Homenaje al carretillero
Sí, en aquellos
tiempos, eran pocos los indigentes que pasaban de casa en casa, pidiendo
limosna. Sin que con ello, quiera decir, que no existieran. Claro que los
había. Pero podían contarse en los dedos de la mano. Eran conocidos por los
habitantes con sus nombres y los alias; cada uno tenía diseñado el día en que
comenzaba el peregrinaje con el costal al hombro, tocando la sensibilidad de
los corazones. Tenían mucho de cultura, pues, daban los tres golpes en la
puerta y jamás, antes de las nueve de la mañana, en que pensaban que todos
estuvieran levantados, no era la intención de importunar. Una limosnita por el
amor a Dios, brotaba de los labios entre un rostro famélico y unos ojos
llorosos penetrantes de ansiedad que conmovían al más áspero corazón. La
clemencia no se hacía esperar y cada uno iba dando de lo que tenía y no de lo
que sobrara; el acto se convertía en un movimiento callado de la sensibilidad
humana y calmante espiritual.
Sonaba el portón que se
encontraba entreabierto y Nina el ama de casa, que conocía el débil tocado de
unos artejos arrugados por el paso de los años, mostrando su mejor sonrisa,
saludaba a ‘Milianita’ que sacando fuerzas de donde ya no existían, cargaba el
talego algo más grande que ella. Conversaban igual que dos viejas amigas, le
brindaba un humeante chocolate con algo de comer y mientras lo degustaba, le
llenaba el costal con pequeñas porciones de un mercado, no sin antes agregarle
que orara en sus plegarias por toda la familia para que nunca a ellos les faltara
nada y que sus hijos siempre encontraran una mano caritativa en el trasegar de
la vida.
Imaginación de un padre
Siempre fue así. Jamás
de aquella puerta, se fue un despojado de la fortuna, sin una sonrisa o con la
bolsa vacía. Ella, nació para compartir. Grande era el corazón que habitaba
dentro de su ser. Sin manifestarlo, reprochaba la desigualdad de las clases
sociales, quisiera ver un mundo igualitario y que en la mesa de todos se
hallara el alimento ingerido de felicidad y no un mantel que sirviera de
pañuelo para enjugar las lágrimas que hacen derramar el odio y el hambre.
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