MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 16 de octubre de 2013

GUSTO NO COMPARTIDO.

Una buena madre y sus dos hijos.
“El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños.” (Eleanor Roosevelt)

E
l anciano padre, hombre de estrato campesino y por ello, incompatible con la desidia, aunque estaba pensionado, se sentía incómodo en el hogar; pensaba que aún era productivo. Él, estaba siempre ayudando a la esposa en los quehaceres rutinarios, sabía que una mujer sola, le era imposible desempeñar el oficio y que tanto maltrato terminaría por desgastarla físicamente…cómo la amaba entrañablemente, ahí estaba para ser su brazo derecho. Ese comportamiento lo enseñó a los dos hijos para que en el mañana, tuvieran presente, que la mujer no era una mula de carga. Pero quería emplearse en algo que le brindara unos pesos más para mantener en buena forma el hogar y no existieran efugios económicos. Para colaborar con la consorte, tenía toda la mañana, pues, era un buen madrugador.  
Fue empleado en la fábrica IMUSA, empresa de fabricación de implementos para el hogar en aluminio y plástico en que trabajaba un buen número de personas de Copacabana. Cuando le tocaba turno en la noche, se le llevaba los alimentos en portacomidas que la esposa con amor preparaba para “El viejo”, forma cariñosa del trato, que mutuamente se daban. Siempre el padre, dejaba a su hijo el ‘sobrado’. ¡Qué era aquello! Es imposible e indescriptible, de narrar lo que se sentía con aquel bocado, dejado con amor por el patriarca; el sabor, parecía provenir de la infinidad del cielo, un maná antioqueño con el que se atragantaba debajo de la sombra de un árbol, saboreándolo con infinito placer.
La empresa había dispuesto para comodidad de sus trabajadores, un comisariato en el que entraba la matada de novillo y cerdo. Todo asequible para el personal por los bajos precios. Una tarde llegó como de costumbre con la portacomida; al abrir el padre aquella enorme puerta, escuchó a lo lejos el aullido lastimero de un animal.

El viejo padre en sus últimos años.
Su corazón se agitó de tal forma, que creyó se saldría del lugar asignado dentro de su cuerpo. Sentía que los mugidos a cada segundo se iban debilitando, hasta ser cubiertos por un silencio sepulcral. Pensó que estaba muerto, rodeado de una mancha de sangre, de esa sangre que antes le daba vida y que ahora se había escapado por la herida causada por el matarife ¿acaso sería justo?
El viejo lo invitó a que pasara a ver el grotesco espectáculo. Jamás papá. Entre su turbación alcanzó a oír: “Mijo, usted si es bien poco novelero.”   


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