Atlético Municipal hoy Nacional.
"Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras no la ame" (Oscar Wilde).
El fútbol lo apasionaba y lo practicaba por allá en la época de los 40 en el Deportes Copacabana. La cancha de la Pedrera (como algún día se dijo), era un tapete arcillado, en que se veían encuentros emocionantes con los que se divertía buena parte de la población, especialmente los niños.
Era un deporte insipiente, por aquellos lados; por ello, muchos jugaban a pie limpio, entre ellos, Gustavo.
Los aficionados, que tan poco eran un dechado de virtudes en la materia, gozaban hasta rabiar, cuando nuestro hombre golpeaba el balón tirándolo a las alturas, porque era él, el que más duro le daba y no era un secreto el saber porque. Trabajaba de sol a sol en las orillas del río, sacando material de playa, ya fuera arena o cascajo para la construcción, de un pueblo que aún se hallaba en embrión. Su cuerpo, debido al trabajo extenúante y vigoroso, estaba conformado de músculos macizos, con apariencia de un gladiador mestizo, que él, no trataba de ocultar.
Se pavoneaba por las calles con la camisa desabotonada hasta el tope de la correa, para que vieran la exuberancia del pecho y era más la ostentación, cuando estaba ebrio y se salía a la puerta de la cantina botella en mano, a mirar alguna mujer que pasara por el frente.
Gustavo, tenía un defecto al hablar. Cuando le preguntaban el nombre, él, decía: "me llamo Gutavo Pueta". Con el correr de los años, las consecuencias de su trabajo, hicieron mella en la salud y se apoderó de él, un reumatismo y ya poco se veía, hasta su desaparición total de las mentes de los niños que lo vieron jugar y de la población en general, sólo quedó en el ambiente aquella carta que un día le mandó a su madre desde Puerto Berrio, en la que le decía: "Mamá, aquí comiendo cacarita de patano a la orilla de ma".
Había confundido el río Magdalena con la inmensidad del mar.
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