MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

CUADERNO PARA LA ESCRITURA.

Anciana haciendo croché.

"Da lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta" (San Agustín).

Por más que queramos olvidar el paso hermoso por la escuela, es imposible. Es quizás, igual, que borrar una mancha de familia. Siempre estará presente en la memoria, aún sí los años nos derrumban. El primer años de aulas, se nos viene con miedo, por aquella ansiedad y temor de lo desconocido; por la tristeza de abandonar los brazos cálidos de la madre, el calor soñoliento embrujado de unas cobijas y el desayuno dado por la progenitora, de a cucharada enfriada con el soplo del amor. La maestra de turno, se esmeraba para que la transición fuera lo menos traumática y el niño cambiara el miedo por la felicidad en el nuevo hogar. Porque así era. Una casa, segundos padres y el placer de romper la oscuridad de la ignorancia. Todo se vuelve diferente al segundo año. Ya correteamos cómo liebres por los corredores, nos sentimos importantes al ir juntando las letras para ir balbuceando frases e internamente nos sentimos sabios, secreto que sólo saben los padres. Al pasar al siguiente, la lista de cuadernos y algunos libros, es diferente en tareas y el peso físico de la maleta, que nos hace hacer descansos en las orillas de la carretera, para no llegar fatigados al aula, porque allí en el morral, también se han echado mangos, mandarinas, trompo, las canicas, pedazo de panela para mascar en el recreo y el suéter por sí a la salida está lloviendo. En aquellos cuadernos para estrenar al principio del año, venía uno diferente a los demás. El cuaderno para la escritura.
Primera misa en una capilla.

Al toque de la campana, se formaba por grupos y en fila ordenada se entraba al aula o salón de clases. El maestro, encaramado en pequeña plataforma, echaba una mirada a los alumnos, se acomodaba las gafas y con voz de mando: saquen el cuaderno de escritura. Éste era diferente porqué tenía dos líneas iguales y otra pequeña en la parte de abajo, con el fin de aprender a escribir con perfil y grueso que era la usanza en tiempos remotos. En el tablero el maestro había diseñado algo igual y con la tiza iba escribiendo una muestra, para que lo hiciéramos de la misma forma; nosotros en el encavador con su pluma, íbamos untando en el frasco de tinta y con delicadeza, escribíamos con perfil y grueso hasta llenar la plana. Algo de ese aprendizaje, hizo que la mayoría, escribiera después con hermosa letra. Hoy en desuso.



miércoles, 19 de septiembre de 2012

LOS PRIMEROS TELEVISORES.

Maquina manual despulpadora de café.

"Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar." (Ernest Hemingway).

En el pueblo eran muy escasas la diversiones de los habitantes. Las idas al teatro Gloria, lugar donde pasaban en su gran mayoría, cintas mexicanas de la vida cotidiana de aquel país; lucha libre con el enmascarado de plata; muchas de humor: Cantinflas, Tin Tan, Clavillazo y resortes, también algunas de vaqueros americanos. Otro punto en que la gente pasaba largo rato estaban en ir a la cancha Camilo Torres en compañía de sus hijos, para disfrutar de buenos encuentros del equipo local con escuadras venidas de pueblos cercanos o de Medellín, capital del departamento de Antioquia. Era insignificante lugares de entretenimiento, eso hacía, que los hombres buscaran en las cantinas, una salida a las tensiones dejadas por una semana de trabajo fatigante; aquello ponía los pelos de punta a esposas y novias; la chiquillería en cambio gozaba de lo lindo con un hermano o padre ebrio, pues, aprovechaban la amplitud que en algunos casos da el licor, para recoger un pocos centavos, que iban a parar a la panadería La Mejor, llena de tentaciones dulces como: galleta 'negra', 'encarcelado', tortas de chocolate, mojicones, todos impregnados de azúcar o compraban confites y velitas 'tirudas' (que estiran) en las tiendas.
Antiguas pesas.

Pero las cosas dieron un vuelco de 180 grados. Por la década de 1954, en el mes de junio, Rojas Pinilla, para aquel entonces presidente de Colombia, entró en el país la televisión. No eran muchas las familias que tenían el poder económico para darse el lujo. Por el tejado de unas cuantas casas, sobresalían las antenas de tipo universal, dirigidas hacia algún cerro cercano, pero ni aún así, la imagen tenía nitidez; la escalera vivía siempre con alguien trepado moviéndola; desde abajo, alguien gritaba: "déjala ahí". La aglomeración no era solo de niños, estaban familias enteras, detrás de la pantalla chica; la casa se llenaba y se escuchaban gritos de felicidad cuando desaparecía la 'llovizna' y se observaba un animador o veían el primer gol de un partido de fútbol. La romería era diaria y el dolor de cabeza del propietario del inmueble, no desaparecía hasta que la señal daba por terminada la transmisión.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

EL CATECISMO.

pasaporte antioqueño.

"Facilitar una buena acción es lo mismo que hacerla" (Mahoma).

En los tiempos en que los padres en verdad tenían la Patria Potestad sobre sus hijos, en los pueblos, todo giraba alrededor del alcalde, el cura, los maestros y en muchas ocasiones en los telegrafistas; por eso, la mayoría del recuerdo, está basado dentro de ese círculo, que apesar de angosto, está lleno de vivencias.

Era aprovechado el domingo, día en que la población estaba hasta el tope de parroquianos. Los del campo traían de sus parcelas lo que la tierra amorosa les brindaba, para venderlo en el mercado y los de la parte urbana, lo aprovechaban para recorrer el parque, hacer el bastimento casero, buscar novia, entrar al kiosco en familia, los demás a las cantinas. Los niños tenían una cita improrrogable a las 2 de la tarde. En las casas, las madres, se dedicaban a organizar la ropa que el niño o la niña debían llevar. Planchada de camisa y pantalón; los pliegues de la bata, embetunada de zapatos, cepillada de dientes, peinada de los crespos, alisada de cabello. Presentación impecable y para terminar, la advertencia de un buen comportamiento.


Raspador antiguo de arepas.

La iglesia se llenaba de murmullos juveniles, los más ligeros, se apoderaban de las primeras bancas; las naves se convertían en hermosa policromía que inundaban los ojos de esplendor. Salía el sacerdote de la sacristía y todo era silencio. Había iniciado el catecismo. Preguntas y respuestas, del cura y los párvulos que muchas ocasiones metían la pata al contestar, risa y caritas enrojecidas y así hasta el final, cuando el presbítero daba a los concurrentes en prueba de asistencia, una pequeña cartulina blanca, con una cruz en alto relieve. Lo mejor, era que todos salían inflados de devoción ¡Qué tiempos aquellos!


miércoles, 5 de septiembre de 2012

EL RELOJ DE LA IGLESIA SE PARÓ.

Iglesia y casa cural de Copacabana.

"Todos los triunfos nacen cuando nos atrevemos a comenzar" (Eugene Ware).

El reloj de la iglesia está por las cuatro caras y siempre bien mantenido, para que su funcionamiento fuera el mejor. Cuando daba las horas y las medias, desplegaba sus campanas con su tañido sonoro, el llamamiento a la feligresía a la reunión espiritual, pero también, se esperaba con él, saber que había llegado un nuevo día de labores. Desde bien lejos se percibían, tanto, que se adentraban a las casas campesinas, cuando aún no había salido el humo de las chimeneas, el perro reposaba en el corredor de chambrana y las vacas esperaban el ordeño. En las camas tibias, sus habitantes, entonaban el ángelus en compañía de sus hijos, que preparaban las maletas para ir a estudiar. El reloj de la altiva torre, era el meridiano con el cual se movía la población. "Mija querida, ya dieron las doce y yo no he hecho nada, me van a encontrar con las ollas vacías", era el comentario de las angustiadas y responsables madres de la época.
Novena muy usada en los hogares.

Al cura, también lo había cogido el día. Ay que llamar a "chucho". Mandaba al sacristán a buscarlo. Los dos llegaban y don Jesús Arango (chucho), empezaba de inmediato su peligrosa labor de echar a andar la intrincada armazón que estaba en lo más elevado de la torre. La chiquillería y hombres de edad, se extasiaban viendo a aquel hombre trepar por las escaleras, que por su extensión, a cada paso de nuestro reparador, se bambaleaban de forma increíble, haciendo que los curiosos dejaran escapar exclamaciones de angustia. Él continuaba cómo sí todo fuera sencillo y sin asombro de miedo; claro, desde hacía muchos años sólo él era capaz de desempeñar el oficio y volver a darle la alegría a los parroquianos de escuchar las campanadas con su bella tonalidad y que el puntero y el minutero señalaran el rumbo de un pueblo lleno de virtudes en su mujeres y la laboriosidad y honestidad de sus hombres.