MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

viernes, 16 de junio de 2023

REMOLINOS DE ENSUEÑOS


Existieron noches anheladas con suma expectativa en el villorrio; eran aquellas en que desde un tiempo atrás, se hacía la publicidad de la llegada de algún cantante, dueto, trio, humorista o grupo de danzas a presentarse en el triste desaparecido Teatro Gloria. Entre muchos, llegan a la memoria, Montecristo, Obdulio y Julián, Julio Martel, Ortiz Tirado, el “pequeño gigante” ecuatoriano Olimpo Cárdenas, Andrés Falgas, el mago Gustavo Lorgia y otro tanto más que tenían el poder de movilizar el conglomerado apático[C1] , indiferente y frío. Las señoras encopetadas con sobreros de redecillas que tapaban sensualmente el rostro, guantes de cabritilla, vestidos a la moda extraído de alguna revista colocada en casa de la modista, las pipiolas pizperetas con collares, ropa fresca y zapatos a medio tacón, los señores sin mucho cambio, los más encopetados con el cachaco de Everfit o Valher, camisa almidonada con mancuernas, corbata negra, anillo en un dedo de la mano izquierda y zapatos bien embetunados, mientras esperaban el turno para llegar a la pequeña taquilla, un cigarrillo Pielroja, la compra de una caja de chicles o un confite anisado, al niño vendedor de vituallas; todo transcurría en completo orden y armonía, pero una bullaranga la interrumpía como cuando se cae un hermoso jarrón pretérito desde la vieja mesa de centro al volverse pedazos ¡Estupor! Hacían su aparición los ayudantes de carros, llamados fogoneros. Fueron peor que las 7 plagas de Egipto.

 

Pero no por los desafueros de aquel grupo de desadaptados se interrumpía el espectáculo, pero sí, sé dejó mala impresión de quienes nos visitaron. Aquel lugar era punto de encuentro único, de las familias, cuando no eran las películas de temas sagrados en tiempo se semana santa, llegaban a ser tantas que se agotaban las entradas con las del consagrado comediante Cantinflas; ese lugar tan central fue icono de socialización del vecindario citadino, cuando aún no soñaba con ser metrópolis o urbe con sus desarraigos insanos, desafueros sexuales y lo peor, la soledad y el miedo. Ya el portón y contra portón están cerrados, los hermosos patios no dejan ver su jardín florecido, ni el perro y el gato dormitan en las amplias ventanas. Es triste ver el Gloria en otros usos y no con aquel parlante dejando escapar música romántica o la voz invitando a la función en matiné, vespertina y noche, menos la presentación de un artista de calidad. Muchas voces seguro han hecho su reclamo para que reviva y tantas desoídas, pues sigue en salas de primeros auxilios. La cultura reclama ese espacio para atraer las juventudes y no se pierdan en la borrasca de los efugios que brindan los espirales en humo de mentirosas felicidades inexistentes. Se hace tarde revivirlo, es obligación de padres de familia, entes gubernamentales, clero, en una palabra, la sociedad entera. Nace otra pregunta: ¿En dónde está la emisora, ¿quién la enterró, no les hace falta?  Revivamos del pasado todo aquello qué sobresalió en su época y anudémoslo a lo bueno del hoy.   


Alberto.   

 


 [C1]


 

lunes, 15 de mayo de 2023

Y...LE RESULTÓ CONTRAPESO

 



 

Siempre que se hable del Sitio habrá que mentar el teatro, pues fuera de sentarse en las bancas de parque, aplastar los glúteos en el kiosco, jugar un chico de billar, emborracharse hasta los testículos o por si las moscas, ver un partido de fútbol en la cancha Camilo Torres, no había más que entretenerse, de vez en cuando ocurría algo diferente, que la chiquillada celebraba a reventar. Algunas empresas de cosméticos, dentífricos o de jabones enviaban en son de publicidad, carros adaptados para presentar películas en 35 mm, pero primero recorrían el pueblo con el parlante a todo volumen invitando a comprar su producto y matizando la retahíla con música bailable o aquellos boleros de los Panchos que arrancaban suspiros a las damas; pero no iban solos, detrás corrían los niños que acababan de salir de la escuela, pues algún souvenir les lanzaba y aquello los hacía feliz. El telón para aquellas películas era la pared de antigua casa Consistorial y las sillas era el tibio pavimento en que se acomodaban familias enteras disfrutando del séptimo arte al amparo de la frescura de la noche, el volar de intrépidos murciélagos y titilantes cocuyos, claro, ahí también se hacían sentir los fogoneros. Guillermo Toro con su vara conectaba la cuchilla para volver iluminar el espacio cuando aparecía el melancólico fin; traído por la brisa, desde el Café Pilsen, las voces de Margarita Cueto y Juan Arbizu incrustadas en el disco de 45 R.M manifestaban que la vida cuotidiana continuaba y así mismo lo hacía entender el tañido de la sonoridad de las campanas del reloj cuando daban las 9 de la noche, hora en que los hogares de la histórica población, volvía a su rutina. Un buen día, empezó a rodar la bola de que en la majestuosa residencia de los Tobón Roldán que quedaba unos metros antes de llegar a la cantina de Tito Montoya, esa noche se presentaría cine y… ¡Tome! A pedirle platica al papá para poder entrar. Darío Tobón, uno más de la cofradía de aquella aquilatada familia le dio por hacerle competencia al teatro Gloria.

 

Aquella casona, era una de tantas de los castillos de los nuestros en que se levantaban numerosas familias, en donde no podía faltar el solar arborizado con árboles de naranjas, mandarinas, guayabos, mangos y que muchos hacían sus eras de pan coger. En la entrada estaba un portón tallado, seguido de amplio zaguán que se topaba con un contra portón que al abrirlo los ojos se tropezaban con un enorme patio empedrado sembrado de bifloras florecidas, techo sostenido por gruesos pilares en que flores de conservadoras, “novios” y margaritas daban mayor colorido a aquellos amplios corredores enladrillados que recordaban la majestuosidad y señorío de un tiempo en que la sencillez era decoro; pues bien, en el contra portón estaba elegantemente vestido y con su sombrero gardeliano Darío, cobrando la entrada a cuanto mucharejo le dieron los centavos para la entrada, así mismo, señoronas encopetadas con sus fieles esposos que no querían dejar pasar la oportunidad de ver la película, cambiar la rutina y porque no, echarle un miradita aquella mansión. Tenía aquel disfrute la particularidad de ser el portero, el mismo maquinista reproductor de la cinta, la frescura del ambiente, de vez en cuando el airecillo llegaba impregnado de olor a sancocho, la paz absoluta de la familiaridad entre vecinos y sobre todo, esa gran dicha de no tener entre los asistentes, la plaga de los fogoneros. Fue la fragante época, en que todos se conocían, se respetaba los mayores, se compartía la dicha y hasta el dolor se llevaba entre todos para alivianarlo. 


Alberto.        

 


domingo, 7 de mayo de 2023

AQUELLAS CANCHAS


Era dicho popular de llamar la Escuela Urbana de Varones, así simplemente: Escuela de don Jesús. Pues bien. Ahí en ese castillo de las primeras letras, en las aulas, se iba formando un murmullo entre temeroso, todos esperaban que al rector se le conmoviera el corazón y dijera: Mañana iremos a caminada; aquello constaba de la ida de todos los educandos a media tarde de asuetos a la cancha de la Pedrera o de Encarnación Mora como también se le conocía. Esa fue la primera cancha de futbol que existió; como era bordeada por el río Aburrá cuando éste se crecía dejaba un sedimento de arenilla que cubría el césped, allí jugaban el Antonio Nariño y el Imusa, se usaba jugar de boina y la admiración de la chiquillería y el común de las gentes era Gustavo “galleto “porque era el que más elevaba el balón. Aquel encanto de distracción fue pedido por su dueño Manolo Sierra y se quedaron allá la frescura de los búcaros con sus enormes iguanas, las ramas de pringamoza y los muletos para amansar. En el barrio de la Asunción de propiedad de la fábrica Imusa quedaba un lote a orillas del río, lo cedió a la administración, la comunidad deportiva en convites lo adecuaron y volvió con todo su esplendor el futbol; las manos de don Francisco Meneses a la margen del caudaloso afluente la embelleció de rectilíneos sauces en que descargaban las aves sus trinos y para confort de los asistentes se hicieron graderías en madera tratada, faltaba el espectáculo mayor ¡Futbol nocturno! Alfonso Carbajal instaló luminarias alrededor del campo elaboradas en la empresa de la familia Hernández. Inauguración con reina, la señorita Oliva Gómez y el partidazo de fondo entre Fabricato y el Deportes Copacabana.

 

Todo marchaba de las mil maravillas, la gente feliz colmaba las graderías, en los partidos nocturnos las familias se solazaban, divertían y alegraban siguiendo las piruetas de los 22 jugadores cuando el balompié era una distracción y no, un problema matemático. No podía durar tanta belleza, llegó a la población un burgomaestre recalcitrante, energúmeno y estúpido que acabó con todo: “Qué acabaran con tanta alcahuetería. Que era una estupidez 22 hombres en calzoncillos detrás de una pelota.” Y dicho y hecho, destruyeron las luminarias (se cree que era la primera cancha iluminada del país) y el abandono terminó con las graderías. Se siguió jugando por mucho tiempo hasta la fábrica dueña del terreno, lo pidió para seguir construyendo casas para sus trabajadores. Por un tiempo se jugaba en canchas prestadas, fue cuando don Yayo Medina cedió un terreno entre el Chuscal y el Tablazo que se adecuó para jugar, pero la lejanía creo conflictos en los equipos visitantes y también en los comarcanos hinchas del pueblo, fue allí, que nace la cancha en frente de don Ramón Tobón (Calabazo); el tradicional Deportes Copacabana con su uniforme rojo y blanco se diluyó y apareció con una juventud avasalladora el juventus, once muchachos que dejaron huella, por su técnica depurada. Cuando ésta, también desapareció para darle cabida a más viviendas en el barrio la Asunción, aparecieron las Unidades Deportivas para darle la estabilidad a las actividades atléticas en el poblado, sin que los luchadores de antaño por sacar adelante el deporte, vieran que sus anhelos han llegado a la cumbre.


Alberto.


 

jueves, 20 de abril de 2023

ERA FELICIDAD




 

Aquella niñez y hasta muy entrada la pubertad, era dinámica, casi, de fortaleza extrema. El Sitio de la Tasajera, permanecía en un estado bucólico, pastoril e idílico que hacía posible desfogar la intrepidez de los párvulos; rodeaban largas extensiones de mangas el caserío del centro del pueblo, con aquel toque verde que daba frescura e invitaba a la chiquillería al disfrute y a la creación de amistades desde que comenzaban a escoger los jugadores de partidos interminables, con aquel pico-monto o al apostar carrera al que llegara primero donde estaba la vaca estrellita mascando la hierba, semidormida, pasando el alimento de uno en uno los cuatro estómagos, más aún, en las caudalosas aguas de la quebrada Piedras Blancas en charco Verde, Charco Piedras o cualquiera otro construido por los críos en el largo trayecto desde la montaña, hasta la desembocadura en el río Aburrá. El baño escogido después de trepar por las riberas desde la entrada desde el puente de Imusa, se prestaba inmediatamente a las zambullidas, en el juego de la “Chucha” por entre piedras, zarzos, tuneros, plastas de boñiga, hasta que comenzaba la desbandada al oír: Tapada y me salgo sin ella; otros menos intrépidos, apostaban al que más durara dentro del agua, mientras aquellos, dormitaban encima de una roca al calor del sol ardiente del medio día a la vez, que secaban los calzoncillos cuando no llevaban la prenda indicada. Los alrededores estaban cercados por cultivos de caña de azúcar que arrancaban, pelaba y devoraban con la destreza de un conejo. No faltaba merodeando los charcos a dos personajes, eran “Magín” y Come Tierra, el uno observando sin malicia los juegos y el otro, encuevado buscando oro en las orillas.   

 

Muchos de los juegos eran inventados por la imaginación y otro tanto por la tradición. En las empresas botaban unas canecas grandes de cartón en que venían las materias primas, que unos anillos metálicos daban consistencia, de esos, se sacaban el aro para hacer nuestros “carros” dándoles velocidad impulsados por un gancho que asimismo le daba el rumbo; orgullosamente salíamos a hacer los mandados haciendo piruetas con ellos. Cuando aún se era escuelero en aquel refugio hermoso de la escuela de niños, se creó la costumbre de llegar a las carreras hasta la inmensa reja de hierro qué dividía la curiosidad de los infantes, con las carteleras en que anunciaban las próximas películas. Para aquella época lejana se hicieron de moda la Wéstern o película del oeste. En las fotos aparecían con sus vestidos, sombreros, espuelas, inmensos revólveres y bellos caballos los héroes de la conquista del Oeste, John Wayne, Roy Roger, Hopalog Cassidy y Tom Mix. ¿Vamos a venir? Era la pregunta y la respuesta: ¡si mi papá me da la plata! Todos quería ser valientes cómo aquellos vaqueros, de eso nace el juego “del camán”. Se formaba un grupo grade de niños y se dividían en formas iguales; había quienes tenían pistolas de carey idénticas a las originales, pero la mayoría con cualquier palito simulaban el arma. Se desperdigaban y empezaban a buscarse y cuando se detectaba al contrario le gritaba: “Camán, no se mueva y si no hacía caso, le “disparaban.” Caiga mijo, le decía y caía”. Aquello era la delicia en un mundo sin convulsiones y de una sencillez que daba alegría y absoluta paz.  


lberto

 

 

sábado, 1 de abril de 2023

USNZAS DE UN TIEMPO





 

No había llegado el momento de alargar los pantalones, eso lo mortificaba, quería ser ya un hombre para entrar a las cantinas y echarle 5 centavos al piano, hacer carrizo sentado a la mesa en el Café Pilsen que quedaba en lo que hoy es Palacio Municipal. Eran muchas cosas que haría cuando ya se pusiera sus pantalones largos, pero mientras tanto, seguiría arrastrando el carrito de madera traído del Niño Dios el diciembre pasado, mantener el taleguito hecho por la mamá para guardar las bolas compradas en el almacén El Niño, sin faltar el trompo Canuto, que don Lalo Sierra vendía cerca de su casa. Las expediciones del granuja por las calles, el parque y aún dentro del templo, eran los escapes de la mirada vigilante de los venerables padres que no pocas veces terminaron en pelas, pues ellos querían a toda prueba sacar hombres de bien; a la verdad, en Copacabana de aquel entonces, no había manera de que el mal se apoderara de una criatura inocente, la paz se descolgaba desde las altas montañas y se irrigaba por entre las rendijas de los portones llegando hasta los solares, para ir a descansar en la silla mecedora de la abuela que ya no estaba, pero quedaba el cristo adherido a la camándula de chumbimbas y en la mente los consejos dados mientras zurcía los calcetines; lo mismo hacía el viento que venía del norte, recalcaba en el zumbido y ronroneo cuando con suavidad besaba la copa de los árboles o la esbelta palmera, lo hermoso de la armonía en los hogares. No. No había peligro. Las semanas eran como calcada la una de otra, todo acontecía con irrestricta igualdad, a la salida de los educandos en las horas de la tarde, gritería; a las doce y a las seis, la sirena de Imusa era un faro para la feligresía; las sirenas de los carros de escalera cuando llegaban; las campanas de la iglesia, llamando a misa, Hora Santa, Trisagio y el rosario vespertino, cada uno se sabía de memoria el movimiento del poblado. ¡Absoluta paz!

 

No así los domingos. Todo cambiaba, hasta la actitud de las gentes. En los rostros se veían sonrisas, en los cuerpos se acoplaba la “muda” nueva o dominguera, por las bocacalles que conectaban con los campos, aparecías las bestias con carga de pan coger, la matrona de la estirpe horqueteada de medio lado a la silla en la bestia o las gallinas en las angarillas; el movimiento en las cantinas de obreros en busca de retozo mental del laboreo, en un juego de billar, agregándole unos buenos tragos acunados por tangos tristones. En el costado nororiental en frente de las cantinas en que la música “guasca” sonaba, hí mismo, debajo de los frondosos árboles de mango, estaban con su blancura, recuerdo de una estirpe paisa, los toldos. Ya el padre Sanín había terminado la solemne misa de 9 que era la misa mayor. Las viejitas camanduleras y chismositas hacía su acostumbrada reunión, los señores prendían su tabaco o el cigarrillo. En la esquina del café Pilsen empezaba a redoblar un tambor, la gente se iba remolinando alrededor del ejecutante. Había llegado el instante del Bando. Se dice que el primer bando viene del franco ban, haciendo referencia a un edicto o sea, comunicado oficial que da alguna orden; dentro del redondel de espectadores aparecía el secretario de la alcaldía casi siempre de gruesas gafas de carey con un manojo de hojas de papel tamaño carta u en ocasiones el mismo burgomaestre era el que iba leyendo el comunicado de restricciones para las comunidades, momento que no desperdiciaba algún politiquero para darse a conocer gritando abajo las medidas u en el peor de los casos, el borrachito que salía de la cantina y con entonado acento decía: “Eso no sirve pa puta mierda.” 


Alberto.

  


 

viernes, 17 de marzo de 2023

COS Y SERES INCRUSTRADOS

 


COSAS Y SERES INCRUSTADOS

 

Al sentarse a observar el jardín, que él llama mis chamizas, buscando tranquilizar su estado ciento de veces alterado ante los aconteceres de la época, período que desvirtuó todas las leyes, normas y cánones de la actividad humana, que servían en el ayer para socializar el respeto; mirando el salto de la lagartija de una mata a otra detrás de un pequeño insecto, el brotar de un capullo de la flor, el nacimiento en la crisálida de la mariposa o ver el amor de la abeja puesto al tomar el néctar que la hermosa flor le depara o el movimiento que el airecillo efectúa sobre las hojas, van calmando el desasosiego que la incompatibilidad con el perturbante periodo le golpea el ánimo, robándole en algunas noches la paz absoluta del sueño, es ahí, que usando la reminiscencia, se traslada a la paz de la vieja Copacabana, empezando hacer extensos recorridos por veredas esquivando matorrales, quebradas, desfiladeros y hasta jauría de furiosos guardianes de sembradíos; recorre calle por calle, mira sí en algún postigo alcanza a ver un rostro conocido aunque sea desfigurado por las arrugas o el cabello blanco, ahora, de aquella que se robaba las miradas de los mancebos; busca con avidez si está abierta siquiera una de las cantinas para echarle la moneda al piano, llegar al mostrador del cantinero amigo, saludarlo con afecto y pedirle un aguardiente doble; recorrer el alrededor del parque e ir divisando los antiguos caserones, mirar si en las bancas están su grupo de amigos de aquellas tertulias sencillas, acogedoras en que los chascarrillos hacía brotar la risa; el dolor no había hecho su penosa entrada ¡Todos estaban juntos!

 

En ese estado de meditación encaminó sus pasos por la orilla de la antes caudalosa quebrada de Piedras Blancas, por entre los guayabales alcanzó a ver un hombre semidesnudo, con una totuma sobre la cabeza, aguzó la mirada vio en la mano una media cuchilla y que, con cuidado, iba haciéndose el corte en el cabello. Sí, era Pacho Sengue, quién perdió la razón de forma misteriosa después de haberse ido a la ciudad de Cali, caminaba largas distancias usando la vía del tren, era apacible y solitario. Aquella imagen le recordó viejo consejo del tío aventurero: “Cuando llegue a lugar desconocido y le brinden algo, solo recíbalo con la mano izquierda”. Se encaminó con pasos lentos pero seguros hasta el edificio que albergó por mucho tiempo la entretención de los pueblerinos, y qué él, desde que salía a las carreras de la escuela de “don Jesús”, no podía pasar derecho, no. Ahí detrás de la pesada reja estaban las carteleras con las fotos de la película del domingo en matiné, vespertina y noche ¡Claro, el inolvidable teatro Gloria! Recuerda sus dos plantas abarrotadas en días de Sema Santa con la super producción “La Pasión de Cristo”, creía escuchar sollozos de las matronas, era tanto el recogimiento, que ni los fogoneros se atrevían a romper el silencio. Por mucho tiempo fue administrado por don Ramón Fonnegra y sus hijos, Toto, uno de ellos, era el maquinista del proyector ¿Quién lo dejó morir, por qué? ¡Démosle nuevamente vida!    


Alberto.


jueves, 2 de marzo de 2023


ESPIRALES DE HUMO.

 

Se había empezado los cambios naturales de la biología, los carritos de madera con que cargaba montoncitos de arena, jalados con una pita, se fueron adormir por la indiferencia del otrora niño, al rincón de san Alejo, la cauchera quedó chilingueando en el escaparate del olvido; los juegos de esconde la correa, botellón, pelota envenenada, escondidijos, pares o nones se fueron diluyendo como las bocanadas de humo del cigarrillo al ser lanzadas al aire, dejando el fuerte olor del alquitrán; a medida que la morfología iba cambiando las cosas que hacían feliz al párvulo, se disolvían envueltas en el vaho inhumano de la omisión, los programas radiales del Capitán Silver y Chan Li Po, no se estacionó más el dial en esa frecuencia; las entradas a la panadería La Reina en busca del “rollo” o el encarcelado se terminaron aunque al pasar sentía nostalgia de saborear aquellos encantos. En las proximidades de diciembre no le despertaban ese vibrar del corazón para pedir aguinaldos a la pajita en boca, tocar y no fruncirse, hablar y no contestar; esos simples instantes dejaron de hacer presencia en el mozuelo que empezaba a dibujar un ingenuo bozo. No tenía tiempo para oír las noticias de la Voz de Antioquia por Pablo Emilio Becerra o las de la Voz de Medellín narradas por Luis García, aunque aquellos informes hablaban con 15 días de retraso de la toma del paralelo 38 en la guerra de Corea. Él, a pesar de no poder al hablar esconder su piti-gallo, quería pensar como un hombre libre.

 

Decía Federico García Lorca “No hay nada más vivo que un recuerdo”, lo corrobora el hecho de tocar constantemente a las puertas del alma de quién les abre los portones y ventanas para que no encuentren empalizadas que obstruyan su llegada. En un instante se vino aquel, en que tomó el camino del hogar un día despejado, brisa con olor decembrino; junto a la virgen que le daba entrada a la pendiente del sedero al morro del cementerio, echó una mirada a la casa finca de “Mama Luisa”, al grupo nuevo de casas del naciente barrio de la Asunción y empezó a trepar. Blanco signo de pureza el lugar del descanso eterno, se sentó y estiró las piernas al borde del vacío del desfiladero. Lo arropó una estasis mientras se llenaba de ensueños. Lanzaba la mirada hasta donde el cielo se besa con la montaña allá al morro del ancón, en que la leyenda despertó la codicia; más acá la humareda del trapiche de los Gómez en el Cabuyal. No quería volar con la imaginación y sí, con alas propias; pasar por la vieja escuela y ver sus patios, elevadas puertas y ventanas, la fontana y los educandos en completa formación; poder tocar en elevada torre del templo los nidos de las golondrinas, pasar una y otra vez por la morada de la niña que admiraba; ver en los patios la laboriosidad de las matronas, llegar muy cerca donde nace el sonido del yunque, pasar rozando por sobre la blancura de los toldos domingueros aspirando su fragancia de autenticidad, dejando escapar un débil lamento que se vuelve grito al retornar a la realidad. Aquel recorrido quimérico pareciera tenía la intención de gravar estampas de un Copacabana que no volvería a ver, porque el poder de los años trasformaría hasta hacerla difícil de conocer. 


Alberto.