MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 30 de mayo de 2012

BOMBEROS, UNA TRADICIÓN.

"Prefiero ser un Sócrates dubitativo, a un cerdo satisfecho" (Martín Heidegger).

No era raro que los días domingos, se viera pasar por las eras del parque, caminando las calles, saliendo de la iglesia, a la entrada del teatro, o sentados en alguna de las cantinas, a honbres, con el uniforme kaki que distinguía a los bomberos de Medellín, ciudad capital del departamento de Antioquia. Una institución engalanada de méritos por el coraje y arrojo de sus integrantes. Algo de ello, inspiraba a los jóvenes del Sitio de la Tasajera, uno de los nombres dado por los españoles a la actual Copacabana, para querer pertenecer a dicho cuerpo.

Por algún tiempo, desde el capitán jefe, hasta el último subordinado, pertenecían a la población. Era todo un monopolio en la altruista labor, de salvar vidas y bienes de la comunidad. Cuando estaban de asueto, engalanados con su vestimenta de trabajo, a la que le daba cierto postín el quepis, los contertulios civiles y las damas no dejaban de mirarlos con cierta admiración, lo que a ellos,  los llenaba de orgullo, que no disimulaban. Ese día, las cantinas se llenaban de ajetreo. Los tangos resonaban en las voces de Gardel, Oscar la Roca, Magaldi y Julio Martel. No podía faltar la música vieja de Margarita Cueto, Juan Arvizu o Carlos Mejía; el volumen hacía que las melodías llegaran hasta el púlpito, cuando el padre Sanín estaba reprendiendo a los feligreses por la vida disipada. Los cantineros demostraban el rostro de alegría, pues sus arcas, se verían beneficiadas, después de una semana de soledad en el pueblo.

Capitán Carlos Correa Cadavid.

Jamás creyó que llegaría a ser médico o algo parecido. Carlos Correa, vio la oportunidad de ser un pilar en la economía del hogar, enrolándose en el cuerpo de bomberos y después de ser por un tiempo voluntario, ascendió tanto, que con el correr de los años, llegó a ser su jefe y...un amigo del alma, acrecentado por el transcurrir del tiempo.



miércoles, 23 de mayo de 2012

LOS BOCHEROS DE COPACABANA.


Los Bocheros de Copacabana.

"El mundo está lleno de grandes citas, y vacío de gente que la aplique" (Blaise Pascal).

Los años van cubriendo con el manto del olvido, lo que antes fue esplendor, la alegría de muchos y que hoy nadie recuerda o si acaso, una leve evocación de personas sexagenarias que no quieren matar el pasado.

Quizás, por la época de los cincuenta, en los radios Pilco, Philips, RCA Víctor, se escuchaba en las emisoras locales, a cinco cantantes que componían el grupo de los Bocheros con melodías españolas, tales como: La Luna Enamorada, Puente de Piedra, La bien Pagá y otras mucho más, que regocijaban a familias enteras o
http://youtu.be/fvX7ZL7wihM. retumbaban en los traganíqueles de cantinas noctámbulas. De ello, nació la pasión de cinco jóvenes en la población por éste estilo de música. Miguel Cuenca, Libardo Rendón, Germán Casas, Ramón Zapata y Gabriel Díaz, se unieron y formaron Los Bocheros de Copacabana.

Todo iba bien. Las personas les fueron tomando afecto y quedaban sorprendidas con la similitud en los instrumentos y voces del novel grupo con aquellos. Pronto se granjearon la admiración ya no de propios sino, de extraños. Eran llamados de diferentes lugares del departamento para hacer presentaciones y sobre todo en la ciudad de Medellín; se estaban convirtiendo rápidamente en estrellas del espectáculo.
Padre Bernardo Montoya.
Todo hacía prever, que la agrupación estaba predestinada al triunfo. Que en las marquesinas resplandecerían sus nombres; que las fotos serían iluminadas por reflectores y la economía le sería asegurada. Pero no. De un momento a otro, todo se vino abajo. ¿Las causas? ¡Sólo ellos lo saben! Lo que sí es cierto, es que se perdió un estupendo grupo musical, que dejó honda huella en los corazones de antaño, al hacer cerrar las ventanas de las enamoradas, al dejarlas ávidas de serenatas.


miércoles, 16 de mayo de 2012

COSTUMBRES QUE HAN IDO FENECIENDO.

"El amor es un punto de acuerdo entre un hombre y una mujer que están en desacuerdo en todo lo demás" (Enrique Jardiel Ponsela)-

la era de la rapidez en que se vive actualmente, va sacando a los costalazos todo aquello que en el ayer era patrimonio de las gentes. Se enseñaba en el hogar el respeto a los ancianos y a las mujeres en embarazo. Diario se recalcaba, que se debía saludar, sin importar el estrato. Los padres y los maestros parecieran profesionales en buenos modales: modo de sentarse a la mesa, no comer con la boca abierta y menos chuparse los dedos; hacer buen uso de los cubiertos; dejar que la persona mayor se sentara primero y levantarse cuando éste lo hubiera hecho; dar gracias a Dios por habernos dado el alimento. Tantas cosas que hacía de los niños, un dechado de urbanidad. A las niñas, se les advertía la manera de sentarse bien; nada de juegos bruscos y acentuaban aquello: de no usar palabras de grueso calibre.

La distracción se la robaban los juegos del trompo, pelota envenenada, las canicas, cometas, el coclí, escondidijos, la 'chucha', esconde la correa; el mataculín, los columpios. Las niñas, se divertían con los patines, saltando la cuerda, con muñecas de trapo jugando a las mamás. Era todo sencillo, pero encantador.


Se perdió de la magia de los diciembres, algunas costumbres, cómo la pedir el aguinaldo el día 16 del mes. Se levantaba apenas estaba amaneciendo, para encontrar desprevenido a la persona y se le abalanzaba como un felino a la preza gritándole: AGUINALDO o aquellas, en que se lo jugaba con el hablar y no contestar; la muy simpática de la estatua; pajita en boca, el tocar y no fruncirse etc. Eran momentos de suprema alegría, puesto que, el que perdía, siempre, daba al ganador el aguinaldo. Eran cosas sencillas las que se entregaban, pero, uno se sentía feliz. Era tan bello ser niños rodeados de toda la familia en la que no se conocía el abandono y los bebés no deseados.


miércoles, 9 de mayo de 2012

GUSTAVO PUERTA.

Atlético Municipal hoy Nacional.
"Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras no la ame" (Oscar Wilde).

El fútbol lo apasionaba y lo practicaba por allá en la época de los 40 en el Deportes Copacabana. La cancha de la Pedrera (como algún día se dijo), era un tapete arcillado, en que se veían encuentros emocionantes con los que se divertía buena parte de la población, especialmente los niños.

Era un deporte insipiente, por aquellos lados; por ello, muchos jugaban a pie limpio, entre ellos, Gustavo.
Los aficionados, que tan poco eran un dechado de virtudes en la materia, gozaban hasta rabiar, cuando nuestro hombre golpeaba el balón tirándolo a las alturas, porque era él, el que más duro le daba y no era un secreto el saber porque. Trabajaba de sol a sol en las orillas del río, sacando material de playa, ya fuera arena o cascajo para la construcción, de un pueblo que aún se hallaba en embrión. Su cuerpo, debido al trabajo extenúante y vigoroso, estaba conformado de músculos macizos, con apariencia de un gladiador mestizo, que él, no trataba de ocultar.


Se pavoneaba por las calles con la camisa desabotonada hasta el tope de la correa, para que vieran la exuberancia del pecho y era más la ostentación, cuando estaba ebrio y se salía a la puerta de la cantina botella en mano, a mirar alguna mujer que pasara por el frente.

Gustavo, tenía un defecto al hablar. Cuando le preguntaban el nombre, él, decía: "me llamo Gutavo Pueta". Con el correr de los años, las consecuencias de su trabajo, hicieron mella en la salud y se apoderó de él, un reumatismo y ya poco se veía, hasta su desaparición total de las mentes de los niños que lo vieron jugar y de la población en general, sólo quedó en el ambiente aquella carta que un día le mandó  a su madre desde Puerto Berrio, en la que le decía: "Mamá, aquí comiendo cacarita de patano a la orilla de ma".
Había confundido el río Magdalena con la inmensidad del mar.

miércoles, 2 de mayo de 2012

SIEMPRE OCUPADAS.

"El mejor matrimonio sería aquel que reuniese a una mujer ciega con un marido sordo" (Moliere).


Mientras los varones estaban ocupados trabajando en IMUSA, INDUSO u otras pequeñas empresas de la población o algunos más, en la ciudad de Medellín; las mujeres, fuera de los oficios domésticos que realizaban con devoción, se hicieron unas grandes costureras. Adquirieron por cuotas, máquinas de coser de diferentes marcas, con el objeto de colaborarle a los esposos en la economía hogareña.

Factorías textileras de la ciudad capital, vieron que allí, en aquel rincón del Valle de Aburrá, podía estar, la forma de elaboración de sus productos. Enseñaron corte y confección de ropa para trabajos duros. En poco tiempo las casas se llenaron de cortes de dril, botones, agujas e hilos. Desde lejos se escuchaba el sonar constante de una aguja impulsada por un motor, bajo la orden del pie de una de tantas mujeres que se dedicaron al oficio. En las casas todos colaboraban para poder terminar los pedidos. Hasta los más pequeños aprendieron hacer ojales y pegar botones. El padre, aunque llegaba cansado del trabajo, después de tomarse una tasa de aguadulce, ayudaba en los menesteres; acomodaba las camisas por tallas, que ya habían sido planchadas; las amarraba por docenas e iba acomodándolas en un rincón. Era un movimiento constante hasta largas horas de la noche.
¿Pero, qué era aquello, los fines de semana? Una barahúnda de padre y señor mío. Había llegado la hora de hacer la entrega. Unos corrían a ponerle cuidado al fogón donde se preparaba la comida del día, otros contaban y recontaban si en los montones, se encontraban las doce camisas, que no les fuera a faltar ojales y botones, sí sé les había pegado el bolsillo. Gracias a Dios, todo estaba bien. Al escuchar el pito del carro de 'picodioro', salían con el bulto de mercancía y ya arrumado en el vehículo, se partía para entregar y cobrar los pesos que se ganaron con el sudor honesto de toda una familia, que unida por el amor, permanecía firme.