A lejos qué está el ayer
En los hogares del
común de los mortales, para las épocas pasadas, la pereza era desterrada del
carácter de los hijos, para ello, siempre se les designaba alguna
responsabilidad, manera de que aprendieran a ser útiles en el porvenir y que la
existencia no se les volviera traumática al tropezar con el primer obstáculo.
Hasta en los regalos o traídos del Niño Dios, se iniciaba la tarea. A las nenas
se les daba escobitas, pequeñas vajillas y muñecas de trapo, que les fuera
mostrando el funcionamiento de un hogar y a los varoncitos, se les despertaba
la inquietud al trabajo con equipos a escala de componentes de carpintería, mecánica
para reparar los carritos de juguete, en que pasaba horas enteras despertando
la creatividad, esa misma, les serviría para esquivar las dificultades en el
transcurso del destino; era una niñez preparatoria contra la inutilidad y la
pereza, cunas del delito y la degradación de la humanidad.
Nunca la mente de los
párvulos se dejaba inactiva. Constantemente se les estaba dando tareas, para
que el tiempo no se desperdiciara; las madres, con las hijas mujeres
enseñándoles a tender camas, barrer, ayudar a preparar los alimentos, planchar
ropa pequeña y tantas otras cosas en que un ama de casa se desempeña; la niña
ya mujer, jamás olvidaba con gratitud a la madre.
Aquí está Dios
El padre, con los hijos
varones mientras tanto, repasaba por cuanto rincón de la casa, existiera algo
que necesitara de reparación. Los patios se debían mantener limpios, blanquear
las paredes, limpieza de puertas y ventanas, alimentar los animales,
conseguirles el alimento y mantenerles el lugar de habitación pulcramente para
evitar enfermedades. Llegando la tarde, sudorosos, cansados pero con millas de
responsabilidad adquirida, salían a jugar con la alegría reflejada en el rostro
y felices de haber aprendido a cooperar con los padres.
¡No quedaba espacio
para la frustración!
No hay comentarios:
Publicar un comentario