La ciudad vista desde la cordillera.
Lo que entra con la
faja, entra con la mortaja (Refranes antioqueños)
No es raro oír decir:
“Todo tiempo pasado fue mejor”; el dicho éste, brota constantemente en boca de
ancianos, que ven con dolor, como sus costumbres, van desapareciendo, con la
llegada de una época nueva, que inclemente desarraiga el prototipo del pasado,
pasando por encima del comportamiento habitual. En la invasión caen
exterminadas, las formas sencillas de vida, la utilización idiomática, los
secretos de alcoba, respeto por la palabra de los padres, la admiración por la
delicadeza de la mujer, el valor infinito de darle vida a un nuevo ser. Ver
caer a pedazos la estructura familiar, núcleo único de la armonía mundial, es
para decir: sí, todo tiempo pasado fue mejor. La tecnología no abre el
entendimiento, lo adormece y ambos se quedan sin saber. Nadie entiende del
dolor ajeno y menos hacerlo como propio. Es la época del “Yoísmo”, fuera de mí,
nadie.
Nadie quiere emular al
abuelo, pero en cambio sí, a los actores del celuloide o las estrellas del
disco, las niñas son los juguetes en manos de madres que las quieres hacer
modelos y las sobre pasen en los divorcios y en los escándalos sexuales. Nadie
desea caminar por los senderos de la
honestidad; la rectitud no está escrita en el nuevo modelo de vida, la
psicología le dijo que son libre como el viento, hasta llegar a ser huracanes
de destrucción; los que aún vivimos para ver el lastimoso estado, exclamamos:
¡Siquiera se murieron los abuelos!
Las mujeres del pasado,
no estaban engalanadas de artísticos diplomas, no eran cabeza de
multinacionales y no asistían a bailes en lujosos hoteles, en que entre la
cadencia se mueve la economía o desfila las ostentosas caderas al abrigo de
exuberantes pechos siliconados, muestra artística, le las manos creadoras de
cirujanos plásticos, que como sanguijuelas explotan la vanidad y se comen a
grandes mordiscos el deteriorado capital familiar. Ellas…eran así: sencillas.
Cumplían con el mandato de ser fieles, dignas y responsables, sin ningún vulgar
artilugio para ser felices. Cantaban y oraban.
La ciudad vista desde Media Luna carretera a Ríonegro.
No se es, retrógrado,
ni enfermizo dinosaurio, menos cavernícola reconcentrado, pero no se puede
evitar, sentir nostalgia ver la forma irracional en que se mueren las
costumbres sanas, las paz hogareña, la fidelidad, la honradez en que la palabra
eran más importante que una firma o sello de notaría, que los padres estaban
dedicados a sus hijos, administrándoles sorbos diariamente de nobleza, antes
que desfilar como pavos reales ostentando cuerpos irreales, demostrando poder
económico tan falso como la pureza de los instintos que los mueve, sólo a ser
figurines viejos ante una caterva de aduladores mediocres y enfermizos.
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