MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 1 de mayo de 2013

LOS CRUCES DEL RÍO.

Finca en Rionegro Antioquia.

“El día peor empleado es aquél en que no se ha reído” (Chamfort).

P
ara aquellas calendas, el río, pasaba serpenteante con gran caudal por un lado de la población, con aguas turbias y poco serenas, que era la atracción de los párvulos, que ha sabiendas del peligro que conllevaba, se lanzaban desde la orilla en que estaba la vega, llena de caña dulce, caña brava; frondosos árboles de búcaro, que eran el hospedaje de inmensas iguanas, que igual que ellos, se divertían arrojándose a la corriente. Hacían parte del paisaje, empinados sauces, que dejaban caer sobre las olas, algunas de sus ramas, adoptando su vaivén, pareciendo besos furtivos de dos amantes secretos. Tenía el río, a pesar de la suciedad en el fondo, peces que eran sacados a la superficie, por varas de bambú en la que estaba engarzado el anzuelo, comprado en la tienda de don ‘Lalo’ por docenas, al que se le había puesto la carnada de grillo, lombriz o plátano pintón cocinado, que atraía la mirada expectante del inocente animal, que pronto sería devorado después de pasar por la fogata, armada con hojas y tallos secos. La fascinación de los chiquillos llegaba hasta el paroxismo en el lugar que sólo se escuchaba el rumor de las aguas, los cantos de aves que anidaban y una que otra blanca garza, que veía usurpados sus dominios, levantando el vuelo, para perderse en el azul del firmamento.
A una, todos se desvestía, pues había llegado el instante de atravesar la impetuosa corriente, para llegar a la orilla opuesta. Allí los esperaban árboles frutales que con su dulzor, mitigaba el cansancio del nado fatigante, para salir del peligroso remolino que deseaba a toda costa, llevarlos a la profundidad oscura, apagando la algarabía de las gargantas y castigarlos por la osadía. Nunca pudo con ellos, salieron triunfantes.
Panorámica de la actual Copacabana.

Al lado de la carrilera del tren, mientras consumían el apetitoso jugo de naranjas, veían marchar el ferrocarril atiborrado de gentes que con movimientos de pañuelos, se despedían del poblado y el humo salido de chimenea tomaba vuelo a las alturas, mientras de los polines se escuchaba el lamento, al soportar el peso inaudito de quien se deslizaba como un monstruo mitológico por los rieles, que lo llevaría a su destino. Nada es tan bello, como el de escuchar desde lo lejos, el sonido del pito, que el conductor, hacía sonar para saludar a los habitantes de cada municipio, que como el recuerdo, quedan atrás.

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