Venta de chorizos en Santa Elena.
“Es una suerte que cada
generación no comprenda su propia ignorancia” (Charles Dudley Warner)
Habían llegado personas
de otros horizontes a ocupar la casa y del carro de trasteo iban bajando
enseres de calidad, aquello mostraba que los nuevos inquilinos, eran personas
adineradas, o, como se decía, acomodados. Pronto los vecinos les dieron la
bienvenida y el barrio acogió a los tres nuevos integrantes. Padre, madre y una
hija, un poco mayor que nosotros.
Estábamos para aquella
calenda, en el inicio de la conflictiva pubertad. Cada uno, le quería arrastrar
el ala y ganarse la admiración de la dama; ella, tal vez con más conocimiento
en los ajetreos del requiebro amoroso, no se decidía por uno especial y
compartía su compañía por igual, hasta en juegos infantiles que ella misma
proponía y que los mozos hacía tiempo habían abandonado. Disfrutaban bajo la
sombra de la noche y con esa brisa acariciadora de: esconde la correa, que
corra el reloj, que pare. Se venían las penas al perdedor. La alegría cautivaba
a los jugadores, mientras una que otra mirada furtiva se dirigía al escote de
la nueva compañera, que deja ver unos senos abultados y requemados por el sol.
Ella, percibía esas miradas lascivas y las apaciguaba sensualmente con una
sonrisa, quizás burlona y el juego continuaba hasta llegar la hora que los
padres les habían asignado para regresar al calor del hogar, esperando
ansiosamente la llegada de un nuevo atardecer.
El padre de ella, tenía
un carro de transporte de novillos, que se traían del Bajo Cauca. Nuestra nueva
amiga, viajaba con frecuencia con él, pero no regresaba; decía la madre, que se
quedaba en una finca de propiedad de ellos, dedicada a la cría de ganado de
engorde. Todo lo vimos como algo normal. Pasado un tiempo, aparecía con la piel
bronceada por los rayos del sol de una región ardiente, risueña y presta a
continuar con nosotros, los juegos que se habían convertido en algo rutinario.
Luna del 17 de octumbre después de la muerte de mi perro.
Algunas noches se
cambiaba el programa y aparecían los coros cantando canciones románticas que
estaban de moda, que ella, se sabía a la perfección. Todo era tan bueno,
sencillo y amable que no se puede olvidar.
55 años después, uno de
los integrantes de aquella escena juvenil, en una conversación, me cuenta en
mucha reserva: “¿Te acordás de la ‘monita’ pecosa conque jugábamos y qué, nos
deslumbrábamos con sus senos? ¿Aquella hija del transportador de ganado? Sí,
¿qué pasó con ella? ¡Era guerrillera!
Por fin supimos el
motivo de sus prolongados viajes…
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