Juegos de ayer.
"Hay que unirse, no para estar juntos, sino para hacer algo juntos" (Juan Donoso Cortés).
El pueblito, cuna de pillerías infantiles, anhelos para el futuro, amoríos platónicos con niñas escueleras, peleas a las salida del aula, para entrar a orinar de primero; aprendizaje de normas de cultura, en hogares formados para eso. Libertad, libertad, de una época cobijada por la sencillez, las buenas costumbres, padres con autoridad, por aquello del ejemplo; empezaba a ir perdiendo su paz conventual. Las calles antes apacibles, jugadera de trompos, canicas y partidos de fútbol sin límites, se llenaron de vehículos que hicieron aparecer el peligro. Las mangas por donde se corría igual que conejos, dieron paso a lujosas viviendas. El kiosco antiguo, redondel de encuentros de amistades, de devaneos amorosos al son de boleros románticos, torneos de ajedrez en los que participaban el alcalde y el cura, un día se fue al suelo. La visión de lo que fue, sólo quedaba en el recuerdo. Al mismo ritmo, uno, se alejaba de los encantos de la infancia; los placeres, no tenían aquella capa de inocencia, pueblo y uno, marchaban al unísono al precipicio del desgaste, de la insatisfacción y el olvido. Lo peor, es que ya no existe el regreso. Personajes antes amados por el civismo, nadie los recuerda. La amnesia colectiva, los sepultó, solo quedaron sus nombres en una lápida borrosa por donde pasan miradas furtivas en amaneceres grises. Han transcurrido muchos años. La ciudad abrió sus puertas, para albergar al pueblerino; la ha caminado en toda su extensión y desde el primer día de la llegada, se ha sentido extraño. Es sólo
Tan posuda.
uno más entre tanta gente. Nadie saluda, pasan raudos igual que una exhalación que camina entre la vorágine de cemento y hierro sin importar el sentimiento, es una ficha más, que compone el juego de la supervivencia en un mundo egoísta. Su yo, su todo, sigue impregnado de pueblo añejo y querendón que un día le brindó abrigo, le llenó de amigos, le enseñó amar, a conocer el respeto y saber que el dolor también se puede compartir.
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