LAS NIGUAS Y LOS PIOJOS.
Cuando Copacabana no se había metido en esas ‘inguandias’ de volverse metrópolis, en aquellas noches iluminadas por encantadora luna, en que se podía llevar serenata a la amada en su ventana, pues la casa más alta tenía dos pisos, cuando la plaza se engalanaba de toldos blancos como el alma de sus campesinos; en aquellos instantes los campos eran tapetes verdes con estampaciones dejadas por los frutos, por aquellas épocas en que los maestros se volvía segundos padres, en que las escuelas eran manantiales de cultura. Sí. Por aquellas calendas, estaban posesionadas bandas de plagas abusadoras de los niños, con algunas participaciones de los padres y muchas con el beneplácito del niño, porque aquella rasquiña, escozor, hacía que el instante de introducción de la una y succión del otro, fuera el beneplácito del instante. Desafortunadamente por culpa de esos animalitos, quedaron secuelas en más de uno de mis condiscípulos. Aquella escuela tenía dos patios enormes, corredor de jardineras en el uno que era para los más pequeños y tercero y cuarto en el de la parte de atrás llamado el predio; en esos lugares se descargaba la fuerza vital que dan los primeros años cuando la bendita campana anunciaba el recreo.
En su mayoría los condiscípulos asistían a pie limpio o a “pata boliada” como se decía generalmente; la mayoría con los pies descalzos provenía del campo, eso ejemplares de la pureza, eran los más desafortunados con la plaga de niguas y piojos. Las cabecitas al hacer la formación antes de entrar a las aulas, con el sol daban reflejos y chispazos rápidos con algún movimiento; las causantes eran las liendras que en su desarrollo serían flamantes piojos. Lo espelúznate de aquel entorno estudiantil, estaba en los dedos y jarretes de los pies, eran esos benditos lugares urbanizaciones escogidas por las niguas, aquellas ínfimas criaturas que iban taladrando para buscar acomodo y mientras tanto depositaban sus huevos, esas posesiones causan la más agradable de las rasquiñas que en la casa destruía colchones. Atrás hablaba de secuelas dejadas en algunos compañeros, fue tal el abandono, que esas criaturas se les comieron partes de los pies, a esos, los grandes y los de corazón torcido, se paraban encima para hacer explotar los óvulos. El grito y un pequeño llanto.
Alberto.
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