Todo va cambiando con el correr de los tiempos. Eso me hace recordar las Misas que el padre Julián Sanín ejercía en el templo del pueblo. Eran dando la espalda a los feligreses, la palabra se hacía en latín y en el coro, se escuchaba música religiosa (que a mí jamás me gustó), me daba sueño.
En esta foto se ve a la Virgen de la Asunción patrona de Copacabana y allí se hacía el padre para oficiar. La Iglesia se llenaba de gente del poblado y muchos más los llegados del campo, con sus ruanas y carrieles los hombres y las mujeres, con sus vestidos de telas de colores. Las más encopetadas estaban con atuendos sofisticados, camándulas finas y Cristos de oro; así lo hacía una solterona que se situaba en las primeras escalas que conducían al púlpito y cuando el cura alsaba la custodia y el monaguillo sonaba su campana para la Elevación, ella, dejaba caer el pesado Cristo y en aquel recogimiento en que estaban, el ruido se escuchaba cómo una bomba, todos al unisono volteaban a mirar, nuestra seguidora de San Antonio, se encontraba con los ojitos cerrados en la actitud más conmovedora; era casi una "santa". Se veía como la encarnación de la mentira y el fanatismo religioso.
Seguían las Misas sin ningún cambio: la misma gente, el mismo sacristán, el mismo cura, las flores iguales, la solteroncita con su Cristo, sus golpes de pecho, el mismo ruido a la hora exacta en que todos estaban en un silencio sepulcral; el engaño, la falsedad de los seres humanos usando como señuelo al Señor de todo lo creado y...seguía la misma música, con sus acordes lastimeros y yo, con el sueño que me daba escuchar en el órgano esas melodías que el corista con sus dedos largos y huesudos machacaba los domingos en la parroquia, sin importarle un bledo mi modorra.
Un día cualquiera y de cualquier año...¡MILAGRO! Estábamos en el momento de la elevación cuando en todo el recinto se escucharon las notas de un bambuco, seguido por un pasillo (música colombiana), unos estaban aterrados, ¡Eso era pecado! Falta de respeto con Dios. Pero muchos de los presentes movíamos los pies llevando en ellos el compás de la melodía, estábamos dichosos de aquel cambio. Sí, había llegado al coro de la Iglesia José Longas Isaza, poeta, escritor y un músico de extraordinarias cualidades, admirado por todo el departamento entre las personas involucradas en los menesteres del pentágrama.
Yo no se de dónde lo trajo el padre, pero fue lo mejor que le pudo pasar al pueblo. Las naves del templo eran pequeñas desde su llegada y si bien, el pueblo era muy católico, creo y, sin lugar a equivocarme, que lo que sucedió es que la feligresía era amante de la buena música y que sí se quedaban en la casa se perdían el recital de don José.