viajes…    


miércoles, 16 de octubre de 2013

GUSTO NO COMPARTIDO.

Una buena madre y sus dos hijos.
“El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños.” (Eleanor Roosevelt)

E
l anciano padre, hombre de estrato campesino y por ello, incompatible con la desidia, aunque estaba pensionado, se sentía incómodo en el hogar; pensaba que aún era productivo. Él, estaba siempre ayudando a la esposa en los quehaceres rutinarios, sabía que una mujer sola, le era imposible desempeñar el oficio y que tanto maltrato terminaría por desgastarla físicamente…cómo la amaba entrañablemente, ahí estaba para ser su brazo derecho. Ese comportamiento lo enseñó a los dos hijos para que en el mañana, tuvieran presente, que la mujer no era una mula de carga. Pero quería emplearse en algo que le brindara unos pesos más para mantener en buena forma el hogar y no existieran efugios económicos. Para colaborar con la consorte, tenía toda la mañana, pues, era un buen madrugador.  
Fue empleado en la fábrica IMUSA, empresa de fabricación de implementos para el hogar en aluminio y plástico en que trabajaba un buen número de personas de Copacabana. Cuando le tocaba turno en la noche, se le llevaba los alimentos en portacomidas que la esposa con amor preparaba para “El viejo”, forma cariñosa del trato, que mutuamente se daban. Siempre el padre, dejaba a su hijo el ‘sobrado’. ¡Qué era aquello! Es imposible e indescriptible, de narrar lo que se sentía con aquel bocado, dejado con amor por el patriarca; el sabor, parecía provenir de la infinidad del cielo, un maná antioqueño con el que se atragantaba debajo de la sombra de un árbol, saboreándolo con infinito placer.
La empresa había dispuesto para comodidad de sus trabajadores, un comisariato en el que entraba la matada de novillo y cerdo. Todo asequible para el personal por los bajos precios. Una tarde llegó como de costumbre con la portacomida; al abrir el padre aquella enorme puerta, escuchó a lo lejos el aullido lastimero de un animal.

El viejo padre en sus últimos años.
Su corazón se agitó de tal forma, que creyó se saldría del lugar asignado dentro de su cuerpo. Sentía que los mugidos a cada segundo se iban debilitando, hasta ser cubiertos por un silencio sepulcral. Pensó que estaba muerto, rodeado de una mancha de sangre, de esa sangre que antes le daba vida y que ahora se había escapado por la herida causada por el matarife ¿acaso sería justo?
El viejo lo invitó a que pasara a ver el grotesco espectáculo. Jamás papá. Entre su turbación alcanzó a oír: “Mijo, usted si es bien poco novelero.”   


miércoles, 9 de octubre de 2013

ALGO DE MIEDO.

Copacabana en los años de 1960.

“Solo amor es el que le da valor a todas las cosas (Santa Teresa de Jesús)

P
asar la etapa de la niñez es toda una proeza. En ese despertar, se cometen las acciones más estúpidas por el desconocimiento; salimos a la vida, igual que el toro miura en su entrada al ruedo. No existe día en que no cometamos una locura que sí pasamos avante, nos deja la experiencia y ésta sí, nos labra un camino en el transcurrir de la vida.
A veces nos peleamos con los compañeros por cosas baladíes, haciendo igual que los gallinazos, pelear por tripa. En frente de la casa, en un montículo, alguien con fortuna, construyó una enorme casa, que en tiempos remotos debió ser una hacienda de acaudalado personaje de finales del siglo IX, cuando la población llevaba el nombre “Sitio de la Tasajera”. Por ella, pasaron varias familias. En la época en aconteció el siguiente acontecimiento, estaba ocupada por una familia Mejía Jiménez, que estaba compuesta por varios hijos solteros y una que otra casada que con marido y prole, se agregó al ‘batallón’. En los fines de semana se bailaba; el licor corría por el guargüero de hombres y mujeres de los habituales habitantes y de una multitud de familiares llegados de todas partes al jolgorio.
Al costado izquierdo del caserón, se había hecho una pequeña cancha, en la que en las tardes después de hacer las tareas de la escuela, se reunían a jugar partidos de fútbol, tan largos como misa oficiada por obispo. Los Mejía inquilinos, eran buenos para las gambetas, chutaban fuerte el balón y daban pata igual que mula cerrera. Una de esas tardes con sol mortecino, llegaron con un primo delgado y color blanquecino, que entró en la competición. Entre jugada y jugada y por una zancadilla, nos fuimos a las manos; el enclenque mancebo temeroso, abandonó el partido. La cosa murió ahí. La casona quedó un día desocupada, mientras nosotros seguíamos haciendo correr la pelota por la grama crispada por el viento y el arrullo de aguas cristalinas, que bajaba desde la montaña.
Amigo entre mi jardín.

Por aquellos tiempos circulaba un periódico especializado en temas de los bajos fondos. Al abrirlo se debía tener cuidado, para no ir a recibir un disparo. Un día siendo ya mozo, con incipiente barba, pasaba las hojas de la publicación y con título de letras rojas, anunciaba que había sido capturado peligroso antisocial. Le llamó la atención la foto que acompañaba el escrito. Sí. Era el mismo. No cabía la menor duda. Bien trajeado estaba el que una tarde de verano, se acercó a jugar en la manguita del Banco (nombre dado a la finca). Se aprendió por la policía a: “Toñilas”, peligroso hampón”. Claro, era él. Antonio Jiménez. Se preguntó: ¿Si llegáramos a encontrarnos, podría tomar alguna represalia por los golpes dados en un insignificante juego de fútbol? El interrogante se fue diluyendo y sólo queda en el recuerdo un vago temor.


miércoles, 2 de octubre de 2013

LAS SILGAS.

Parte nororiental del parque de Copacabana.
“No hay que cargar nuestros pensamientos con el peso de nuestros zapatos.” (André Breton)

A
quel caserón que fue la morada al llegar a Copacabana, tenía un extenso solar, en que había árboles, matas de totumo que se arrastraban por el suelo, como serpientes verdes. Muchas plantas medicinales, de que echaba mano la madre, para curar las enfermedades infantiles de los dos hijos; sobresalían las acariciadoras hojas del higuerilla, aferradas al tallo hueco, con las que en frascos con agua enjabonada, jugaban haciendo inmensas bombas coloridas, que hacía estallar el viento. Lo más agradable del lugar lo era, los variados trinos de pájaros, que llegaban en bandada, a posarse en las ramas. Se escuchaban las notas desde el despunte del alba hasta el ocaso.
La inmensa cocina del ‘pollo’ renegrido por la quema de carbón, estaba ubicada a la entrada de la diminuta selva, escenario de mil juegos y travesuras de los chiquillos, que disfrutaban como monos sin ninguna preocupación, aún no tenían edad para entrar a la escuela, la madre mientras tanto, colocaba en el fogón, la olla con agua, para cuando hirviera echarle la panela, saliendo de allí, la famosa agua de panela, que aquí es conocida como aguadulce, sirve de sobre mesa a las comidas o refrescante en horas de calor ¡Nada es tan bueno para calmar la sed! Y sí es con limón, mucho mejor. En los primeros días de la estadía, las cosas caminaban en una tranquilidad pasmosa; no se cerraba la puerta de la cocina, menos la ventana, puesta allí, para mayor claridad.
Después que la madre remendara las medias introduciendo un bombillo, se fue a ver en qué estado iba la cocción del agua de panela; la tapa de la olla, estaba en el suelo y dentro aún con un poco de vida, se hallaba un pajarito de un amarillo parduzco, parecido en la conformación al canario; lo llamaban por su desaforado encanto por beber el melado de la panela, ‘aguadulcero’. Nada había ya que hacer, sólo botar todo el contenido y volver a empezar.

Costado occidental del parque antiguo de Copacabana. La casa al extremo derecho es la que se habla.

El caso, es que se volvió una plaga la llegada del pajarillo en busca del almíbar de la panela, no era únicamente caer al fondo y salir cocinados, sino, que en su revoletear, tiraban al piso: ollas, tapas, cristales, parrillas para azar las arepas, vasos, con lo que crispaban los nervios de la buena mamá, al escuchar los golpes que cada objeto hacía al caer, ella pensaba que podrían ser ladrones que se habían entrado por los muros del solar. El santo remedio para alejar los intrusos, fue cerrar puerta y ventana mientras estuviera haciendo otros menesteres, convirtiendo la acogedora cocina en un claustro y las silgas, mirando con nostalgia el aldabón que clausuró la tentación de unos endulzantes sorbos.  


miércoles, 25 de septiembre de 2013

REVISIÓN DEL PASADO.

Fábrica IMUSA 1936

“El hombre es maleable casi hasta el infinito (Leo Strauss)

E
s hermoso llegar con los cinco sentidos, a pesar de cabalgar montado sobre tantos años y tener la gratitud latente de todos los instantes vividos. No ha sido una autopista despejada en que no haya pasado momentos angustiosos, acompañados de amargas lágrimas, pero haciendo la cuenta desapasionadamente, son mayores las alegrías y los transes inundados de alborozo; de esos, se ha atiborrado las líneas del Blog, porque es muy poco a quien le gusta pasearse por el dolor. Si uno quiere gozar el recuerdo, debe mantener vigente los instantes supremos de felicidad, así el pasado, no es una carga de frustración, es el muelle que le da solaz a la vejez.
Los hermanos chiquillos que llegaron a un nuevo pueblo, a una casa tan grande en que se necesitaba brújula para no perderse, a conocer otras personas que no vestían ruana para el frío, como aquellos de dónde venían; las mujeres vestían suaves trajes de popelina, los hombres ruana sí, pero, como traje típico del campesino antioqueño. Los niños andaban descalzos, cuando ellos, usaban zapatos después de que les quitaran los escarpines; sintieron desde el principio temores de la llegada a una nueva cultura y notaban a pesar de la edad, que los niños mostraban malquerencia ante los forasteros. Fue en verdad un principio traumático, que como sucede siempre, se diluyó en menos que se persigna un cura ñato. En pocos años estaban aprendiendo las primeras letras en la escuela y se tuvo el agrado de conocer a un gran maestro: Jesús Tapias. Se ejercitó en la defensa para no ser atropellados y que dos más dos, son cuatro. Los trompos zumbaban al salir de sus manos, la pelota brincaba por mangas y calles; la cometa pedía cada momento más hilo, hasta que un ventarrón bajado de la cordillera lo reventaba, papel y varillas quedaban engarzadas en la copa de un árbol. Se conoció la fantasía del cine y los deleites de los primeros amores depositados en una colegiala.
Antigua casa consistorial.

Se aprendió a nadar en las aguas cristalinas de una quebrada torrentosa, en que la naturaleza era prenda de garantía para vivir. Se escuchaba a lo lejos el pito alegre del tren, que pasaba lleno de trashumantes que dichosos, saludaban con pañuelos a los habitantes de la comarca. La mirada se extendía hasta las inmensas montañas, para observar los surcos que las manos callosas y honestas iban arrojando semillas, que la tierra agradecida hacía brotar. La fontana, esparcía tenues briznas de agua que remojaban el sofoco del medio día, cuando en la elevada torre del campanario, sonaban melodiosas 12 campanadas y en la mente del niño se creaban fantásticas imágenes de un futuro promisorio.
Todo sucedió en la añeja Copacabana, pueblo que se quedó engarzado en el alma, igual que el amor de la colegiala, de uniforme azul y blanco.  

miércoles, 18 de septiembre de 2013

60 MIL

Casa en Copacabana del padre 1952.
“Hay un secreto para vivir con la persona amada: no pretender modificarla.” (Dante Alighieri)

L
os antioqueños son adictos a los juegos de azar. Según algunos historiadores, tiene que ver con la sangre judía, que poseen en sus venas y, puede ser cierto. Copacabana permanecía tranquila por allá en la década de los 50 del siglo pasado. La calma se rompió en mil pedazos, cuando por tiendas, cantinas, los reclinatorios, el parque, en los comedores de cada casa y al calor de las cocinas, estalló la bomba, que alguien del pueblo, se había ganado la lotería y no era cualquier cosa, era el premio mayor de la Lotería de Medellín. ¿Quién podría ser? Se buscaba como aguja en un pajar al bienaventurado que había dejado de pasar penurias en este Valle de Lágrimas debido a la suerte. ¡Tendrían un nuevo rico! En los corrillos cada uno hacía sus conjeturas, pero lo que más se escuchaba, era la invocación a Dios, porque tanto dinero hubiera caído en las manos de un pobre; pues (decían), que siempre, la fortuna buscaba a los ricos. La plata busca la plata.
No se tardó mucho en saber quién fue el agraciado. En semana las cantinas poco movimiento tenía de venta de licor, sí mucho ‘tinto’ (café) y refrescos; pero aquel día atravesado en mitad de semana, el Club de Rubio, tenía una mesa en el centro llena de cervezas a Jesús Arroyave, ingiriendo a grandes sorbos, sombrero en alto y gritando: yo fui el que se ganó la lotería. Borracho como una cuba salió y la gente se quedó sin creerle, pero la actitud fue cambiando con el transcurrir del tiempo; don Jesús, fue cambiando de vestimenta, lo mismo la esposa e hijos, construcción de nueva casa con tres pisos, buscando ser un castillo en su arquitectura, tiró lejos el viejo empleo; las borracheras eran con whisky rodeado de damiselas y de los aduladores de turno, que estaban prestos a sacarle hasta el último peso cuando el licor hacía sus efectos y la arrogancia que brinda el dinero, le nublaban el cerebro. Salía el dinero a borbollones, pero no existían entradas. 

Antiguo Tranvía de Medellín.
El futuro era de nubarrones negros de fracaso. El tiempo pasó llevándose consigo las ganancias de 60.000, como llamaban a don Jesús, a quien el licor lo venció y poco a poco, se encontró con la realidad. Todo lo perdió. Volvió a encontrarse solo, sin un centavo en el bolsillo, alejado del hogar y sin afectos. El esplendor del dinero le segó y no pudo ver que antes lo tenía todo para ser feliz. Murió sólo y abandonado en un pequeño cuarto, seguramente con lágrimas en los ojos, sin que nadie le brindara una oración y le cubriera la mirada de angustia.
¿Sí será la felicidad el dinero?