Mujer indígena con su bebé.
Es curiosa la manía de estar comparando en cada momento
que se presenta, la diferencia de las épocas. Claro, los que ya no nos
cocinamos, ni con tres aguas, aferrados a defender el tiempo ido y, los
muchachos de la actual generación cibernética, en que la tecnología, les borró
de un tajo, la imaginación. En el ayer, padres y maestros estaban de acuerdo en
crear en las mentes de los niños, notas de urbanidad que les formara un mañana
en que la cultura, les abriera caminos. Se saludaba al llegar y se despedía de
mano; los mayores eran respetados y se les escuchaba con devoción; las damas,
eran prenda de acatamiento, admiración, se las trataba con la delicadeza de un
pétalo, pero se hacía énfasis en aquellas que llevaban en su vientre, la
bendición de un hijo; ellas, entendían ese tributo, aceptándolo con alegría y
beneplácito. Era de regocijo salir abrir la puerta, cuando se escuchaban tres
golpes de llamado, pues se sabía que alguien culto, anunciaba su llegada. En la
calle la gente se saludaba indiscriminadamente, haciendo una pequeña
inclinación y los señores, levantando el sombrero con gracia en especial, si
aquella era una mujer. Todo anterior desapareció del contexto, aunque algunas
sobras, quedan en los pueblos, en especial en las personas de los campos, en
que la tradición se guarda en cofres lacrados de honestidad y decoro.
Mi nieto en sus grados
En el hoy, todo se hace tan rápido, que no queda tiempo para “bobadas”
según la expresión unánime de los nuevos habitantes de un mundo
tecnológicamente inhumano.
Desaparecieron las palabras bellas y románticas, se le hizo entierro de
primera a los poemas y a los poetas, se tiraron al fondo del mar a la elegancia
de los buenos modales y las damas y los caballeros se hicieron iguales para
brotar el irrespeto, asesinando de un solo tiro las delicias del amor, que
brota del corazón y no de la pasión a la que empuja el sexo.
Feliz navidad en paz, para todos aquellos que me engalanan con su lectura
y feliz año nuevo.
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