MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

lunes, 15 de mayo de 2023

Y...LE RESULTÓ CONTRAPESO

 



 

Siempre que se hable del Sitio habrá que mentar el teatro, pues fuera de sentarse en las bancas de parque, aplastar los glúteos en el kiosco, jugar un chico de billar, emborracharse hasta los testículos o por si las moscas, ver un partido de fútbol en la cancha Camilo Torres, no había más que entretenerse, de vez en cuando ocurría algo diferente, que la chiquillada celebraba a reventar. Algunas empresas de cosméticos, dentífricos o de jabones enviaban en son de publicidad, carros adaptados para presentar películas en 35 mm, pero primero recorrían el pueblo con el parlante a todo volumen invitando a comprar su producto y matizando la retahíla con música bailable o aquellos boleros de los Panchos que arrancaban suspiros a las damas; pero no iban solos, detrás corrían los niños que acababan de salir de la escuela, pues algún souvenir les lanzaba y aquello los hacía feliz. El telón para aquellas películas era la pared de antigua casa Consistorial y las sillas era el tibio pavimento en que se acomodaban familias enteras disfrutando del séptimo arte al amparo de la frescura de la noche, el volar de intrépidos murciélagos y titilantes cocuyos, claro, ahí también se hacían sentir los fogoneros. Guillermo Toro con su vara conectaba la cuchilla para volver iluminar el espacio cuando aparecía el melancólico fin; traído por la brisa, desde el Café Pilsen, las voces de Margarita Cueto y Juan Arbizu incrustadas en el disco de 45 R.M manifestaban que la vida cuotidiana continuaba y así mismo lo hacía entender el tañido de la sonoridad de las campanas del reloj cuando daban las 9 de la noche, hora en que los hogares de la histórica población, volvía a su rutina. Un buen día, empezó a rodar la bola de que en la majestuosa residencia de los Tobón Roldán que quedaba unos metros antes de llegar a la cantina de Tito Montoya, esa noche se presentaría cine y… ¡Tome! A pedirle platica al papá para poder entrar. Darío Tobón, uno más de la cofradía de aquella aquilatada familia le dio por hacerle competencia al teatro Gloria.

 

Aquella casona, era una de tantas de los castillos de los nuestros en que se levantaban numerosas familias, en donde no podía faltar el solar arborizado con árboles de naranjas, mandarinas, guayabos, mangos y que muchos hacían sus eras de pan coger. En la entrada estaba un portón tallado, seguido de amplio zaguán que se topaba con un contra portón que al abrirlo los ojos se tropezaban con un enorme patio empedrado sembrado de bifloras florecidas, techo sostenido por gruesos pilares en que flores de conservadoras, “novios” y margaritas daban mayor colorido a aquellos amplios corredores enladrillados que recordaban la majestuosidad y señorío de un tiempo en que la sencillez era decoro; pues bien, en el contra portón estaba elegantemente vestido y con su sombrero gardeliano Darío, cobrando la entrada a cuanto mucharejo le dieron los centavos para la entrada, así mismo, señoronas encopetadas con sus fieles esposos que no querían dejar pasar la oportunidad de ver la película, cambiar la rutina y porque no, echarle un miradita aquella mansión. Tenía aquel disfrute la particularidad de ser el portero, el mismo maquinista reproductor de la cinta, la frescura del ambiente, de vez en cuando el airecillo llegaba impregnado de olor a sancocho, la paz absoluta de la familiaridad entre vecinos y sobre todo, esa gran dicha de no tener entre los asistentes, la plaga de los fogoneros. Fue la fragante época, en que todos se conocían, se respetaba los mayores, se compartía la dicha y hasta el dolor se llevaba entre todos para alivianarlo. 


Alberto.        

 


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