Mirto en el año 1960
“Ámame como quiere su
ambrosía en el jardín la flor; como ama de su voz la melodía festivo ruiseñor”
(Ricardo Palma)
E
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ra la bella madre la
que siempre le daba el nombre al cachorro, cuando hacía su aparición en el
hogar. El niño, estaba detrás de la preñez de la perra de los Arango. Animal
con algo de la raza Pastor Collie y padre de gran alzada cuidador de ganado.
Cuando hizo su entrada, el padre le advirtió que era un animal que no iba a
caber en la casa por el tamaño de las patas. Ya no había nada que hacer. Se
vino el bautizo. La progenitora, seguramente, empezó a leer en su mente nombres
y…de un momento a otro, dijo: se llamará Mirto. Nadie rechazó y el perro lo
aceptó de buena gana. El nombre brotó, debido a que en la radio, pasaban una radio-novela
de moda en que, la figura principal era un valiente combatiente que luchaba
contra el mal, llamado Milton el Audaz y ella, lo confundió con Mirto, pero que
importaba ya era parte de la familia. Mirto, es una forma de llamar al árbol
arrayán, que en Antioquia es apreciado y al que le han hecho homenaje en el
pentagrama musical con bellos versos.
Cada día crecía
volviéndose hermoso en su constitución, pero lo que sobresalía, era el pelaje,
sobre todo la cola; la gente cuando lo miraba, quedaba encantada; eso hacía que
cuando salían de caminada por las orillas de la quebrada el niño sentía que el
orgullo no le cabía en el cuerpo. Jugaban a las escondidas dentro del hogar con
un alboroto que perturbaba la tranquilidad, los padres disfrutaban al verlos
tan alegres y radiantes. Así pasaban las horas, los días y los años. El niño se
volvió adulto, los padres se envejecieron al igual que el can, las jornadas se
apaciguaron, todos parecían envueltos en meditación de un porvenir incógnito a
que el tiempo los iba arrimando. El amor se hacía más fuerte y los lazos se
apretaban en nudo ciego para no permitir que los cuerpos se desparramaran de
esa unión. La vida es efímera. Cuando menos se piensa, se marcha para buscar
inmortalización.
Francisco Mejía Arango
Un día, el corazón
falló al anciano padre. Del hogar se fue la batuta. Las lágrimas inundaban los
corazones y el paisaje se oscureció hasta tal punto, que Mirto debajo del
féretro, sacó desde sus ancestros del lobo, el aullido más melancólico,
llenando el espacio de un cortante y desgarrador adiós al viejo que acariciaba
en las tardes su exuberante pelaje e introducía en la boca, migajas de pan,
brindadas con amor. No aguantó por mucho tiempo la ausencia del patriarca y él,
también se marchó, para buscarlo dentro de las tinieblas.
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