Desechos que dan vida
Han pasado ya tantos
años, que la memoria se vuelve confusa, esquiva y por instante lapidario; da la
impresión, que pretendiera olvidar el tiempo transcurrido haciéndose la
desentendida, dando la sensación de que teme enfrentarse con la realidad
contabilizada en las manecillas del reloj y en las hojas policromas, arrancadas
del almanaque colgado de la pared; es un miedo compartido con la conciencia de
saber, que un minuto más y un papel desprendido arrojado a la basura, es uno
menos de vida. Sin pretenderlo, el desasosiego, se vuelve en una maraña
infranqueable que hiere las pisadas otrora, fuertes, anhelantes de conquistar
caminos, desgarrar velos perfumados adheridos a cuerpos exuberantes y de
alcanzar estrellas notámbulas.
Con regularidad, se
remonta al pasado, tratando de mitigar en algo el temor del inevitable final
del ciclo. Quiere tomar de la vitalidad del ayer, mendrugos que lo revitalicen,
en un desesperado intento de prolongarse, a sabiendas que la realidad le
manifiesta, que son intentos fallidos; nada ni nadie, puede detener el normal
desarrollo y extinción de lo creado. Cuando la flama de la vida empieza a
perder su brillo y se convierte en una luz mortecina, es el instante en que la
aceptación con dignidad, nos convierte en ángeles luminosos.
Es un poco tarde
Es el momento exacto de
vivir el recorrido que falta con dignidad; tomando esa etapa de debilitamiento
de las células con gallardía y altruismo, haciendo del epílogo una época
primaveral idéntica a cuando las fuerzas vitales, iniciaban la marcha llenas
fragmentos ilusionaros. Es bello el ocaso cuando el cielo se llena de arreboles
y la brisa trae perfumes desde lugares ignotos, haciendo que la noche, no sea
esperada con temores, sea más bien, la mullida presencia que brinde reposo al
cansancio del extenso recorrido y el sueño profundo amortizará los sufrimientos
y las falsas expectativas.
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