MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 8 de mayo de 2013

LAS IDAS A MISA DE 5.


“El azar no existe; Dios no juega a los dados” (Albert Einstein).

E
ra tan bueno dormir y sobre todo en ese tiempo, cuando las preocupaciones de los mayores, no tenían cabida en la mente del niño. No puede faltar el pero. A la hermosa madre, alguien, a quien aún no se le puede perdonar, le incrustó la idea de madrugar todos los domingos a la misa de cinco de la mañana. La razón según era, para que el día, se hiciera más largo para atender los ajetreos del hogar y poder cumplir a cabalidad con los miembros de la familia; claro, eran otros tiempos, en los que primaba la responsabilidad y no tanto, el dinero.
El oficio religioso era realizado perpetuamente, por el anciano Padre Duque, coadjutor hasta su fallecimiento. Su avanzada edad, hacía que el oficio se extendiera casi que hasta el cansancio, sobre todo, para quien los pocos años, no le daba para entender que era lo que estaba pasando con un cura que daba la espalda y hablaba en un idioma que no entendía y peor, que sus ojos no terminaba de abrirse. La tortura lo perseguía. Una semana entera de angustias en la escuela, pidiendo al cuadro en que estaba la imagen Juan Bosco en el aula, para que el maestro no lo sacara a dar la tarea de matemáticas o la de religión que había que recitarla con puntos y comas, de lo contrario, tenía en la calificación un cero admirado y, tener que continuar con el suplicio el domingo; eso, le baja la moral a ras con la suela de los zapatos. El frío del alba los acompañaba igual que pepe, el hermoso gato, que como si fuera un perro, les seguía los pasos hasta el puente antiguo que brindaba el paso sobre la caudalosa quebrada; desaparecía entre las sombras por temor al encuentro con humanos que no fueran los suyos.

Hospial de Copacabana.

Al regreso de aquellas devociones católicas y tomados del brazo, como novios que se aman entrañablemente, madre e hijo, son advertidos de la presencia del felino, al salir del escondite ñarreando de felicidad, que con la cola parada, emprende con ellos, el regreso al hogar para terminar su siesta en la cama del pequeño amo, a quien como a él, interrumpió la moda  de la asistencia a misa de cinco con el decrépito padre Duque, cuando la almohada y las cobijas estaban tibias y afuera el ambiente era gélido.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario