MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

sábado, 26 de noviembre de 2022

Y...CÓMO NO LLORAR


¿Y…cómo no llorar?

 

Con el correr del tiempo se fueron desvaneciendo hasta perderse, actitudes y cualidades engalanadoras de los especímenes que ocuparon el espacio parcelado para acoger a los descendientes del alelado Adán y la pizpereta Eva. La honradez, un día amaneció completamente desvencijada, descompuesta, tanto, que ya nadie la reconocía; aquello de la fidelidad, le fueron cambiando de nombre y alegremente la llaman bobada; ¿Amistad? Ya no existe. Ahora es el fajo de billetes en el bolsillo, la chequera o el escalón social el que es “respetado”. La felicidad sincera, es un espejismo que atraviesa la mente haciendo ver una realidad inexistente; de un momento a otro se desprendió el alud del existencialismo, tapando todo aquello que antes era delicadas virtudes. Los cambios en la sociedad se iban haciendo visibles, primero en las grandes urbes, hasta irlos observando la forma atrevida en que trepaban a los riscos, murallas que guardaban la dignidad del campesino, que fue doblegándose pasivamente al sibaritismo, hasta el punto de renegar del surco, el arado, la parcela, el chiquero de los marranos; el gallinero y la recogida de los huevos, ya era tormento la búsqueda de la leña para el fogón de tres piedras y el Ángelus vespertino le dio paso a la aspiración de efluvios engañosos de bienestar irreal que al ir despertando, sé es ya un guiñapo, al que las miradas se pasean sin detenerse, dejando ver el signo del terror y miedo. El fin de la estirpe que llenó de gloria las gestas de la arriería y el abandono de la recua de mulas, hizo que el arriero solo perduraría en libros de lomos gastados en repisas desvencijadas de un corazón envejecido.

 

Mucho antes de que el llanto empiece a brotar y el espeso de las lágrimas nublen la mente, se debe ir entregando de aquel pasado en el villorrio de la virgen de La Asunción, acaecimientos del cuotidiano vivir, en los que se entremezclan alegrías desbordantes o penalidades, que son como los dos caminos transitables de la humanidad. El teatro Gloria, era ese sitio perfecto para que una sociedad pasiva, calmada y sin muchos lugares de esparcimiento, lo tomara como la zona de salvamento, a pesar de que las bancas estaban hechas más bien para incomodar que para dar descanso; las películas venían muy maltratadas y constantemente se reventaban, momento aprovechado por la chusma de los fogoneros para insultar a Horacio el cabezón con gritos ensordecedores, para calmar el instante se prendían las luces, acto que calmaba el ambiente. Aquella noche se había ido a ver: Yo maté a Rosita Alvírez, con Luis Aguilar, ese día la cámara pasó la cinta sin ningún tropiezo. Para llegar al hogar, debía pasar el hermoso puente de Imusa, la casa finca de mama Luisa y la bendita entrada al cementerio; en la parte alta del camino sinuoso, torcido y desigual, en la oscuridad atravesada por uno que otro cocuyo empezó a ver un bulto negro, el golpe sordo de una campana y una voz gutural llenándolo de pánico; volteo la cara al lado contrario de la aparición “fantasmal” corrió como un gamo dejando atrás la entrada a la Azulita, el puente de las Sinarinas, entró al hogar…al día siguiente supo que un señor había comenzado la devoción paisa del animero. ¡Esos sí son espantos! 


Alberto.   

 


 

viernes, 18 de noviembre de 2022

DESHOJANDO ALMANAQUES


DESHOJANDO ALMANAQUES

 

En los últimos tiempos se ha estado como a la espera de aquella carta, en la que entre líneas han de venir fragantes noticias allende de los mares, sin que las gaviotas estropeen su curso; es una carta ficticia, creada por la mente, en la que atraviesa el oscuro túnel del tiempo, para que renueve el ayer vivido, al hoy, añorando ver con claridad estampas escritas en mármol en el lindero florecido de épocas eco distantes. Cuando llega el oscuro fantasma del “cartero”, es a horas impropias, como aquella de llegar a media noche en medio de la oscuridad de la alcoba o a la modorra del mediodía cuando se escucha el taconear de la gente sobre el pavimento humeante; sin negar, se siente una felicidad de muchacho cagao hasta la crin. Se abre el pliego de ese ayer y van apareciendo ilustraciones, estampas y grabados desde los pantalones cortos con los bolsillos que estaban llenos de bolas roñosas, el trompo y la pita, la cauchera de cuatro ramales con la horqueta tallada con la efigie de mujer voluptuosa, hasta con roto incorporado para tocarse el “pipí”; así mismo, surge por entre gobelinos perfumados, el hogar paterno con sus costumbres, patios florecidos, bendiciones, regaños, ronronear de gato y ladridos, una mixtura soberbia de encantos quizás irrepetibles en el lapso que queda por recorrer. En esa esquela perfumada por el espacio, no puede faltar en el guion, los efugios de amores rechazados por la suegra con infinita crueldad, son todo aquello, la parafernalia que va endureciendo la personalidad para enfrentar en el futuro al monstruo de la realidad.

 

Al seguir avanzando en la lectura, llega el instante fatídico de otra tragedia casi en el mismo punto del de la escuela de niña, en el lugar de Cuatro Esquinas un poco más abajo de la cantina de “Molé”; un señor se subió a hacer un arreglo en un techo y por un descuido tocó las primarias de la energía y murió electrocutado, no deja de ser algo curioso, en tan corta zona, dos desdichas. En la epístola del tiempo con aquella hermosa caligrafía de la añoranza, aparen la alegría ingenua de saltar polines de la carrilera, unas veces para ir hasta Girardota y las más, para ir a Bello a ver cine en el teatro Rosalía o al Bello; cuando existía cansancio, se caminaba estableciendo equilibrio sobre el riel, aquellas paralelas aceitadas serían como todo un psicólogo para las generaciones actuales. Avanzando en la lectura de esa “carta” artificiosa, aparecen los juegos infantiles desarrolladores de la mente, espíritu y cuerpo, las niñas jugando: al lazo, con muñecas de trapo muñequero a las mamacitas, también la golosa y los niños, pirinola, botellón, pelota envenenada y con carritos en madera rústica, recogiendo arena de las construcciones, que, a la vez, amontonaba en las uñas las minúsculas niguas culpables de incitante rasquiña y dolorosas pelas.


Alberto.