Nunca se pensó que cabalgaría en el indómito corcel del
tiempo, quien iba a cavilar que tomaría las bridas, correajes y arneses de
épocas con sus segundos, minutos, horas, acumulando días hasta un siglo; ver en
el sublime recorrido cruzar raudo el envejecimiento de rostros angelicales de
aquellas bellas niñas de maleta, trenzas y zapatos brillantes, para ir a la
escuela; el paso de ancianos gachos hoy, de amiguitos de juegos en las
polvorientas calles o en el verde de predios amplios en que cabía la fogosidad
de los mozuelos, mucho menos se visualizaba por allá en esa quietud de verde
lago, el ir viendo en obituarios los nombres de seres apreciados, que dijeron
adiós anticipado, cansados de la fragmentación y descomposición del humano
mundo por la herida abierta en la unidad familiar, por la decadencia de la
estirpe y el abandono total de la honestidad. Un día la geodesia del lugar de
rezos de ángelus, de viviendas de techos históricos, el paso inseguro de
personajes típicos, sonido de sirenas en carros policromos de escalera y de
gentiles vecinos compartidores de viandas, desaparecieron del entorno como
engullidos por una bestia mitológica.
Ya desde las cantinillas albergue de campesinos de día domingo, se apagaron aquellas tonadas tristonas y sentimentales que los pueblerinos llamaban despectivamente “Guascas”, para dar cabida a sones extranjeros unos y otros, a melodías con letras subidas de tono que no enternecen el alma y sí, alteran al monstro que llevamos dentro. El interior de la iglesia cambió, el altar hermosamente tallado en plata, no existe; el presbiterio ya no es resguardado de la ociosidad de los niños y a la vez servía para comulgar, por una barandilla de mármol, desapareció; la sonoridad de las campanas se dice ya no es la misma y los relojes no se ponen de acuerdo para dar la hora. creo que al progreso se le ha unido la rapiña y una fuerte porción de desidia, flojedad e indolencia por un pueblo que lo adormeció la intrusa tecnología mal usada ¡Oh Copacabana! El trote de las recuas de mulas sobre el pavimento ardiente del medio día, llevando en la angarilla el dulce alimento del trapiche, se desligó del encanto en el pentagrama del tiempo, cambiándolo por notas tristes que hacen que la melodía se vuelva apropiada en una sinfonía de horror. Cuando la existencia se vuelve extensa, te va mostrando con un índice tembloroso, que estás desvariando antes de llegar la decrepitud; el tiempo es arrollador, impetuoso y agresivo tal como una borrasca que todo aquello que se encuentre a su inhumano paso, será arrastrado con todo y sepas de los ensueños.
Alberto.
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