Amor todo se me va al estómago
El árbol de guayabo se
estremeció lo mismo que yo. He tenido la costumbre ancestral de madrugar, con
los primeros cantos de las aves. Aquella mañana, el cielo estaba limpio,
presagio de que el día sería canicular. De repente, las hojas trepidaron ante
el peso de algo poco común; la mirada se fue ávida hasta el lugar, apenas en el
instante en que enrollaba las alas. Eran un pájaro de color oscuro, cabeza
poderosa, pico encorvado y plumaje compacto, todo él, predispuesto para largas
jornadas. Los ojos, eran parecidos a los del águila, con la diferencia de que
éstos, tenían una rara nostalgia. Nos mirábamos extrañados. Sentía confusión y
cierto temor ante la presencia. Un sudor frío acompañado de espasmos, recorrían
por el cuerpo. No tardé en comprender, que ella (el ave), había notado mi
comportamiento y cómo en una fábula mitológica, empezó a narrar el porqué de su
presencia:
“No he venido a
perturbar la tranquilidad del hogar, sólo a descansar de un largo viaje. Vivía
en la cúspide de una montaña junto con la nieve y el cielo azul. Allí todo era
tranquilidad. La curiosidad y el deseo de conocer el anchuroso mundo me trajo a
tú país hermoso. Divisaba desde lo alto el azul de dos mares, las férreas
montañas, el verdor de las planicies y selvas procreadoras de vida. Estaba
encantada al ver tanta belleza.
En el abandono
Antes de regresar, hice
un prolongado descanso, para saborear la dulzura de las frutas, observar la
laboriosidad de sus gentes y embriagarme de verdor. Algo me indujo alzar el
vuelo repitiendo el recorrido para grabar con fidelidad la magnificencia con
que el creador, los ha recompensado. Oh que sorpresa…todo era diferente. Los
océanos estaban llenos de porquerías; una mancha negra y espesa mataba los
peces; los alcatraces, cigüeñas y gaviotas morían en las playas. En los campos
el humo no salía de las chimeneas, brotaba de los sembradíos mientras la gente
corría, las quebradas se habían convertido en arroyos de sangre y algo viscoso
mal oliente; la selva estaba talada, solo la droga florecía mientras la fauna lloraba.
No quise continuar, miré éste guayabo con algo de verdor…descendí nostálgico
desfalleciente ante tanta crueldad del hombre y aquí yaceré. Recuérdame
siempre, mi nombre es tristeza.”
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