MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 30 de enero de 2013

CUANDO EL PRIMER TV.

Una etnia olvidada.

"La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar" (Thomas Chalmers)


Por allá en la década de los mediados del 50, se observaba sobre los tejados las antenas de televisión, claro, que muy pocas; la gente del pueblo no era lo suficientemente boyante para darse esos gustos, preferían ir al teatro Gloria, a ver películas de vaqueros americanos, los charros mexicanos o aquellas de humor, en los que sobresalía Cantinflas, Tintan y el espectacular bailarín Resortes. Pero, más se demoró en que alguien se diera el lujo, para que por envidia o el cansancio de estar en la sala de cine en que a cada momento se reventara la proyección, instante en que los ayudantes de camiones, se dedicaban a tratar mal al operador con palabras de grueso calibre. Las familias distinguidas, les tapaban los oídos a los niños, mientras rezaban, para que todo se solucionara a la menor brevedad. En medio de la oscuridad se escuchaba una voz que decía: “soltá la llanta”, expresión entendida, cómo qué, el que estaba en la manipulación, era homosexual. Con el aparato receptor instalado en la sala, se dedicaron a ver telenovelas, como aquella famosa: Un Ángel de la Calle, que hizo llorar hasta el que tuviera pacto con el diablo.
El hijo mayor que había marchado del hogar, buscando nuevos horizontes, un día regresó. La costumbre, era llegar con regalos para el grupo familiar. La caja estaba herméticamente sellada y el peso ponía a la imaginación a hacer conjeturas, que desaparecieron al ver un flamante televisor que hizo saltar de alegría al hermano menor y humedecer los ojos de los padres, que aún no lo podían creer. La alegría no estaba completa; sabían, que la compañía del hijo pródigo, era por poco tiempo. Con un tufillo de superioridad, les
Zapatos olvidados.
manifestaba que el aparato no necesitaba antena aérea y que era lo último en USA ¡Qué bueno! Además traía un soporte con rodachinas para que lo pudieran cambiar de lugar sin maltrato. Tomó su sitio; enchufe y toma hicieron conexión y…entonces, quedaron matriculados en la era moderna de la comunicación.
Los hábitos familiares dieron un vuelco. El ama de casa, después de los oficios domésticos, se sentaba cómodamente a ver programas de caricaturas o la telenovela, antes de la llegada del niño de la escuela y el viejo patriarca, de pocillo de café en mano, se dejaba caer muellemente sobre su sillón, mientras encendía un cigarrillo, a esperar que fuera la hora de las noticias. Notó él, y lo manifestaba, que aquel invento, era lo mejor que se había creado para inducir al sueño. Los ronquidos así lo atestiguaban.  



miércoles, 23 de enero de 2013

LOS REGODEOS DEL HOGAR.

La costumbre de la arepa.

"Engarza en oro las alas del pájaro y nunca más volará al cielo" (Tagore).
Esos ancestros del padre venían esculpidos en el cerebro, en el torrente sanguíneo y en la postura. Ese campesino íntegro, nacido entre montañas, quebradas arrulladoras, olores a musgo, elevado a las alturas por humo de chimeneas, de alegrías de recolector en el arado del alimento que brinda la tierra; buscador de leña que atice el fogón para que llamee y hierva el sustento para una familia numerosa, unidos por el calor de las llamas y una totuma de café. Esos ancestros jamás lo abandonaron. Buscando otros mundos, partió de su querencia. Lo siguió por todos los caminos, la fortaleza infundida en los años mozos. La universidad, la hizo, aferrado al azadón que a cada golpe, despejaba el tubérculo o la hortaliza; escribía planas enteras sobre el cielo azulado, derivados de honestidad, respeto y perdón. Se echó al hombro curtido por el sol, la maleta de experiencia, consejos y partió, no sin antes echar una última mirada a la casa de chambrana en la que el perro le decía adiós con latidos lastimeros y hasta el rumor del agua, hizo un minuto de silencio. Con el canto de la ruana, se enjugó las lágrimas y partió a lo desconocido. Toda su vida, la compartió con ese lugar, en que vio por primera vez la luz y sus ojos se llenaron de verdor. En el nuevo hogar formado, no faltó nunca el jardín, en que sobresalían todo tipo de flores, que con su colorido, le acercaran al pasado y le dieran vida, ternura y amor al presente. No supo de odios, intrigas, devaneos amorosos fuera del hogar, tuvo cómo escapulario la fidelidad, el respeto y la hidalguía. La música de cuerda, le despertaba sentimientos de ternura, sentía agrandarse el corazón por su terruño a quien amaba con infinita pasión. La nota de un tiple, compañero inseparable de la guitarra, le llegaba al alma y hacía que recorriera mentalmente: caminos de herradura, trochas, llanuras verdes, montañas escaleras para llegar al cielo, noches de luna y luceros, fogón con olor a leña y el croar de las ranas. Cada amanecer,

El compañero fiel en los años.

se vestía de abolengo; peinaba sus canas con picos de estrellas y llenaba el corazón con sangre de ancestros para darle bondad a cada acto de la vida. Los años le embellecía el rostro, cómo hace el tiempo con un buen vino. Cuando hablaba llenaba el entorno de experiencias que brindaba sin recato, para amigos, conocidos, hijos y una esposa que lo amó, en una entrega total durante 35 años, en que la felicidad, jamás pudo abandonarlos. No murió. Quedó flotando en la conciencia.   


miércoles, 16 de enero de 2013

SEGUIRA CON ALMA DE PUEBLO.

Juegos de ayer.

"Hay que unirse, no para estar juntos, sino para hacer algo juntos" (Juan Donoso Cortés).

El pueblito, cuna de pillerías infantiles, anhelos para el futuro, amoríos platónicos con niñas escueleras, peleas a las salida del aula, para entrar a orinar de primero; aprendizaje de normas de cultura, en hogares formados para eso. Libertad, libertad, de una época cobijada por la sencillez, las buenas costumbres, padres con autoridad, por aquello del ejemplo; empezaba a ir perdiendo su paz conventual. Las calles antes apacibles, jugadera de trompos, canicas y partidos de fútbol sin límites, se llenaron de vehículos que hicieron aparecer el peligro. Las mangas por donde se corría igual que conejos, dieron paso a lujosas viviendas. El kiosco antiguo, redondel de encuentros de amistades, de devaneos amorosos al son de boleros románticos, torneos de ajedrez en los que participaban el alcalde y el cura, un día se fue al suelo. La visión de lo que fue, sólo quedaba en el recuerdo. Al mismo ritmo, uno, se alejaba de los encantos de la infancia; los placeres, no tenían aquella capa de inocencia, pueblo y uno, marchaban al unísono al precipicio del desgaste, de la insatisfacción y el olvido. Lo peor, es que ya no existe el regreso. Personajes antes amados por el civismo, nadie los recuerda. La amnesia colectiva, los sepultó, solo quedaron sus nombres en una lápida borrosa por donde pasan miradas furtivas en amaneceres grises. Han transcurrido muchos años. La ciudad abrió sus puertas, para albergar al pueblerino; la ha caminado en toda su extensión y desde el primer día de la llegada, se ha sentido extraño. Es sólo


Tan posuda.


uno más entre tanta gente. Nadie saluda, pasan raudos igual que una exhalación que camina entre la vorágine de cemento y hierro sin importar el sentimiento, es una ficha más, que compone el juego de la supervivencia en un mundo egoísta. Su yo, su todo, sigue impregnado de pueblo añejo y querendón que un día le brindó abrigo, le llenó de amigos, le enseñó amar, a conocer el respeto y saber que el dolor también se puede compartir.   

miércoles, 9 de enero de 2013

LO QUE SE AGUANTABAN LOS PADRES.

El peso de los años.


"Los monos son demaciado buenos para que el hombre pueda descender de ellos" (Friedrich Nietzsche)

 El niño en el descubrimiento del universo, se atoja de todo. Sueña con sembrar un árbol en el patio; hacer un lago en un pequeño espacio, llenarlo de peces que salten. Cría de conejos y curíes que retocen emprendiendo veloz carrera y sin barreras o sesgos que atrofien la libertad. Tener el perro que lo ame y lo siga en todas las travesuras. Un gato que duerma arrullado por el ronroneo encima de la mejor cama, después de haber pasado la noche en devaneos amorosos por los tejados vecinos y claro, verlo correr despavorido, cuando el can, lo quiere sorprender, cuando baja a maullar al primer rastrillo de cuchillo. Quiere tener un sol que salga por las mañanas solo en el jardín casero. Que los amaneceres, sean limpios, sin amagos de lluvia, para que sus juegos no se vean interrumpidos. Las noches estén alumbradas por la luna, que con su luz le permita extender el día y contar tirado boca arriba, los luceros a quienes ya le apuesto nombre y los ha hecho sus amigos; en los sueños, retozan juntos andaregueando por constelaciones infinitas buscando seres mitológicos, otros mundos, donde pueda descargar sus fantasías, antes de que sean devoradas por el paso de los años. El hogar era un hervidero de ficciones dispares y confusión de los mayores, sólo su creador sentía el gusto infinito de alcanzar la realización de los ensueños. Brincaba de alegría, al ver los conejos resbalarse sobre el piso liso de las baldosas y lloraba cada vez que contaba los curíes y faltaba uno; había hecho un túnel que le dio la libertad, yéndose a vivir a la vega del río. Un amanecer…todos se habían fugado. El lago se fue secando y el pez daba saltos pero por la falta de aire. Los conejos, empezaron a pasar a mano de otros niños que iniciaban los caminos de nuevas quimeras. Entendió que el sol, la luna y los luceros, no eran de su propiedad. Las cosas que soñó, dieron un vuelco, que aunque quisiera prenderse a ellas, le eran imposible. Luchó como guerrero por sostener ese maravilloso tiempo, pero sus esfuerzos eran en vano. Nada ni nadie podría prestarle ayuda. Se sentó en el quicio de la verdad con lágrimas, se miró internamente y supo que le había llegado la pubertad y ésta, no entendía que pudiera existir un mundo de cosas simples y maravillosas en el corazón de los niños.

miércoles, 2 de enero de 2013

Y...SE TERMINAN LAS FIESTAS.

Dos épocas de un patriarca.

"El amor y el deseo son las alas del espíritu de las grandes azañas. (Johann Wolfgang Goethe)



A
quello era un derrumbe sentimental en la corta existencia del niño. De la misma manera en que se iba preguntando cuanto faltaba para llegar diciembre, las vocecillas, inquirían, ya no con aquella expectativa, por el desprendimiento de la última hoja del almanaque, que era el infausto momento en que morían, las alegría de un mes hecho planeado para ellos. En esos 31 días recibían las alegrías, sorpresa, besos y abrazos de que habían sido abandonados en el resto del año; se habla de los niños, pero los adultos, los disfrutaban como tales y…es que el momento, en que hombre, deje fenecer al infante que lleva por dentro, le ha dado paso a la amargura, la soledad y la tristeza. Cayendo esa última hoja, daban contra el suelo las esperanzas de libertad, esparcimiento en alianza con la naturaleza, el desfogue de una vitalidad en erección que brota hasta por los poros. De ese estado de ánimo, se percataba el perro. Sabía que esa partícula de papel tirada a la basura, lo afectaba. Entendía que las correrías por los campos vecinos, llenos de naranjales, mangos criollos, piñuelas y guamas en compañía del niño de cargaderas, se iban acortando. Presagiaba, lo poco que faltaba, para perder los baños en la quebrada de aguas cantarinas o la espectacular travesía del caudaloso río detrás de su imberbe amo. Por eso, aprovechaba con sonoridad, las hermosas mañanas en que salían juntos, antes de que llegaran las horas de la escuela, que castrarían la unión de dos seres que se amaban y se guardaban los secretos.
Dados listos para guachaquiar.


El tiempo ha pasado con la clemencia o inclemencia con que se le quiera mirar y aún así, el momento de ese desgarre del calendario es un momento angustioso. Es el marcharse de un año que brindó de todo: estados de satisfacción y algunos pocos de dolor, amortiguados por la fe; procesos de crecimiento familiar cargados de expectativa. Ya el perro de hoy, entiende que no se pueden hacer travesías, ni el disfrute de nadar; calmado se echa encima de las arrastraderas, con un ojo abierto a la espera de la caricia del amo, que perdió la juventud, pero que de vez en cuando, deja salir al niño que lleva en su alma.