MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

lunes, 28 de diciembre de 2009

¡CÓMO OLVIDAR!

Iglesia de Copacabana.
En tiempos pasados no se entraba a la escuela hasta no haber cumplido los 8
años. A mi me costó mucho trabajo el despegarme de mi madre para ir a aprender las primeras letras en la escuela Urbana de Varones como se llamaba para aquellos tiempos, pero con el correr de los días me fui amoldando y ya correteaba por los patios de recreo que era dónde más me amañaba. Cuando estaba en el salón de clases (que era inmenso y de ventanas altas), se escuchaba a eso de las tres de la tarde, siempre dos sonidos que se quedaron retumbando en mi memoria para siempre.
El pueblo era pequeño, de unos 5.000 habitantes. No había el retumbar de los motores de los carros, ni algarabías de los ciudadanos, todo era paz y tranquilidad en el poblado y sobre todo a esa hora en la que dicen que Cristo murió. A mis oídos llegaba desde muy lejos el repiquetear de los martillos de una fragua, en dónde unos hombres toscos, fuertes y mal hablados, construían herramientas para el trabajo del campo. Ese sonido era cómo una música que me adormecía de la cual salia cuando el maestro envalentonado gritaba: "¡Mejía, despierte que estamos en clase!" Sentía que cambiaba de colores, tiritaba cómo si estuviera en el polo y sólo esperaba que sonara la campana, para regresar a mi hogar y maldecía aquel martilleo que me había hecho regañar y ya no me importaba aprender a escribir mi nombre, ni 2+2=4, ni quería saber de religión; que va, era mejor estar en casa en brazos de mi mamá.

Cartilla en que se aprendía a leer.

El otro sonido que me perturba y que aún me pregunto: ¿Por qué lo hacía a la misma hora?, es aquel de un burro de uno de los hombres ricos del poblado, Don Ramón Arango Isaza, que tenía una finca en la parte alta del pueblo a la margen izquierda del río. El animal era cómo un reloj de gran exactitud. En el campanario de la Iglesia sonaba las tres campanadas y aquel animal empezaba a rebuznar tan fuerte que se escuchaba por todo el contorno. Las personas de todo el sitio sabían que eran las tres de la tarde y se preparaban para esperar a sus hijos que saldrían de las escuelas. Hoy me pregunto: ¿Por qué lo hacía y a la misma hora? ¿Qué lo inducía a ésto? ¿Cómo cogió el hábito de dar la hora? La vida es una cajita llena de sorpresas.

Estos son los instrumentos de una fragua.

El amor por el pasado no es una enfermedad de los viejos, es ligar el tiempo ido con el presente, para que los que lleguen conozcan que era el ayer y lo disfruten; porque la historia es primordial para encontrar soluciones en el hoy, que tanta falta está haciendo, para que el mundo sea más humano y no camine a la destrucción.

jueves, 3 de diciembre de 2009

FELIZ NAVIDAD.


Esta es una bella época para recordar. En mi niñez, pasábamos todo un año esperando los traídos del Niño Jesús. Eran cosas simples, como simple era la vida.
En los hogares de antaño se hacían todo tipo de viandas las que llenaban el comedor que quería reventar: presas de gallina olorosas que nos hacían salir las babas, chorizos colgados cómo mártires que mirábamos de reojo sin disimular el deseo de engullir; postres, natillas, buñuelos y no podían faltar los dulces hechos de cuanta fruta puso Dios en éste paraíso. Brevas, moras, duraznos y tantos otros que decoraban el comedor con sus diferentes colores, era una policromía de amor pintada en el hogar por las manos benditas de la madre.
De aquellos traídos de Niño, no se pueden olvidar fácilmente, los carritos de madera, las pelotas de números que aún rebotan en el corazón, los soldaditos de plomo, que jamás llegaron a disparar, porque no hicieron ninguna guerra. Esa noche del 24 de diciembre era muy difícil conciliar el sueño. Al día siguiente esperábamos la salida del sol, para tirarnos a la calle a disfrutar con los amiguitos de los regalos que intercambiábamos sin egoísmo.
El cielo se iluminaba con la luz de luna llena y relucientes estrellas que se nos confundían con los globos multicolores que surcaban el espacio y que nosotros seguíamos hasta que comenzaban a descender, corríamos como venados por cuanta manga encontrábamos al paso y ya capturado lo volvíamos a lanzar, no sin antes pegarles mensajes de navidad para aquellas personas que no conocíamos, pero que eran nuestras amigas pues no había odio en nuestros corazones.

Los mayores bailaban al compás de música que alegraba el ambiente y que uno sólo sentía envidia de ver a mujeres tan hermosas que deslizaban en los brazos de la pareja; uno decía para sus adentros ¿por qué no estaré yo grande? ¿será que me falta mucho tiempo? Se cantaba y bailaba, se repartía entre los vecinos todas aquellas apetitosas comidas y manjares, así también se recibían de otras casas, era el monopolio del amor que se daba a manos llenas. No siempre todo pasado fue mejor, pero si existen diferencias. En aquellos tiempos la fraternidad era la tecnología, tecnología que hoy nos separa.
En nuestra cultura reinaba para la época de navidad el pesebre que se hacía en unión de toda la familia. Los había de mucha pompa y aquellos sencillos, con José y María, el burro y el buey, las ovejas, patos, gallinas y hasta micos; lo que me parecía raro era que los personajes eran más grandes que las casas, pero que importaba eso, era ver al Niño Jesús recién nacido lo que llenaba nuestros corazones de felicidad. Nos pasábamos por todas las casas rezando la novena y cantando villancicos que acompanábamos con el trinar de unos pajaritos que vendían en el comercio que llenábamos de agua y emitía el mismo sonido. ¡Qué tiempos!

Hoy no quiero pasar esta oportunidad para desearles a todo aquel que lea esta página, una feliz navidad y año nuevo lleno de ventura, especialmente a mis grandes amigas: Venus, que desde su México natal ha seguido pendiente de mis RECUERDOS, a su hermosa hija y a toda su familia; a Lola, que desde la Madre Patria, le ha dado por embadurnarse de mis pensamientos que no quieren dejar morir el pasado, para su hijo y familia un estrecho abrazo y que sepan que en Colombia hay alguien que los quiere.
Alberto.

NAVIDAD EN PAZ.