MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Y SIGUIENDO CON LOS CARROS DE ESCALERA.


Foto de Internet.
Por la carretera se veía deslizarce varias veces al día un automovil de modelo muy antiguo, tal vez, de la década de los años veinte, de color azul y con biseles plateados, con capota de lona, al que todos llamábamos la "Chiva de Juan Bobo". En los días viernes, sábados y domingos, las personas encopetadas se movilizaban en la "chiva" de Juan Gómez, para no tener que viajar con tanta "revoltura" y en esas bancas tan duras, cómo decían; se cobraba un poco más, pero se iba rápido y cómodo.

Foto de Internet.
Los carros de escalera tenían unos "fogoneros o ayudantes" que eran los encargados de cobrar el pasaje, montar y descargar bultos, cajas, animales y otros enseres que los usuarios por necesidad debían transportar. Se situaban en la última banca al lado derecho y, de allí, cómo un mico, se desplazaba por la carrocería de banca en banca exigiendo el pago, con un: Oiga usted el de la izquierda, no se me haga el bobo y...déme menudita"; jamás conocí uno bueno y que no fuera grosero e irrespetuoso. Estos son algunos de ellos: "Vapor", Caballito, Pata de Lana, Ñaño, Pate Voleo, Chepo y Pata de Pinche; juntos dañaban un baile de gorilas. Los ancianos les tenían pánico, pues de ellos abusaban de todas las formas posibles; los animales les corrían cómo el diablo a la cruz, ya que si lograban caer en sus manos, sufrían toda clase de atropeyos, cómo aquel de amarrárles un tarro a la cola y haciendo estallar una papeleta, lo soltaban y el pobre animal salía a la estampida como loco con el corazón en la "mano"; gatos que cogían a piedra hasta matarlos, señoras que eran irrespetadas y a señoritas que les alzaban la bata para verles los calzones, en mi vida no he visto chuzma más peligrosa que los fogoneros de Copacabana. Cuando una persona hacía sonar el timbre, que no era otra cosa que un timbre de bicicleta que estaba cerca del conductor y de una pita que recorría todas las bancas hasta la última y que el pasajero halaba para anunciar que en aquella cuadra se bajaba, el fogonero lo instigaba para que se tirara ligero y la pobre persona se veía en calzas prietas para poner los pies en el suelo y todavía el carro sin parar, el bendito ayudante gritaba bien cómodo en su puesto: "¡Ya cayó...dále!". Con el tiempo y debido a su comportamiento, muchos de aquellos individuos llegarían a ser los conductores de los multicolores vehículos que hoy recorren por la ruta de mis recuerdos, con sus pitos, que desde lejos reconocíamos.

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