MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 23 de octubre de 2013

¡QUÉ SORPRESA!

Venta de chorizos en Santa Elena.
“Es una suerte que cada generación no comprenda su propia ignorancia” (Charles Dudley Warner)

Habían llegado personas de otros horizontes a ocupar la casa y del carro de trasteo iban bajando enseres de calidad, aquello mostraba que los nuevos inquilinos, eran personas adineradas, o, como se decía, acomodados. Pronto los vecinos les dieron la bienvenida y el barrio acogió a los tres nuevos integrantes. Padre, madre y una hija, un poco mayor que nosotros.
Estábamos para aquella calenda, en el inicio de la conflictiva pubertad. Cada uno, le quería arrastrar el ala y ganarse la admiración de la dama; ella, tal vez con más conocimiento en los ajetreos del requiebro amoroso, no se decidía por uno especial y compartía su compañía por igual, hasta en juegos infantiles que ella misma proponía y que los mozos hacía tiempo habían abandonado. Disfrutaban bajo la sombra de la noche y con esa brisa acariciadora de: esconde la correa, que corra el reloj, que pare. Se venían las penas al perdedor. La alegría cautivaba a los jugadores, mientras una que otra mirada furtiva se dirigía al escote de la nueva compañera, que deja ver unos senos abultados y requemados por el sol. Ella, percibía esas miradas lascivas y las apaciguaba sensualmente con una sonrisa, quizás burlona y el juego continuaba hasta llegar la hora que los padres les habían asignado para regresar al calor del hogar, esperando ansiosamente la llegada de un nuevo atardecer.
El padre de ella, tenía un carro de transporte de novillos, que se traían del Bajo Cauca. Nuestra nueva amiga, viajaba con frecuencia con él, pero no regresaba; decía la madre, que se quedaba en una finca de propiedad de ellos, dedicada a la cría de ganado de engorde. Todo lo vimos como algo normal. Pasado un tiempo, aparecía con la piel bronceada por los rayos del sol de una región ardiente, risueña y presta a continuar con nosotros, los juegos que se habían convertido en algo rutinario.

Luna del 17 de octumbre después de la muerte de mi perro.
Algunas noches se cambiaba el programa y aparecían los coros cantando canciones románticas que estaban de moda, que ella, se sabía a la perfección. Todo era tan bueno, sencillo y amable que no se puede olvidar.
55 años después, uno de los integrantes de aquella escena juvenil, en una conversación, me cuenta en mucha reserva: “¿Te acordás de la ‘monita’ pecosa conque jugábamos y qué, nos deslumbrábamos con sus senos? ¿Aquella hija del transportador de ganado? Sí, ¿qué pasó con ella? ¡Era guerrillera!
Por fin supimos el motivo de sus prolongados viajes…    


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