MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

jueves, 20 de abril de 2023

ERA FELICIDAD




 

Aquella niñez y hasta muy entrada la pubertad, era dinámica, casi, de fortaleza extrema. El Sitio de la Tasajera, permanecía en un estado bucólico, pastoril e idílico que hacía posible desfogar la intrepidez de los párvulos; rodeaban largas extensiones de mangas el caserío del centro del pueblo, con aquel toque verde que daba frescura e invitaba a la chiquillería al disfrute y a la creación de amistades desde que comenzaban a escoger los jugadores de partidos interminables, con aquel pico-monto o al apostar carrera al que llegara primero donde estaba la vaca estrellita mascando la hierba, semidormida, pasando el alimento de uno en uno los cuatro estómagos, más aún, en las caudalosas aguas de la quebrada Piedras Blancas en charco Verde, Charco Piedras o cualquiera otro construido por los críos en el largo trayecto desde la montaña, hasta la desembocadura en el río Aburrá. El baño escogido después de trepar por las riberas desde la entrada desde el puente de Imusa, se prestaba inmediatamente a las zambullidas, en el juego de la “Chucha” por entre piedras, zarzos, tuneros, plastas de boñiga, hasta que comenzaba la desbandada al oír: Tapada y me salgo sin ella; otros menos intrépidos, apostaban al que más durara dentro del agua, mientras aquellos, dormitaban encima de una roca al calor del sol ardiente del medio día a la vez, que secaban los calzoncillos cuando no llevaban la prenda indicada. Los alrededores estaban cercados por cultivos de caña de azúcar que arrancaban, pelaba y devoraban con la destreza de un conejo. No faltaba merodeando los charcos a dos personajes, eran “Magín” y Come Tierra, el uno observando sin malicia los juegos y el otro, encuevado buscando oro en las orillas.   

 

Muchos de los juegos eran inventados por la imaginación y otro tanto por la tradición. En las empresas botaban unas canecas grandes de cartón en que venían las materias primas, que unos anillos metálicos daban consistencia, de esos, se sacaban el aro para hacer nuestros “carros” dándoles velocidad impulsados por un gancho que asimismo le daba el rumbo; orgullosamente salíamos a hacer los mandados haciendo piruetas con ellos. Cuando aún se era escuelero en aquel refugio hermoso de la escuela de niños, se creó la costumbre de llegar a las carreras hasta la inmensa reja de hierro qué dividía la curiosidad de los infantes, con las carteleras en que anunciaban las próximas películas. Para aquella época lejana se hicieron de moda la Wéstern o película del oeste. En las fotos aparecían con sus vestidos, sombreros, espuelas, inmensos revólveres y bellos caballos los héroes de la conquista del Oeste, John Wayne, Roy Roger, Hopalog Cassidy y Tom Mix. ¿Vamos a venir? Era la pregunta y la respuesta: ¡si mi papá me da la plata! Todos quería ser valientes cómo aquellos vaqueros, de eso nace el juego “del camán”. Se formaba un grupo grade de niños y se dividían en formas iguales; había quienes tenían pistolas de carey idénticas a las originales, pero la mayoría con cualquier palito simulaban el arma. Se desperdigaban y empezaban a buscarse y cuando se detectaba al contrario le gritaba: “Camán, no se mueva y si no hacía caso, le “disparaban.” Caiga mijo, le decía y caía”. Aquello era la delicia en un mundo sin convulsiones y de una sencillez que daba alegría y absoluta paz.  


lberto

 

 

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