MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 28 de agosto de 2013

FAMILIA COMPLETA.

A la espera del futuro.

Los hilos de la amistad, son más fuertes que las cadenas del odio. (AMV)

Cuando se recibe el Don de Dios, de llegar a bello hogar, es la dicha más grande. Desde que se abren los ojos, ya se está disfrutando de placidez y encanto. La mirada se encuentra con un bello rostro de mujer engalanada de ternura que con mimos te alimenta y en cada gota, te traspasa amor, delicadeza y sentimientos altruistas que serán la coraza en el transcurrir del porvenir. Los requiebros engalanados de besos, son el inicio de una personalidad sensible, que dará sus frutos dulces con el transcurrir del tiempo. Sentirse acomodado en los fuertes brazos de un padre responsable, es estar mecido en la cuna de los ancestros, abrigado por la hidalguía y sostenido por el honor. ¡Bello inicio de una vida!
En el hogar se van aprendiendo las normas, que te trazan una alameda de respeto para los semejantes, sin preguntar el estrato social, menos el color de la piel. Se aprende a dar a quien toca la puerta y mandarlo a entrar y sentarlo a la mesa frente a un plato humeante, entre charla y anécdotas de dos mundos diferentes, que tendrán un fin igual. Partida de abrazo amigable con un costal que lleva, cantidades mínimas de fraternidad a un hogar que espera el regreso, de quien partió sin rumbo fijo, con las manos vacías, dejando atrás una familia que duda de la caridad. En ese lago tranquilo, se infunde respeto por la ancianidad. Se enseña, que ellos, con fuerza motriz, crearon de lo que ahora se disfruta; que los caminos se abrieron a golpes de hacha y de tanto recorrer los mismos senderos con las recuas de mulas. Que los pueblos surgieron al amparo de los descansos de la fatigosa jornada. Que la música brotó en el cascabel de las aguas de la quebrada, que cruza la infinita montaña bajo el verdor de árboles, plantaciones de café y rezos de Ángelus. Que los amores estaban guardados en la secreta del carriel, en la foto y carta de la morena de trenzas, que espera el regreso allá detrás de la montaña con la paciencia de una santa. Se inculcó, que un anciano, es la estampa venerable del abolengo.


Cuando el pasado se derrumba.
Ese sagrario engalanado de bifloras, palmas, helechos, margaritas, anturios y rosas rojas; se vuelve la guía de toda una vida. Antes de cometer un error, se piensa en aquello dos seres que imprimieron con el ejemplo, una cartilla de respeto y honorabilidad. Todo impulso en dirección a la bajeza, cae de rodillas ante la férrea enseñanza de hacer el bien. Nada, ni nadie, pueden derrumbar el pedestal construido en el interior del cerebro matizado con frases de amor.


miércoles, 21 de agosto de 2013

UNA VISIÓN INGRATA.

Cosas antiguas.
“Ser libre es prescindir de ciertas culpas” (Eduardo Mignogna).

Los pueblos son construidos alrededor del parque principal. Toda la actividad es manejada desde allí. Quizás por ello, el lugar es bellamente arborizado, trazado en forma de figuras geométricas con jardines; no puede faltar la fontana, adornada con patos que desde sus picos arrojan chorros de agua, que cuando la brisa hace aparición, indiscriminadamente, pequeñas gotas, refrescan a todo aquel transeúnte que cruza. El comercio se hace presente, donando bancas en que el eslogan hace la publicidad y dan el descanso para ancianos, jóvenes buscadores de amores y familias enteras en busca de solaz. Allí, las estatuas de próceres o de algún político, que hizo más mal que bien. No puede faltar, el monumento a la madre, como una manifestación al apego que por esta figura, siente el pueblo por el matriarcado, forma de cultura paisa. La iglesia, casa cural, alcaldía y comercio, están a la mano en el entorno, es por eso, que siempre se ha de ver personas circulando y punto de encuentro de habitantes.
Horas enteras se pasaban fraternalmente entre amigos. En una de esas bancas la tertulia se extendía hasta prolongada la noche. Brotaban los chascarrillos, palabras ingenuas, cuentos picantes acogidos por estruendosas carcajadas, imitaciones de personajes del pueblo. El licor, estaba de compañero en las noches de los viernes. Risas y hasta cantos, llenaba la placidez del refugio en que el pueblo conoció su nacimiento y nosotros, los mejores momentos de nuestras vidas de juventud de la que creíamos jamás saldríamos y nuestros cabellos serían sin hilos de plata. Muchos años, nos alejan inclementemente y hasta con sevicia, de esas horas, de eso bellos días y aquellas noches apacibles. Cualquier día se regresa, con el cansancio que dan los años, hacer un recorrido por los lugares y la sorpresa de nada encontrar en pie, hace saltar las lágrimas. La mirada explorativa se tropieza con borrones de lo que fue el ayer; el oído no escucha salir de los cafetines la música campesina.
Cultivo casero.
 Se le ha dado paso a los acordes extranjeros. El pueblo es un remedo de barrio de metrópolis, ha perdido todo su sabor y encanto.
Los ocupantes asiduos en las eras simétricas y ajardinadas duermen la borrachera, grupos de alcohólicos, que sólo esperan la muerte para descansar de tan cruenta enfermedad. Ha, la mirada se posa en un cuerpo pesado; esa cara es inolvidable, a pesar de las tallas infames que endurecen el rostro. ¡Es aquel amigo de los mejores años! Esquiva la mirada y serpenteando se aleja, eludiendo su presencia. Entre su dolor, queda flotando el nombre de quien fuera un elegante compañero, admiración de damas y hoy señalamiento de la insensibilidad.   

miércoles, 14 de agosto de 2013

EL ENTIERRO DEL PASADO.

La ciudad vista desde la cordillera.

Lo que entra con la faja, entra con la mortaja (Refranes antioqueños)
No es raro oír decir: “Todo tiempo pasado fue mejor”; el dicho éste, brota constantemente en boca de ancianos, que ven con dolor, como sus costumbres, van desapareciendo, con la llegada de una época nueva, que inclemente desarraiga el prototipo del pasado, pasando por encima del comportamiento habitual. En la invasión caen exterminadas, las formas sencillas de vida, la utilización idiomática, los secretos de alcoba, respeto por la palabra de los padres, la admiración por la delicadeza de la mujer, el valor infinito de darle vida a un nuevo ser. Ver caer a pedazos la estructura familiar, núcleo único de la armonía mundial, es para decir: sí, todo tiempo pasado fue mejor. La tecnología no abre el entendimiento, lo adormece y ambos se quedan sin saber. Nadie entiende del dolor ajeno y menos hacerlo como propio. Es la época del “Yoísmo”, fuera de mí, nadie.
Nadie quiere emular al abuelo, pero en cambio sí, a los actores del celuloide o las estrellas del disco, las niñas son los juguetes en manos de madres que las quieres hacer modelos y las sobre pasen en los divorcios y en los escándalos sexuales. Nadie desea  caminar por los senderos de la honestidad; la rectitud no está escrita en el nuevo modelo de vida, la psicología le dijo que son libre como el viento, hasta llegar a ser huracanes de destrucción; los que aún vivimos para ver el lastimoso estado, exclamamos: ¡Siquiera se murieron los abuelos!
Las mujeres del pasado, no estaban engalanadas de artísticos diplomas, no eran cabeza de multinacionales y no asistían a bailes en lujosos hoteles, en que entre la cadencia se mueve la economía o desfila las ostentosas caderas al abrigo de exuberantes pechos siliconados, muestra artística, le las manos creadoras de cirujanos plásticos, que como sanguijuelas explotan la vanidad y se comen a grandes mordiscos el deteriorado capital familiar. Ellas…eran así: sencillas. Cumplían con el mandato de ser fieles, dignas y responsables, sin ningún vulgar artilugio para ser felices. Cantaban y oraban.

La ciudad vista desde Media Luna carretera a Ríonegro.
No se es, retrógrado, ni enfermizo dinosaurio, menos cavernícola reconcentrado, pero no se puede evitar, sentir nostalgia ver la forma irracional en que se mueren las costumbres sanas, las paz hogareña, la fidelidad, la honradez en que la palabra eran más importante que una firma o sello de notaría, que los padres estaban dedicados a sus hijos, administrándoles sorbos diariamente de nobleza, antes que desfilar como pavos reales ostentando cuerpos irreales, demostrando poder económico tan falso como la pureza de los instintos que los mueve, sólo a ser figurines viejos ante una caterva de aduladores mediocres y enfermizos. 


miércoles, 7 de agosto de 2013

NO ES FÁCIL OLVIDAR.

Familia unida ante comida típica antioqueña.
Al tuerto cojo, ábrale el ojo. (Refranes antioqueños)
Se pasa una vida entera sin que un pequeño instante, se evapore en el vulgar e ingrato olvido. Por insignificante que ese momento sea, queda enmarcado con letras indelebles acuñadas al corazón. Eso ha pasado con aquellos cucuruchos en que se empacaba el ‘cofio’ o el ‘minisicuí’ que vendían en algunas tiendas a los niños que llegaban en estampida, para ser los primeros en ser despachados. Estos goces infantiles partieron sin dejar rastro, al igual que lo han hecho el respeto por los padres, el juego de canicas, los trompos, el salto de la cuerda y tantas cosas sencillas, que mantenían ocupadas las mentes de los infantes.
En el recuerdo anda dando tumbos, el día que se quiso hacerle competencia a aquellos envoltorios. La tía Virgelina, quien para aquellos tiempos prestaba sus servicios como trabajadora a un laboratorio de la ciudad de Medellín, llevaba en grandes cantidades un polvo efervescente que a la vez que era bueno en caso de llenura estomacal, servía cómo laxante. El caso es, que echaba por iguales partes, la Sal de Frutas y azúcar. Al saborearlo era agradable al paladar. Manos a la obra. Con hojas de cuaderno hacía los cucuruchos y con una cuchara, llenaba hasta cierto punto; en la maleta empacaba el producto y en los recreos vendía hasta quedar agotada la existencia. Jamás preguntó a sus furtivos clientes, si aquel experimento les había hecho daño o los hizo entrar más de una vez al inodoro. No fueron mucho las ganancias, pero sirvieron para comprar golosinas, uno que otro trompo Canuto y muchas bolas que paraban en la bolsa que la mamá confeccionaba con amor, para el hijo menor, que el padre con algo de humor llamaba: “El Limpia Piedra”.
La incipiente ‘empresa’, duró lo que dura una flor. El próximo año pasaría al Instituto San Luis y si la seguía allí, nada raro que se ganara una golpiza, los condiscípulos eran barbados, con bigote y no se dejarían engañar de un ‘culicagao’ recién llegado o lo peor, el cura rector, no era un San Francisco de Asís, todos le temían por la drasticidad que rayaba en la dictadura y si lo llegara a detectar en el engaño, lo mataba.   
Paisaje en Santa Elena Antioquia.
Sintió el dolor natural al abandonar lo que le brindaba la oportunidad de hacer sus compras, sin tener que pedirle dinero al papá, que le hacía mil preguntas en que se lo iba a gastar, pero era mejor no tener nada a recibir una golpiza de los condiscípulos por sentirse engañados al ver que el producto después de ser engullido, les soltaba el estómago y constantemente tenían que pedirle permiso al maestro de turno, para ir al ‘cuartico’, no sin antes echarle una mirada agresiva al inventor de aquel laxante endulzado con azúcar. La afortunada decisión le permitió continuar con vida y llegar al siglo XXI.