Cosas antiguas.
“Ser libre es
prescindir de ciertas culpas” (Eduardo Mignogna).
Los pueblos son
construidos alrededor del parque principal. Toda la actividad es manejada desde
allí. Quizás por ello, el lugar es bellamente arborizado, trazado en forma de
figuras geométricas con jardines; no puede faltar la fontana, adornada con
patos que desde sus picos arrojan chorros de agua, que cuando la brisa hace
aparición, indiscriminadamente, pequeñas gotas, refrescan a todo aquel
transeúnte que cruza. El comercio se hace presente, donando bancas en que el
eslogan hace la publicidad y dan el descanso para ancianos, jóvenes buscadores
de amores y familias enteras en busca de solaz. Allí, las estatuas de próceres
o de algún político, que hizo más mal que bien. No puede faltar, el monumento a
la madre, como una manifestación al apego que por esta figura, siente el pueblo
por el matriarcado, forma de cultura paisa. La iglesia, casa cural, alcaldía y
comercio, están a la mano en el entorno, es por eso, que siempre se ha de ver
personas circulando y punto de encuentro de habitantes.
Horas enteras se pasaban
fraternalmente entre amigos. En una de esas bancas la tertulia se extendía
hasta prolongada la noche. Brotaban los chascarrillos, palabras ingenuas,
cuentos picantes acogidos por estruendosas carcajadas, imitaciones de
personajes del pueblo. El licor, estaba de compañero en las noches de los
viernes. Risas y hasta cantos, llenaba la placidez del refugio en que el pueblo
conoció su nacimiento y nosotros, los mejores momentos de nuestras vidas de juventud
de la que creíamos jamás saldríamos y nuestros cabellos serían sin hilos de
plata. Muchos años, nos alejan inclementemente y hasta con sevicia, de esas
horas, de eso bellos días y aquellas noches apacibles. Cualquier día se
regresa, con el cansancio que dan los años, hacer un recorrido por los lugares
y la sorpresa de nada encontrar en pie, hace saltar las lágrimas. La mirada
explorativa se tropieza con borrones de lo que fue el ayer; el oído no escucha
salir de los cafetines la música campesina.
Cultivo casero.
Se le ha dado paso a los acordes extranjeros.
El pueblo es un remedo de barrio de metrópolis, ha perdido todo su sabor y
encanto.
Los ocupantes asiduos
en las eras simétricas y ajardinadas duermen la borrachera, grupos de
alcohólicos, que sólo esperan la muerte para descansar de tan cruenta
enfermedad. Ha, la mirada se posa en un cuerpo pesado; esa cara es inolvidable,
a pesar de las tallas infames que endurecen el rostro. ¡Es aquel amigo de los
mejores años! Esquiva la mirada y serpenteando se aleja, eludiendo su
presencia. Entre su dolor, queda flotando el nombre de quien fuera un elegante
compañero, admiración de damas y hoy señalamiento de la insensibilidad.
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