pasaporte antioqueño.
"Facilitar una buena acción es lo mismo que hacerla" (Mahoma).
En los tiempos en que los padres en verdad tenían la Patria Potestad sobre sus hijos, en los pueblos, todo giraba alrededor del alcalde, el cura, los maestros y en muchas ocasiones en los telegrafistas; por eso, la mayoría del recuerdo, está basado dentro de ese círculo, que apesar de angosto, está lleno de vivencias.
Era aprovechado el domingo, día en que la población estaba hasta el tope de parroquianos. Los del campo traían de sus parcelas lo que la tierra amorosa les brindaba, para venderlo en el mercado y los de la parte urbana, lo aprovechaban para recorrer el parque, hacer el bastimento casero, buscar novia, entrar al kiosco en familia, los demás a las cantinas. Los niños tenían una cita improrrogable a las 2 de la tarde. En las casas, las madres, se dedicaban a organizar la ropa que el niño o la niña debían llevar. Planchada de camisa y pantalón; los pliegues de la bata, embetunada de zapatos, cepillada de dientes, peinada de los crespos, alisada de cabello. Presentación impecable y para terminar, la advertencia de un buen comportamiento.
Raspador antiguo de arepas.
La iglesia se llenaba de murmullos juveniles, los más ligeros, se apoderaban de las primeras bancas; las naves se convertían en hermosa policromía que inundaban los ojos de esplendor. Salía el sacerdote de la sacristía y todo era silencio. Había iniciado el catecismo. Preguntas y respuestas, del cura y los párvulos que muchas ocasiones metían la pata al contestar, risa y caritas enrojecidas y así hasta el final, cuando el presbítero daba a los concurrentes en prueba de asistencia, una pequeña cartulina blanca, con una cruz en alto relieve. Lo mejor, era que todos salían inflados de devoción ¡Qué tiempos aquellos!
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