MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 9 de octubre de 2013

ALGO DE MIEDO.

Copacabana en los años de 1960.

“Solo amor es el que le da valor a todas las cosas (Santa Teresa de Jesús)

P
asar la etapa de la niñez es toda una proeza. En ese despertar, se cometen las acciones más estúpidas por el desconocimiento; salimos a la vida, igual que el toro miura en su entrada al ruedo. No existe día en que no cometamos una locura que sí pasamos avante, nos deja la experiencia y ésta sí, nos labra un camino en el transcurrir de la vida.
A veces nos peleamos con los compañeros por cosas baladíes, haciendo igual que los gallinazos, pelear por tripa. En frente de la casa, en un montículo, alguien con fortuna, construyó una enorme casa, que en tiempos remotos debió ser una hacienda de acaudalado personaje de finales del siglo IX, cuando la población llevaba el nombre “Sitio de la Tasajera”. Por ella, pasaron varias familias. En la época en aconteció el siguiente acontecimiento, estaba ocupada por una familia Mejía Jiménez, que estaba compuesta por varios hijos solteros y una que otra casada que con marido y prole, se agregó al ‘batallón’. En los fines de semana se bailaba; el licor corría por el guargüero de hombres y mujeres de los habituales habitantes y de una multitud de familiares llegados de todas partes al jolgorio.
Al costado izquierdo del caserón, se había hecho una pequeña cancha, en la que en las tardes después de hacer las tareas de la escuela, se reunían a jugar partidos de fútbol, tan largos como misa oficiada por obispo. Los Mejía inquilinos, eran buenos para las gambetas, chutaban fuerte el balón y daban pata igual que mula cerrera. Una de esas tardes con sol mortecino, llegaron con un primo delgado y color blanquecino, que entró en la competición. Entre jugada y jugada y por una zancadilla, nos fuimos a las manos; el enclenque mancebo temeroso, abandonó el partido. La cosa murió ahí. La casona quedó un día desocupada, mientras nosotros seguíamos haciendo correr la pelota por la grama crispada por el viento y el arrullo de aguas cristalinas, que bajaba desde la montaña.
Amigo entre mi jardín.

Por aquellos tiempos circulaba un periódico especializado en temas de los bajos fondos. Al abrirlo se debía tener cuidado, para no ir a recibir un disparo. Un día siendo ya mozo, con incipiente barba, pasaba las hojas de la publicación y con título de letras rojas, anunciaba que había sido capturado peligroso antisocial. Le llamó la atención la foto que acompañaba el escrito. Sí. Era el mismo. No cabía la menor duda. Bien trajeado estaba el que una tarde de verano, se acercó a jugar en la manguita del Banco (nombre dado a la finca). Se aprendió por la policía a: “Toñilas”, peligroso hampón”. Claro, era él. Antonio Jiménez. Se preguntó: ¿Si llegáramos a encontrarnos, podría tomar alguna represalia por los golpes dados en un insignificante juego de fútbol? El interrogante se fue diluyendo y sólo queda en el recuerdo un vago temor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario